Los hechos tuvieron lugar alrededor de las seis de la mañana en las cercanías del Paseo de la Transición
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El olor a churros recién hechos impregna las calles de Salamanca en las frías mañanas y tardes de invierno, atrayendo a vecinos y turistas que buscan un desayuno calentito y crujiente. Pero detrás de cada ración dorada y cada taza de chocolate espeso, hay una realidad menos romántica: el coste de mantener viva esta tradición.
Abrir una churrería en la ciudad no es sólo una cuestión de oficio y pasión, también supone una inversión constante. Según la ordenanza fiscal, cualquier puesto de hasta 20 metros cuadrados debe pagar 138,21 euros al mes, un precio que incluye la recogida de basura.
Si el espacio supera ese límite, cada metro extra se encarece 9,73 euros mensuales. Y si el lugar ha sido adjudicado por subasta, la factura sube 67,49 euros más.
Pero el verdadero coste va más allá de los números. Está en las madrugadas y tardes de trabajo, en la harina que se mezcla antes de que amanezca, en el aceite hirviendo que no puede fallar, en las manos que soportan el calor de la masa, en la paciencia para esperar a los primeros clientes. También en la lucha contra la burocracia, en los permisos, en las inspecciones y en el precio de la electricidad y el gas, que no dejan de subir.
A pesar de todo, quienes deciden emprender este negocio lo hacen porque creen en el sabor de una tradición, en la magia de ver a un niño morder su primer churro o en el placer de una merienda entre amigos. Salamanca huele a historia y a churros recién hechos. Y eso, aunque cueste, siempre merece la pena.
En Salamanca hay siete churrerías, negocios familiares que han pasado de generación en generación, sin que su número varíe demasiado. Se ubican en Paseo San Francisco, Paseo de la Estación, Carmelitas, Avenida Comuneros con Alamedilla, Carretera Ledesma con Calle Alfareros, Avenida Los Cedros con Calle Acacias y Avenida Los Cipreses.
Todas mantienen una estética similar, con casetas blancas fácilmente reconocibles, y deben garantizar espacio suficiente para el paso de peatones. Estos puestos forman parte del día a día de la ciudad, ofreciendo un toque dulce en cada rincón.
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En la capital, las churrerías son negocios familiares que han pasado de generación en generación
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