La actuación se lleva a cabo en el entorno del paseo de Fonseca, donde en ocasiones el agua retrocede e inunda sótanos y garajes
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María Enríquez Álvarez de Toledo, nacida en Zamora en 1510, pertenecía a una de las familias de la alta nobleza castellana, los Enríquez, Almirantes de Castilla y duques de Medina de Rioseco. Fueron sus padres Diego Enríquez de Velasco y Leonor Álvarez de Toledo. Su matrimonio con el Gran Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, hacia 1529, le convierte en una de las mujeres más importantes de la época. De la vida de María Enríquez se conocen pocos datos. Vive a la sombra de su famoso esposo. Su actividad en la Corte es limitada y son conocidos sus duros enfrentamientos públicos con la Princesa de Éboli.
En el panegírico que el poeta Jerónimo Bermúdez dedica al Gran Duque, María Enríquez aparece como la fiel esposa que, a imitación de la Penélope de Ulises, aguarda casta y hermosa la llegada del Guerrero de los Países Bajos. La misma María Enríquez encargará y pagará al historiador Calvete un poema laudatorio a su marido. Ella se lo entregará como regalo de bienvenida, tras su decepcionante y fracasada misión en Flandes. Su confesor, Bartolomé Medina, es un prestigioso domínico, profesor de la universidad de Salamanca. No sabemos en qué grado influirían sus consejos en María Enríquez, en relación con Santa Teresa. Él y otros muchos académicos salmantinos critican duramente a Teresa. Era, nos dice, una de esas mujercillas que andan por todos lados cuando debieran estar en sus conventos rezando e hilando. Con el tiempo, Medina cambiaría de opinión.
Su marido, mayordomo mayor de Carlos V y Felipe II, lidera el partido conservador, en alianza con la Casa de Pimentel, el Duque de Alburquerque, los Bracamonte de Ávila y Peñaranda y otros miembros de la Casa de Álvarez de Toledo. Esta facción incluía también al poderoso Inquisidor General Fernando Valdés. En oposición, figura el partido liberal representado por la casa de Mendoza y sus aliados, duques de Medinaceli y condes de Cifuentes, capitaneado por Rui Gómez de Silva, Príncipe de Éboli, consejero y amigo de Felipe II. Ambos partidos disputarán ardientemente el favor del rey y, en cierto modo, la amistad de Santa Teresa.
Las primeras benefactoras aristócratas de la Santa se hallan vinculadas a la Casa de Mendoza. Esther Alegre Carvajal: 'El encuentro y la ruptura de Teresa de Jesús y la Princesa de Éboli', nos dice: "pretendemos precisar cómo la reforma carmelita, en su primera época se encuentra ligada a una poderosa 'red espiritual-nobiliaria femenina' que tienen las aristócratas Mendoza a sus mejores valedoras y cómo esta red es el resultado de las corrientes de nueva espiritualidad que recorren el siglo XVI, y de hecho la recepción de la reforma teresiana en las cortes nobiliarias mendocinas está precedida por una fortísima tradición que liga a esta poderosa familia con movimientos reformistas –franciscanos, alumbrados, erasmistas-".
Las fundaciones de Ávila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid y Salamanca llevan su sello. Incluso, en época más tardía, aparecen las fundaciones de Palencia y la última, la de Burgos. Entre las Mendoza más destacadas, alcanza la cima María de Mendoza y Sarmiento, esposa del supersecretario de Carlos V, Francisco de los Cobos, auxiliada por sus hermanos Bernardino y, sobre todo, Álvaro, obispo de Ávila y Palencia. También hay destacar a doña Luisa de la Cerda y a Ana de Mendoza, princesa de Éboli, aunque, en este caso concreto, la fundación femenina de Pastrana fracasará.
En claro contraste, la colaboración de las aristócratas de la casa de Alba y sus aliados con Santa Teresa, es más limitada. En el convento de la Encarnación de Ávila, hay varias monjas con el apellido Bracamonte, pero será una monja Bracamonte del convento de San José, Isabel de Santo Domingo, quien cautive a Teresa y la lleve consigo, como priora, a las fundaciones de Toledo, Pastrana y Segovia, nombrándola aquí Vicaria General. Tal vez, una Mendoza monja, la Princesa de Éboli, conviviendo con una Bracamonte, aliada de la duquesa de Alba, como priora, en Pastrana, pudo influir, de algún modo, en el desgraciado final del convento. De cualquier modo, la princesa debió soportar las falsas muestras de cordialidad de María de Mendoza, de Luisa de la Cerda y el evidente desprecio de su mortal enemiga, María Enríquez.
En Toledo, en 1562, la duquesa conoce a Teresa y entablan una amistad que será duradera. En 1566, Teresa hizo una parada en Alba para consolar a la duquesa. El motivo se fundamenta en que su hijo había dado promesa de casamiento a Magdalena de Guzmán, dama de la reina Isabel de Valois. Al no cumplir su palabra, fue condenado a prisión en el castillo de la Mota. Nuevamente, en 1578, visitó a la duquesa por la misma causa. Y es que, a petición de Magdalena de Guzmán, Felipe II ordenó reabrir el proceso contra su hijo que fue, otra vez, a prisión. En el transcurso de las investigaciones que se llevaron a cabo, se descubrió que a fin de evitar su boda con la reclamante, Fadrique se había casado en secreto con su prima María de Toledo mediante una autorización emitida para tal fin por su padre el duque de Alba, infringiendo las órdenes del rey. Fadríque quedó confinado en su prisión, y su padre marchó de la corte, hacia el exilio a Uceda. Afortunadamente, el duque fue confortado con la lectura del libro de la Vida que Teresa había entregado a la duquesa.
Alba es la villa ducal de la Casa de tal nombre. En el siglo XVI es una segunda Corte Española en la cual se agrupan hombres de letras, como Garcilaso de la Vega, Lope de Vega (secretario del V Duque) y Calderón de la Barca (secretario del VI Duque). Igualmente pululan políticos o militares y toda una población ambulante que giraba alrededor de los Duques. A ello se debe la proyección que Alba tendrá en la literatura, el arte y la cultura española de la época.
La duquesa quería un convento para Alba, emulando a sus rivales las Mendoza. Anteriormente, ya citamos la amistad de ambas, desde 1562, cuando se conocieron en Toledo, pero circulaban comentarios y opiniones contradictorias sobre la ortodoxia de sus escritos. Catheleen Medwick en: 'Teresa de Jesús, una mujer extraordinaria', nos dice: "Ella (y su batallador marido) no podían permitirse el lujo de una relación problemática, en especial en una época en que el mismo rey supervisaba la vida monástica española y proclamaba sus propias ideas, contrarias a las del papado, sobre la reforma". Por otra parte, tampoco querían irritar a las Mendoza, en especial, a la princesa de Éboli, archienemiga de la duquesa. Por todo ello, para evitarse posibles problemas, la petición de la fundación partirá del contador del duque, Francisco Velázquez y su esposa Teresa Laíz, pero el dinero saldría de los Alba. Según C. Medwick, el confesor Báñez y Teresa estarían de acuerdo con esta estratagema.
En Fundaciones XX, Santa Teresa describe los problemas de la Fundación de Alba ,sin citar nunca a la duquesa. El protagonismo es total para el contador y su esposa, Teresa Laíz. Solo en febrero de 1571, cuando la fundación había llegado a feliz término, la duquesa se hizo presente en la procesión hacia el convento.
En 1570, a instancias de Felipe II, el papa Pio V nombra comisario y visitador carmelita al dominico Pedro Fernández. Este nombramiento tiene como objetivo, dada la valía de Fernández, acabar con la compleja y difícil situación de la orden carmelitana, inmersa en las peleas y disputas de los calzados y descalzos. La Encarnación de Ávila se hallaba sumergida en un complejo caos. Los alimentos escaseaban y algunas monjas habían regresado a sus casas. Residían allí varias pensionistas laicas, que habían huido de un padre opresor o un marido violento, con precaria vocación. En 1571, Fernández, para solucionar estos graves problemas, nombra a Teresa, en contra de su voluntad, priora del convento de la Encarnación. Una parte de las monjas, las llamadas "valerosas", se declararon en rebelión. La Santa llevo a cabo una labor espiritual plena de acierto para atraer a las descontentas. En cuanto al descontrol económico, expulsó a las pensionistas laicas y, después, pidió dinero a sus amigos y familiares, pero fue un muy generoso donativo de la duquesa de Alba el que palió la precariedad pecuniaria del cenobio. Sabemos los increíbles progresos logrados por Teresa por una carta de Fernández a su amiga la Duquesa de Alba. "El monasterio de la Encarnación es de 130 monjas. Están todas con la quietud y la santidad que están las 10 o12 descalzas que hay en ese monasterio (de carmelitas descalzas de Alba de Tormes), que a mí me ha hecho admiración Todo esto por presencia de la Madre".
Impuesto el orden en la problemática Encarnación y, ante la necesidad de su presencia en otros conventos, solicita el permiso para marchar al visitador Pedro Fernández. Pero este se niega ya que el papa en 1566 había ordenado la clausura de las monjas y Teresa debe permanecer en Ávila. Al rescate acudió por vía de urgencia la Duquesa de Alba. Su marido había fracasado en los Países Bajos. Su durísima política, con ejecuciones, incluso, de la alta nobleza flamenca, exacerbó el odio hacia los españoles y Felipe II es ahora más impopular en estas tierras. El duque regresó a Madrid; su sucesor en los Países Bajos, Don Luis de Requesens, aplica una política opuesta, de apaciguamiento y entendimiento, que era la que defendían sus enemigos, los albistas. La duquesa pensó neutralizar, en parte, la tan negativa situación política del duque, acercándose públicamente a la exitosa reformadora. Sin dudarlo, se dirigió al rey quien se mostró favorable a conceder su petición para Santa Teresa, a pesar de vulnerar la autoridad del papa. De esta manera, Teresa pudo salir de la Encarnación y viajó a Alba, siendo, ahora, públicamente, muy bien recibida y agasajada por la duquesa, en claro contraste con la recelosa actitud en la fundación del convento de Alba. Durante su breve estancia, la santa reconfortó con sus consejos el decaído ánimo de la aristócrata, quien obtuvo así un éxito, no solo personal, sino también político.
Del epistolario teresiano a la duquesa se conservan tres Cartas. La carta 278, del año 1578, entre otros objetivos, contiene la felicitación por la boda de don Fadrique, el hijo de la Duquesa. La carta 342 apunta a una doble felicitación: la del perdón del duque, por un lado y, por otro, la de su nombramiento como general del ejército destinado a Portugal para acabar con la resistencia portuguesa a los derechos de Felipe II a la corona de este país. La duquesa, una vez más, necesita consuelo por la partida de su marido. La carta 419, de 1581, pide a la duquesa le remita el Libro de la Vida con la promesa de una pronta devolución. Se interesa también por la salud de su hijo y de su nuera, María de Toledo y Colonna. Durante el destierro del duque en Uceda, le asistió espiritualmente el Padre Gracián. Teresa pide que le conceda un tiempo libre ya que está imprimiendo las Constituciones de las descalzas elaboradas en el Capítulo de Alcalá de 1581.
En 1582, estando en Medina del Campo, María Enríquez solicita, una vez más, la presencia de Teresa en Alba. Su nuera está a punto de dar a luz y piensa que la presencia de la Santa prestigiaría el evento. No pudo negarse porque la orden partía de Fray Antonio de Jesús que tenía jurisdicción en Castilla. El viaje fue penoso, llego muy enferma y moriría unos días después, el 4 de octubre. La fiesta de la Santa se celebra el 15 de octubre por la llamada Reforma Gregoriana del Calendario de Julio Cesar (por el papa Gregorio XIII). Fue sepultada en Alba.
El Duque de Alba moriría el mismo año, un mes después que la Santa. María Enríquez lo haría en 1583. Ambos fueron, también, sepultados en Alba.
Tres años después de la muerte de la Santa, el padre Jerónimo Gracián, de acuerdo con funcionarios de Ávila, del Obispo Don Álvaro de Mendoza y de la Orden Carmelita, trasladó el cuerpo. Alba cautivó tanto a Santa Teresa de Jesús que esta la escogió y llevó consigo a las fundaciones de Toledo, Pastrana y Segovia, en las que dejó a Isabel como priora, nombrándola en Segovia como Vicaria General. a Ávila. En Alba, quedó un brazo. Cuando el sobrino de María Enríquez, Antonio Álvarez de Toledo, V duque de Alba y su esposa, Mencía de Mendoza tuvieron noticias del acto, montaron en cólera y elevaron sus quejas hasta el mismo papa, Sixto V. En agosto de 1586, pese a las protestas de Ávila, vuelven los restos de Santa Teresa a Alba. En Ávila quedó una clavícula y el dedo meñique de la mano izquierda. Las carmelitas de Ronda poseen la mano izquierda.
La actuación se lleva a cabo en el entorno del paseo de Fonseca, donde en ocasiones el agua retrocede e inunda sótanos y garajes
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