Cervantes y la China de la Dinastía Ming (y II)
Segunda entrega del profesor Tamames sobre la relación del genial escritor con la dinastía china
El pasado viernes iniciamos este artículo sobre una conferencia que pronuncié en Pekín sobre El Quijote. Hoy, con esta segunda entrega, terminamos el tema, con algunas referencias adicionales al Emperador Wan Li, el presunto anfitrión de Cervantes en China.
En la segunda parte de su reinado, Wan Li, se resistió más y más a los contactos formales con extranjeros, aunque sus comerciantes no dejaron nunca de desafiar las restricciones oficiales; y los mandarines locales de las provincias costeras del sur no tuvieron ningún empacho en permitir -al margen de la legalidad- que se radicase en Macao un enclave portugués. Como también permitieron a un grupo de jesuitas, liderados por el italiano Matteo Ricci y el español Diego de Pantoja, establecerse en Pekín, donde serían aceptados como verdaderos sabios, por sus conocimientos singulares de astronomía, óptica y otros saberes útiles.
Emperador Wan Li
Ricci y Pantoja fundaron una misión, desde la cual, ambos, ya expertos en la lengua y la cultura chinas, colaboraron activamente en la administración y la diplomacia del Imperio. Debiendo señalarse que su correspondencia con intelectuales europeos y las traducciones al latín que hicieron de obras de Confucio, desataron en Europa la moda de las chinoiseries, con influencia en pensadores de la talla de Voltaire, Leibniz y Montesquieu. En su primera visita al emperador Wan Li, Ricci le presentó un lienzo de Venecia; y Pantoja un grabado del gran monasterio de El Escorial.
Las descripciones de Pantoja de la función de los mandarines y de la administración imperial dieron pie a conceptos tan significativos como el de la función pública o la del príncipe ilustrado; y es muy probable que una traducción de un misionero jesuita al francés del libro El arte de la guerra, de Sun Tzu, llegara a manos de Napoleón.
Los sucesores de Ricci y Pantoja se enajenaron la enemistad del emperador de China y la expulsión de la Orden Jesuita de sus reinos, sucediéndose en los medios vaticanos una larga e infertil discusión sobre si el sincretismo con los confucianos era o no adecuado. Polémica que recibió el nombre de la cuestión de los ritos, que acabó siendo una controversia del todo inútil, por la expulsión ya decretada de las misiones de la Corte del Celeste Imperio[1].
Entramos ahora en la parte final de este artículo sobre Don Quijote de la Mancha, la obra que fue calificada como «el mejor trabajo literario jamás escrito», según el listado que elaboró en 2002 el Norwegian Book Club. Y por si alguien dudaba de su excelencia, en ocasión de esa valoración, se dice también que es «el libro más editado y traducido de la historia, solo superado por la Biblia». Millones de personas, de todo el mundo, podrían decir, sin inmutarse, que todo empezó «en un lugar de la Mancha», y que «no son gigantes, señor, que son molinos», siendo la voz quijotesca una expresión universal en los diccionarios de todas las lenguas.
Pero en China hubo que esperar a 1922 para el primer intento de traducción de El Quijote, en labor que llevaron a cabo el escritor Lin Shu y su ayudante Chen Jialin. Ninguno de los dos sabía español y solo uno dominaba el inglés: Chen leía y traducía en voz alta, y Lin anotaba lo que escuchaba y lo reinterpretaba a su manera en los ideogramas. Es decir, aquella fue una versión del español al inglés, del inglés al mandarín oral, y de éste a la compleja escritura china. El resultado: una edición con el título de Moxiazhuan (Biografía del Caballero Loco), publicada en Shanghái, que ofreció a la gran masa china una versión de la novela, orientalmente muy distorsionada. Y fue esa versión de Lin y Shen la que siguió reeditándose durante treinta años, sin el prefacio escrito por Cervantes, con pasajes inventados por los traductores, y carente de su segunda parte; por la sencilla razón de que los traductores no sabían de su existencia[2].
Ya en la siguiente década, se publicó una segunda versión, del autor He Yubo (1932) que decidió, sobre una traducción inglesa, reescribir El Quijote a su manera: los mismos protagonistas, pero con historias a veces ni remotamente parecidas a las que describe la novela originaria.
En 1939 estuvo a punto de surgir una tercera versión, que con toda seguridad habría sido mucho más seria: la que estaba llevando a cabo Fu Donghua, también desde el inglés, pero en un intento más cuidado, incluyendo el prefacio de Cervantes y evitando las añadiduras de los traductores precedentes. Pero la obra no llegó a publicarse, pues su autor, Dai Wangshu, fundador de la Escuela Modernista China, acabó siendo encarcelado cuando trabajaba como editor en Hong Kong durante la guerra chino-japonesa (1937-1945), y su trabajo se perdió para siempre, habiendo algún testimonio de que ese Quijote chino, donde se perdió realmente fue en España, cuando Dai luchaba en la Guerra Civil como voluntario en el bando republicano.
Hubo que esperar hasta 1959 para la cuarta versión china de El Quijote, que se editó con motivo del 350 aniversario (1955), en plena era maoísta; cuando el Dr. Fu Donghua dio a la luz la traducción de los dos tomos al chino, que fue editada por millones de ejemplares.
La quinta traducción se debió a la escritora Yang Jiang, que empleó once años de su vida en aprender español sólo para acometer la traducción. Que en 1979 presentó a la editorial Pueblo, con no pocos fallos en su versión. A pesar de lo cual, su trabajo se convirtió rápidamente en la versión más leída de la novela en chino.
El último en acometer una versión china de El Quijote -sexta versión- fue el ya mentado Dong Yansheng, profesor universitario especializado en Cervantes y Dostoievski cuyo trabajo es considerado en la actualidad la mejor versión, con grandísima diferencia.
En declaraciones al periodista argentino Guillermo Bravo para la Revista Ñ, Dong relató que un buen día, un editor se presentó en su casa y le planteó si estaba dispuesto a sacar una nueva versión, definitiva, de El Quijote. «La propuesta me dejó totalmente pasmado, porque nunca había pensado en ello, suponiendo que se trataba de un cometido difícil que solo estarían en condiciones de arremeter los grandes genios. Y después de reflexionar un poco, me dije: por probar, no perderé nada».
Dong Yansheng
Como condición, Dong solo pidió el tiempo que fuera necesario para poder realizar con propiedad el trabajo, nada menos que la transformación de la mayor obra del español primigenio a tres millones de caracteres chinos simplificados y sin errores. «Fue así como se inició mi martirio», reconocía el traductor en la entrevista. «La cosa no se me ocurrió, sino que sencillamente me ocurrió».
Dong, que se ha convertido en el primer hombre capaz de hacer llegar un Quijote en condiciones adecuadas al país más poblado del mundo, era un experto en las diferentes versiones de El Quijote y de todas tenía queja: «Hay traductores que justifican su chapucería diciendo que se trataba de recreaciones. Y no se puede negar que hubo cierta dosis de recreatividad en tales traducciones». El mismo Dong aboga por que otros vuelvan a intentar mejorar su versión de la obra maestra. El Quijote, en Oriente, dejó de ser un cuento chino para ser el primero de los libros españoles venerados en la gran China.
Hasta la próxima semana, el autor espera, como siempre, comunicaciones de los lectores de Tribuna en castecien@bitmailer.net.
[1] Ramón Tamames, Vasco Núñez de Balboa y el Mar del Sur, ob.cit.
[2] Casa Editorial del Comercio, Shanghái, 1922.