Nuevo choque entre PP y Vox por el discurso del presidente de las Cortes en el acto del Estatuto de Autonomía
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Se curtió en la pasión por el periodismo en varios medios de comunicación de su ciudad natal, León, pero cuando azotó la crisis cruzó el charco y acabó trabajando en Chile o en Panamá. Después llegaron otros proyectos de comunicación en emergencias humanitarias en Latinoamérica y el Caribe. Estuvo en Cuba y otros países caribeños tras huracanes devastadores. Pudo vivir la crisis humanitaria de Venezuela y participó en misiones en Bolivia, Guatemala o República Dominicana. Viajó a muchos de esos lugares a los que nunca viaja nadie para contar las historias de los más olvidados y vulnerables, especialmente al lado de los más pequeños o los más débiles. "Fue alucinante", cuenta él.
En estos años de expatriado, el periodista Alfonso Fernández Reca (leonés por el mundo, nacido en 1981) tuvo la oportunidad – y la valentía- de dejar atrás las comodidades de casa para viajar, ver otros mundos y conocer a gente increíble. "Produje una obra de teatro con Soledad Villamil (actriz argentina protagonista de la oscarizada El secreto de sus ojos) que presentamos en Panamá y El Salvador, escribí guiones para Liam Neeson y otras personalidades que colaboraban con Unicef, y publiqué un libro junto al ilustrador Miguel REP en el que recuperamos dibujos de Mafalda que Quino había cedido a Unicef pero se habían perdido". Ha hecho cosas que reconoce no creerse ni él. Y en ello sigue.
- Después de seis años y una pandemia muy dura que pasó lejos, usted y Nané, su pareja, decidieron volver a León…
- En la pandemia me tocó liderar y coordinar toda la estrategia de comunicación de la organización que en América Latina y el Caribe era un pilar clave especialmente en todo lo referente a la vacunación y a la entrega de suministros básicos a los países. Fue devastador, no sólo por las muertes sino por el fortísimo impacto que tuvo en la educación, la sanidad o la protección de la infancia. Tras la pandemia, que nos tocó muy fuerte en lo personal, decidimos dejarlo todo y volvernos. Ya en León hice un máster y comencé a trabajar con el equipo de comunicación de Unicef, uno de los más potentes y respetados de toda la organización a nivel mundial, hacen un trabajo asombroso. En diciembre se me acabó el contrato y ahora estoy buscando nuevos proyectos.
- Su última misión ha sido seguramente una de las más impactantes que recuerda... Háblenos de ese viaje a Afganistán...
- La misión a Afganistán ha sido el último proyecto que hice con Unicef España, hace un par de meses. Me llevé a un equipo de cuatro periodistas de El País a conocer la situación y visitar algunos de los proyectos que la organización tiene en varias provincias de Afganistán en apoyo a los derechos de niños y, especialmente, niñas. Estuvimos una semana larga en terreno, sin parar, recorriendo hospitales, escuelas, centros comunitarios, plantas de agua, pueblos, aldeas… Ha sido una de las misiones más impactantes y complejas que me ha tocado liderar. Tardamos más de cinco meses en planificarlo en conjunto con los colegas de la oficina de Unicef Afganistán, y a punto estuvo de no poder hacerse, pero al final lo conseguimos. En enero publicaron un especial en El País Semanal contándolo todo, un reportaje brutal de Jesús Rodríguez, que es un histórico del periodismo español, con fotos alucinantes de Samuel Sánchez, probablemente uno de los mejores fotoperiodistas que tenemos en España. También han lanzado un minidocumental, que fue trabajo de Carolina Mundi y Luis Almodóvar. Fue un lujazo poder convivir y trabajar con todos ellos. El resultado es espectacular y ha tenido un impacto increíble, con mucha repercusión no sólo en España, que espero que sirva para que no nos olvidemos de lo que ocurre en Afganistán, que sólo puedo definir como un infierno en la tierra para las mujeres y las niñas.
- ¿En qué otros países ha estado en misiones parecidas?
- Sólo un par de semanas antes de coger el avión para Kabul hice otra misión a la selva de Darién, que es un lugar inexplicablemente desconocido para el drama que se vive allí. Fui con Juan Diego Quesada, corresponsal de El País en Colombia y con el fotógrafo Federico Ríos, finalista del Pulitzer. Otro equipazo. Esta selva es la frontera natural entre Colombia y Panamá y, por lo tanto, el único paso a pie posible. Es una trampa, mortal en demasiados casos, para miles de migrantes de todo el mundo que buscan llegar a Estados Unidos, el paso migratorio a pie más peligroso del mundo, un camino de unos cinco días a través de una frondosa selva tropical llena de peligros: la orografía es durísima, llena de montañas y ríos caudalosos, hay todo tipo de insectos muy peligrosos (hablamos de malaria, zika, dengue…), así como animales salvajes, a lo que hay que juntar lluvias tropicales casi constantes y la presencia de bandas criminales armadas que roban y extorsionan a los migrantes. También hay altos niveles de violencia sexual contra mujeres, niñas e incluso niños. Todo el camino está controlado por mafias muy peligrosas que operan a ambos lados de la frontera, como el Tren de Aragua o el Clan del Golfo, que están diversificando su negocio de tráfico de drogas en la zona con el no menos lucrativo tema de la migración. Y a todo eso súmale que obviamente en la selva no hay agua potable, ni comida, ni refugios, ni mucho menos centros de salud. Es un lugar terrible, lo conozco bien porque he estado trabajando allí muchas veces en varios momentos. De hecho, hace unos 5 años más o menos, fui uno de los primeros periodistas que se adentraron en la selva a conocer y contar lo que pasaba. Llegamos en piragua a una comunidad indígena emberá llamada Bajo Chiquito. Aparecían cientos de migrantes allí cada día y no había ni siquiera agua potable… ni te hablo ya de baños o médicos. Ahora, cuando he vuelto hace unos meses, la ruta acababa allí y se ha convertido en un pueblín lleno de alojamientos, puestos de comida. Unicef ha puesto fuentes de agua segura y baños… ¡hasta me encontré con un equipo médico de Cooperación Española! Ha cambiado mucho, pero todo sigue siendo muy precario y peligroso y el número de migrantes se ha multiplicado. Es muy loco, llegan familias enteras de más de cien países de todo el mundo que se juegan la vida -muchos la pierden- en busca, simplemente, de un futuro mejor. Hay historias desgarradoras. Y cruzar el Darién es solo una pequeña parte de su camino.
- Pero cuenta que, pese a tantas misiones y viajes, Afganistán es el país que más le ha impactado…
- Definitivamente, sí. He estado en lugares y contextos terribles en América Latina y el Caribe, pero allí todo es un poco más sencillo, aunque sólo sea porque compartimos el idioma y somos más cercanos culturalmente, es más fácil desenvolverse incluso en emergencias humanitarias o después de catástrofes. Afganistán es otro mundo. Un mundo que por lo menos a mí me resultó totalmente lejano pese a estar a pocas horas en avión.
- ¿Es la vida allí tan terrible como la imaginamos desde aquí? Y especialmente, ¿cómo es la vida de las mujeres con la llegada de nuevas restricciones de los talibanes?
- La súbita toma de poder de los talibanes fue hace ya más de tres años, tres años que quizá hayan sido los primeros sin guerra de las últimas décadas en Afganistán, pero en los que se ha impuesto un régimen terrorífico que se ha cebado de manera muy especial con las mujeres y las niñas, a quienes se ha privado de absolutamente todo. Tanto que, salvo limitadísimas excepciones, bastante arbitrarias por cierto, no pueden trabajar, no pueden estudiar a partir de los 12 años, pero es que tampoco pueden mostrar su rostro ni su cuerpo, ni salir sin la compañía de un hombre, ni hablar en público, ni cantar, ni mirar por la ventana de sus casas. Las caras de las mujeres han sido borradas hasta de los anuncios que ves por la calle. Cuando llegaron al poder los talibanes crearon un surrealista ministerio llamado de la propagación de la virtud y la prevención del vicio que vigila que todo esto se cumpla. Y armas no les faltan, hay por todas partes. Además, Afganistán es uno de los países más pobres del mundo. Ya lo era, pero ahora más, porque básicamente han mandado a casa a la mitad de su población y muchos de los tratados de comercio se han roto porque casi ningún país reconoce al nuevo régimen. También es uno de los más expuestos a eventos climáticos extremos. El férreo control talibán es absoluto, incluso en aquellas zonas que antes gobernaban los llamados señores de la guerra, que son lideres tribales con grandes poderes históricos en muchas regiones y que hoy también han sido sometidos. La mujer ha desaparecido de cualquier ecuación. En Kabul, la capital, todavía se veía a alguna mujer en los mercados, algunas en lugar del burka se cubrían con la cabeza con el pañuelo -kiyab- y usaban mascarilla, y eso constituía todo un símbolo de rebeldía. Fuera de la capital, olvídate. Puedo contar con los dedos de las manos las mujeres que, simplemente, vimos. Sabíamos que estaban allí, pero ni siquiera las veías. Han desaparecido. Las han borrado. Están encerradas en sus casas y las que salen lo hacen envueltas en burkas que no permiten ni verles los ojos. Es como ver bultos en movimiento, a eso las han reducido, a la mayor de las indignidades imaginables.
- Además de fotos, como las que ilustran este reportaje, tomadas por usted, habrá captado miles de imágenes inolvidables en su retina…
- Tengo una imagen grabada a fuego. Visitábamos la región de Maidan Wardak, estábamos visitando un pequeño hospital rural, decir precario es poco, y coincidió que era día de vacunación. Entramos a una consulta mientras el doctor pinchaba el brazo de una niña que inmediatamente se echó a llorar en brazos de su madre. Parece increíble, pero incluso con el burka cubriendo su cara y sus expresiones, pude ver claramente en mi mente la imagen de una madre haciendo lo que haría cualquier madre: sonreír, hablarle cariñosamente, tratar de calmarle y darle protección. La meció en sus brazos y la niña acabó por dormirse plácidamente. Recuerdo pensar en mi madre y en que las madres siempre son madres, y ningún burka puede romper ese vínculo mágico y natural que tienen con sus hijos. Pero era imposible verlo. Samuel sacó una foto del momento que te rompe el alma, está en el reportaje. Gracias al trabajo de organizaciones como Unicef, que se negaron a abandonar el país cuando los talibanes se alzaron, hay pequeños resquicios de esperanza. Sin ellos todo el país ya habría colapsado, se juegan la vida cada día para que haya un mínimo de sanidad, de educación, de agua potable… Incluso estuvimos en escuelas rurales donde había chicas de 15 y 16 años estudiando, espacios casi clandestinos donde las podías ver bailar, jugar y hacer deporte. Eran excepciones, claro, y nadie sabía hasta cuándo podrían mantenerlos. Todas las niñas con las que hablé estaban muertas de miedo, no sabían qué iba a ser de sus vidas, estaban deprimidas, con muchos problemas de salud mental, pero a la vez tenían una enorme determinación en no resignarse y en aprovechar cualquier oportunidad para evadirse y luchar por tener un futuro. Querían estudiar y ser enfermeras, maestras… que a día de hoy son los únicos modelos femeninos que les quedan. Las que podían estudiaban en casa a través de internet, pero eran una minoría. Tienen una resiliencia alucinante, y por eso no podemos abandonarlas. Un día le preguntamos a una doctora que todavía trabajaba si en un contexto así si prefería ser hombre o mujer. Nos miró muy seria y sin dudarlo dijo que mujer, "porque las mujeres somos más fuertes".
- ¿Cómo de difícil es acceder allí?
- Pudimos conseguir los visados gracias a los colegas de Unicef Afganistán, de otro modo es casi imposible que un periodista pueda entrar en el país. La recomendación oficial es no viajar allí bajo ningún concepto. Yo escribí a la embajada, que está en Pakistán, para avisar de que íbamos. Su respuesta, más o menos literal fue: "Afganistán no es un lugar para hacer turismo pero sí para encontrar grandes historias. Con Unicef están ustedes en buenas manos". Me parece un resumen perfecto. Nada es sencillo, pero ir de la mano de Unicef nos permitió tener acceso a lugares e historias que de otro modo hubiera sido imposible. El tiempo que estuvimos me quedé en el compound de Naciones Unidas, que es una especie de fortaleza blindada a las afueras de Kabul. Ahí vive y trabaja todo el personal internacional de las diferentes agencias ONU. Para entrar había que pasar un sinfín de controles de todo tipo: rayos X, perros, espejos antibombas lapa... Aparte de la típica tarjeta de identificación, me dieron una radio personal, me pusieron un nombre en clave y tuve que rellenar un documento de prueba de vida, con preguntas y respuestas que sólo podía saber yo, para poder identificarme en caso de sufrir un secuestro. Cada tarde tenía que reportar que estaba bien. Nos movíamos en coches blindados de cinco toneladas, en el maletero llevábamos cascos y chalecos antibalas y estábamos obligados a llevar una escolta de talibanes armados hasta los dientes que nos seguían a cada paso que dábamos. No podíamos hablar con ellos ni mucho menos sacarles fotos, eran del Batallón Badri 313, la élite de las Operaciones Especiales afganas (esto lo supimos luego). Todas las carreteras están llenas de ‘check points’, es como si la guerra no hubiera terminado nunca. Los talibanes ahora están enfrentados a Estado Islámico, que sigue operando perdido en las montañas y, además, han surgido otros grupos terroristas. "Es un poco como la vida de Brian", nos explicaron. Para más inri, la persona que nos tenía que acompañar y hacer de guía y traductora se puso enferma la primera noche y casi tuvimos que cancelar varios días de misión, así que tuve que asumir más responsabilidades de las que tenía previsto sin estar preparado para ello y sin tener ni idea del país. Pero quedarnos en la habitación no era una opción. ¡Incluso vivimos un pequeño terremoto! Por suerte, todo salió bien.
- Y entre tanta imagen durísima, ¿qué diría que fue lo que más le impactó del viaje?
- Sin duda, la situación de las niñas y las mujeres. Es extremadamente complicado describirlo con palabras. Se me sigue haciendo un nudo en el corazón cuando lo pienso, tengo muchas miradas clavadas en la retina y creo que me van a acompañar toda la vida. Eso, y una extraña sensación de tensa calma que lo rodea todo en la que sabes que en cualquier momento puede pasar cualquier cosa y ninguna buena. No lo había vivido ni sentido nunca: hay algo en el ambiente que hace que tu mente esté siempre en alerta, te agota sin darte cuenta.
- En el viaje, ¿les acompañaban mujeres periodistas? ¿Cómo fue la experiencia para ellas?
- Sí, Carolina, una mujer increíble y una periodista de pura raza. Es joven y era su primera gran misión internacional. Yo insistí mucho en que era importante que viniera una mujer, porque su mirada y su experiencia iban a ser muy diferentes a la nuestra y era fundamental tenerla en el equipo. Primero por su natural empatía hacia niñas y mujeres, pero también porque en varias ocasiones tuvo que vivir en sus propias carnes experiencias terribles. Comunidades en las que nos recibían pero a ella la excluían, nos invitaban a un té a todos menos a ella, ignoraban sus preguntas… cosas así. También fue la única que pudo entrar en las habitaciones en las que estaban recluidas las mujeres: luego nos contaba lo terrible que era todo, le contaban cosas terribles, le pedían cosas para los niños. Ella durante toda la misión tuvo que vestir hiyab, y recuerdo que al llegar a Dubai, cuando regresábamos a España, se lo quitó y me sorprendí, porque era la primera vez que le veía el pelo. Sé que no fue fácil para ella y le agradeceré eternamente haber tenido esa valentía de venir sin pestañear. Ha hecho varios videos para El País en los que relata su experiencia, son brutales. He hablado con ella hace poco y me decía que todavía no había podido sacarse la misión de la cabeza.
- Cuesta mucho imaginarse una vida así...
- No creo que a eso se le pueda llamar vida, sinceramente. Es duro decirlo, pero cualquier perro callejero de un suburbio de Kabul tiene más vida, más derechos, que una mujer ahora mismo en Afganistán, al menos los perros pueden ir por la calle libremente.
- ¿Y realmente sirve de algo la acción de las ongs? ¿Qué pueden hacer en casos tan flagrantes de restricción de libertades?
- Sin el trabajo de organizaciones como Unicef, la realidad sería todavía más dramática. En 2021, cuando todo el mundo se fue de Afganistán, Unicef se quedó y decidió que no abandonaría a los y las afganas a su suerte. Fueron prácticamente los únicos y sólo su presencia es fundamental porque ejercen de observadores y de nexo con el resto del mundo. Pero el día a día sobre el terreno es complicadísimo. Básicamente es un continuo -y peligroso- juego diplomático del ratón y el gato, en el que estiras todo lo que puedes, recoges cable y vuelves a empezar, sabiendo además que a cada paso que das tienes millones de miradas sobre ti, juzgándote sin tener ni idea de la realidad. Continuamente trabajan bajo la amenaza de expulsión del país. Cuenta Jesús en el reportaje que un diplomático le decía que, pese a todo, los talibanes no pueden prescindir de ellos porque les hacen el trabajo que deberían hacer ellos: mantienen los hospitales, no sólo llevan medicamentos o equipos médicos, también pagan miles de nóminas y forman a profesionales. Lo mismo con la educación y otros servicios esenciales para la infancia y sus familias, todo habría colapsado sin ellos. Unicef, mucha gente no lo sabe, también es la organización más potente del planeta en temas de agua, higiene y saneamiento (lo que en el mundo humanitario se llama WASH). Hemos visitado pueblos perdidos en las montañas, en la provincia de Sorobi, donde enfermedades como el cólera eran prácticamente endémicas hasta que Unicef ha llevado alucinantes obras de ingeniería hidráulica que han permitido purificar el agua del que se abastecen poblaciones de decenas de miles de personas. Antes los niños y las niñas enfermaban o tenían que recorrer largas distancias en busca de agua potable, por lo que no iban al colegio. Ahora tienen un grifo en su casa gracias a un sistema sostenible y resiliente. Yo iba por esas comunidades, me veían con el chaleco de Unicef y muchos padres venían a abrazarme con lágrimas en los ojos porque aquello les había cambiado la vida.
- Cuando vuelve uno a la comodidad de casa después de estar en un país así... ¿Ve la vida de otra manera?
- De cada misión he vuelto un poco tocado. El trabajo humanitario siempre es duro, y trabajar con niños y niñas todavía más. Es imposible no empatizar, no sufrir, no llorar. No es un trabajo para cualquiera. Yo he tenido que formarme mucho antes de hacer lo que hago, y aun así nunca estás preparado para muchas de las situaciones que vives, para muchas de las historias de escuchas, para muchas de las personas a las que conoces. Intentas que no sea así, pero es inevitable: te afecta. Vuelves a tu casa, a tu entorno seguro, a tu vida normal y piensas que todo el mundo a tu alrededor está loco, que se preocupan por cosas absurdas, por eso que llamamos problemas del primer mundo, y se olvidan de lo realmente importante, que es vivir y, a poder ser, vivir con dignidad. Normalmente encuentro refugio en mi pareja, en mi familia, en mis amigos y poco a poco se me va pasando el cabreo. Pero siempre se queda un poco de resquemor por ahí escondido, que creo que es el que me impulsa a querer seguir cambiando las cosas, así que bienvenido.
- ¿Qué proyectos profesionales tienes ahora en mente? ¿Qué le gustaría hacer?
- Como tanta gente, ahora mismo estoy buscando trabajo. Ojalá pueda seguir en algo relacionado con el tercer sector y con la comunicación, pero no me cierro ninguna puerta y por suerte tengo mucha experiencia en varios frentes, así que creo que puedo encajar en muchos sectores, no se me caen los anillos. La única línea roja que me he puesto es poder quedarme en León, al menos como base, aunque tenga que moverme puntualmente. También me gustaría escribir, estudiar fotografía, quizá exponer material que tengo o dar alguna charla en colegios, y hacer algo de tipo documental...
- ¿Echa de menos la vida profesional en una redacción?
- El periodismo es una pasión. Por suerte nunca he dejado el mundo de la comunicación y he podido trabajar con prensa al más alto nivel internacional, lo que creo que ha sido un privilegio. No sé si me veo ahora volviendo a una redacción como tal, pero sí colaborando o desarrollando proyectos puntuales con medios de comunicación. Es lo que llevo en la sangre, y la cabra siempre tira al monte.
- ¿Cree que ha cambiado mucho la profesión en los últimos años?
- En su esencia, no. Al final del día nos seguimos dedicando a contar historias. Historias que merezcan la pena: interesantes, humanas, rigurosas y, sobre todo, honestas. Hoy hay muchas más oportunidades para contar historias, hay más tecnología, más canales… pero cada vez hay menos honestidad y más intereses espurios. Es muy fácil hacer pasar historias ficticias o directamente falsas por verdaderas. Es un problema muy grave que ya nos está pasando factura como sociedad. Pero el periodismo sigue siendo el oficio más bonito del mundo cuando se hace desde la honestidad.
- ¿Y cómo ha encontrado León después de unos cuantos años fuera?
- Entre unas cosas y otras, fueron diez años viviendo en el extranjero. Obvio que no es fácil volver. Hay algo que llaman el síndrome de Ulises, que cuando regresó a Ítaca tras su odisea esperaba que todo siguiera igual que cuando se fue, pero en realidad la vida había seguido sin él y todo había cambiado: no entendía nada. Al principio me pasó un poco eso. Tuve que hacer un esfuerzo por ponerme al día con la ciudad, con la gente, porque como es lógico la vida no se había detenido a esperarnos. Pero recuperar la cercanía de tu familia, de tus amigos, de tu barrio, después de tanto tiempo lejos bien vale ese pequeño esfuerzo. Fueron unos meses de readaptación y ahora ya no me echan de aquí ni con aceite hirviendo.
- ¿Ha encontrado algún lugar donde la calidad de vida sea mejor que aquí?
- En cada lugar en el que he vivido he sido feliz, tengo bastante facilidad para adaptarme y he tenido la suerte de encontrar buenos amigos que se han convertido en familia, además de haber estado con mi pareja, que es una parte fundamental de mi vida. Es cierto que la calidad de vida en España, y en León, es muy muy alta, pero me niego a ensimismarme con la idea de que es lo mejor porque eso nos llevaría al paroxismo. Soy un inconformista irredento y prefiero pensar que todo, siempre, puede mejorar y que todos podemos y debemos aportar para que así sea.
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Participante en misiones humanitarias de Unicef por medio mundo, el reportero Alfonso F. Reca relata que el emirato islámico es el país que más le ha impactado por su extrema dureza. "Las caras de las mujeres han sido borradas hasta de los anuncios que ves por la calle"
"El espacio se está democratizando, y todo lo que implique invertir en su tecnología va a repercutir de manera positiva"
Tenía numerosos antecedentes policiales y agredió a los agentes que participaron en la intervención, en San Andrés del Rabanedo