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La obesidad como trastorno alimenticio: "Es una enfermedad cruel, mi hija se comía su ansiedad"

Con motivo del Día Internacional de Lucha contra los Trastornos Alimentarios TRIBUNA ofrece una serie de testimonios en colaboración con la Asociación salmantina. Primer capítulo.

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La obesidad como trastorno alimenticio: "Es una enfermedad cruel, mi hija se comía su ansiedad"
Freepik.
María  Pedrosa García
María Pedrosa García
Lectura estimada: 5 min.
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El primero de los tres capítulos que Tribuna de Salamanca ha elaborado con motivo del Día Internacional de Lucha contra los Trastornos Alimentarios relata la historia de una madre que prefiere mantenerse en el anonimato, por ella, pero y sobre todo, por su hija. Considera que existe mucho "estigma social" respecto a una enfermedad de salud mental por la que se pasa en "soledad", sin apenas información y con una mochila de odio detrás: "Creo que hay gente que se llega a avergonzar de mi hija"Hablamos de un trastorno alimenticio por ingesta de alimentos, hablamos de obesidad derivada del acoso escolar. 

A lo largo de esta serie que pretende informar sobre una enfermedad y una lucha silenciosa, una enfermedad que esconde más de lo que enseña, una enfermedad, en el sentido más amplio de su significado, no una elección ni un capricho; se trabaja de la mano de la Asociación de Trastornos Alimenticios y Obesidad de Salamanca. Así, se tratará un testimonio por anorexia nerviosa en primera persona y varias experiencias de padres y madres que en un recuerdo del pasado tratan de trabajar por un futuro mejor. 

E.G.F. habla de su hija, de una vida en la que llegó a pesar 110 kilos siendo menor de edad y que ve la luz, un final con 26 años. Tenía solo 12 años cuando comenzó a sufrir 'bullying', con el tiempo tuvo que dejar el colegio. Fue ingresada tras consultas médicas en las que nadie habló de salud mental, solo de dietas y ejercicio. Cuando nadie entendía como podía ayudarla, logró por sí misma pedir ayuda, a su manera y allí estaba su madre, que se agarró al único hilo que resistía del ovillo para poder encontrar la normalidad. Ese día ella venció a la enfermedad y hoy lo puede contar. 

Ingreso por dificultades respiratorias 

En su familia se seguía una dieta completa y variada, no había excepciones, pero su hija comenzó a engordar, por lo que decidió llevarla al médico. "Antes era muy ignorante y buscas soluciones en base a lo que otros te dicen. Nos dijeron que siguiera una dieta y que hiciera deporte. No sirvió de nada, la derivaron al endocrino y más de lo mismo". 

Segunda etapa, instituto. "Entró con más peso y los niños son crueles. No me he enterado hasta años después, pero a mi hija le han dicho barbaridades tales que no quiero ni recordarlas. Llegó a autolesionarse con un compás". La autolesión como salida al dolor interno que llegan a sentir, necesitan un dolor físico para olvidarse por momentos de lo que sufren por dentro. Se aisló y como madre "no sabes qué hacer". "Hacía todo lo que me decían los médicos, pero no veía un cambio, no sabía qué hacer", explica. 

La situación era límite y como consecuencia de su TDH comenzó a ir a una psicóloga. Cuatro años después le diagnosticaron un trastorno de la conducta alimentaria como respuesta a una depresión. "No era ella, estaba muy triste, cada vez engordaba más y cada vez estaba peor. Era la pescadilla que se mordía la cola; cuanto peor estoy más como, cuanto más como más engordo, cuando más engordo más se meten conmigo y yo misma me acepto menos y maltrato mi cuerpo. Es un círculo vicioso", relata. 

Así llego a estar ingresada en la Unidad de Trastornos Alimenticios del Hospital de Salamanca, en un régimen de día, en el que las noches las pasaba en casa. Sin embargo, de los tres meses que iba a estar únicamente estuvo siete días. "No me dieron ninguna explicación, pero sé que hacía mal a las que estaban ingresadas. Nos fue muy mal. Mi hija me decía que le daban de merendar un trozo grande pan con queso, no había un tratamiento específico para el trastorno de mi hija. Hablo de hace diez años, no sé ahora". 

Tuvo que volver al instituto, por lo que la cosa "fue de mal en peor", forzada a cambiarse de instituto y no poder hacer bachillerato. Ahí fue donde apareció el hilo de ayuda, "me dejó un bote de nocilla vacío delante del mueble del televisor de la cocina. No saben pedir ayuda, pero me lo dejó por algo". Un cartel que pedía ayuda a gritos. Una ayuda para salvar su propia vida después de estar ingresada con dificultades respiratorias. 

Esa ayuda llegó con una búsqueda en internet en la que encontraron el centro privado de ingreso 24 horas en Salamanca. Después de conversaciones efímeras con médicos de salud primaria, en las que nunca se hablaba de salud mental, Internet tuvo la respuesta. "Allí conocí al resto de partes que formamos la Asociación, siendo nuestro único objetivo informar, asesora, dar todo lo que nosotros no tuvimos. No son ellos, mi hija la ansiedad se la comía". 

En el centro la dejaban salir para ir al instituto, pero no iba; en las salidas, volvía a comer; y cuando se vio forzada a estar 24 horas se escapó. Al ser mayor de edad, debía de poner una denuncia, una lucha más. Se fue, pero su madre no la dejó de lado nunca. "Me decían que la tenía sobreprotegida, que debía hacerme la fuerte para que volviera, pero yo hablaba con ella y le decía que la apoyaba, que quería que volviera a casa. Estuvo un año fuera. La enfermedad es muy cruel, por eso hay que acompañarlas todo el rato y finalmente volvió". 

El último capítulo se cierra con la familia, quién si no. La joven regresó a su hogar con unas normas, con tratamiento y la visita continua a una psicóloga especialista en estrés post traumático. "Los traumas infantiles de mi hija le han marcado. Siempre eché de menos un porqué. Estas enfermedades siempre esconden algo", señala. 

Ahora mismo sigue yendo a la Unidad para el control de medicación, sin ella no hubiera sido posible adelgazar. El nutricionista la ve cada medio año, al igual que el psiquiatra, trabaja y lo más importante: está viva. 

¿Cómo está ella, se ha curado la herida de la madre? "Los padres pasamos por tantísimos momentos... hay parejas que se llegan a divorciar, normalmente somos las madres las que más nos implicamos, pero cada uno pensamos de una manera. Sigue habiendo gente que piensa que es un caprichoso. Sufres porque te sientes impotente, no les comprendes y mis familias no me entendían. A mi me han dicho que era una 'tontería', cosas como 'madre mía como está tu hija, si fuera la mía la ponía firme'; y me sentía peor, porque no lo podía hablar con nadie. Sólo lo entienden las personas que lo viven, de ahí la Asociación. Y otro problema, el económico. Cuesta mucho dinero, porque es muy largo, tienes que estirar la manta como puedes porque lo primero es lo primero". 

 

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