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"Me llamo Asdín y a los 10 años llegué a España debajo de un camión"
Desde Tanger a Algeciras y de allí a Salamanca. Su historia es de superación, con tan solo 21 años recuerda su pasado, pero sólo piensa en el futuro
"Me llamo Asdín y a los 10 años llegué a España debajo de un camión". El joven que se alza detrás de un micrófono en el auditorio de la Escuela Santiago Uno en las Jornadas celebradas con motivo del Día Mundial de la Infancia, tan solo tiene 21 años. Cuando habla, lo que cuenta y cómo lo cuenta, parece sacado de una película, de un hecho lejano a nuestra realidad del día a día, parece relatado por una persona adulta. Lo es, pero en su carnet sólo se disponen 21 años de edad, estudia y trabaja, y desde antes de cumplir los 10 soñaba con un mundo mejor que veía a través de la pantalla.
"Veía Instagram, Facebook, las fotos... decidí que quería ir a España. Se me metió un sueño en la cabeza", comienza a contar.
Su infancia la define como "normal y corriente". Recuerda salir a jugar con sus amigos, rezar en la mezquita o ir a clase. Pero un día define su día. Sin previo aviso cogió un autobús y llegó a Tanger: "Allí cogí el primer camión que vi. Hablé con el señor, no me dejó y después de siete días esperando a que llegase otro camión de mercancías, me echaron una mano y me pude colar. Llegué más o menos en el 2012 a Algeciras y allí estuve en un centro de Cruz Roja. Tras un largo paseo por España, llegó a Salamanca".
Ya en la capital salmantina fue acogido en el Centro de Menores Molino, donde comenzó a tener problemas de conducta. "Sentía que no encajaba. Me pegaba con todo el mundo, discutía con todo el mundo, me escapaba todos los días de clase y empecé a consumir tóxicos porque me juntaba con gente con la que no podía ser yo mismo, por lo que cambié yo", relata. Fue tal el límite al que llegó que trató de huir de España, desplazándose a Barcelona para pasar la frontera francesa. Tenía tan solo 14 años y detenido por la Policía.
Posteriormente, se decidió trasladarle de nuevo a Castilla y León, en concreto, al Centro Zambrana, para volver a Salamanca, ahora sí, a la Escuela Santiago Uno. Ha sido aquí donde ha cumplido la mayoría de edad, donde se ha formado, pero donde ha vuelto a recaer. "Estuve tirado, consumiendo tóxicos... y, finalmente, desde el hospital llamaron a Santiago Uno". Desde el centro no se lo pensaron, una segunda oportunidad: "Ahora estoy estudiando Integración Social e intento tirar hacia adelante como puedo".
Lo más importante en mi vida ahora mismo es superarme a mí mismo
En ese tirar hacia adelante "como puedo", su principal fuente de motivación es superarse a sí mismo. Primer objetivo, sacarse Integración Social para lograr un trabajo y, segundo objetivo, "tener una vida normal". "Saco fuerzas de la gente que cree en mí, a pesar de haberme visto en mis peores momentos. Ellos son mis ganas de querer despertar todas las mañanas", reconoce.
¿Ha sentido desigualdad en algún momento como consecuencia de su origen en España? "Viviendo aquí... sí la he sentido. Un chaval de 11 años, que viene debajo de un camión desde su país, que no habla el idioma y que no sabe hacer nada en clase, pues suelen tener prejuicios sociales hacia él... ¿cómo los he curado? Dándome igual todos. Es cierto que a veces me afecta, pero racismo como tal nunca he sufrido. Creo que al llegar aquí renuncias a tus raíces y orígenes para integrarte, debes intentar encajar en la sociedad, porque la gente te ve rara. Siempre me he sentido juzgado, por qué como algo, por qué no, porqué hago una cosa o la otra...", reconoce.
Sin embargo, finaliza resaltando puntos de unión entre las culturas, que "todos somos personas". "Todos los que estamos aquí respiramos, comemos, vamos al baño, sentimos cariño y dolor... creo que eso es lo que nos debería unir. Todos sentimos, aunque no hablemos el mismo idioma, comamos la misma comida o hagamos las mismas cosas".
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