15/12/2024
La izquierda olía sangre en Galicia, pero los resultados electorales han afianzado hasta lo que vaticinaban las encuestas, salvo el engendro habitual del CIS en su trabajo oscuro dedicado a intentar influir en las tendencias y, sobre todo, alimentar las analíticas previas en una noche que apagó enseguida las expectativas de cambio. Incluso con los errores de Feijóo en su mochila, el Partido Popular volverá a gobernar Galicia en solitario pero la clave nacional también despeja una importante incógnita que amenazaba la estabilidad de los populares.
Las elecciones autonómicas de Galicia se habían enredado en la segunda semana de campaña por el nuevo patinazo de Alberto Núñez Feijóo. Ese tímido guiño a la Amnistía o a un hipotético acuerdo con Junts en su momento fue aprovechado por la izquierda para lanzarse vorazmente contra el presidente del PP hasta el punto de elevar esta cita electoral a la categoría de plebiscito sobre su liderazgo nacional. Incluso, algunos habían advertido que este lunes sería un día de cuchillos largos en la sede de Génova cuestionando a un Feijóo incapaz de retener el gobierno en su tierra, un habitual feudo de mayorías absolutas del Partido Popular.
En esta conjunción de todos contra el PP, parece que pasa inadvertido el absoluto descalabro del PSOE. A Pedro Sánchez le vale cualquier alianza, eso ya lo ha demostrado, en su propósito de aniquilar las opciones de su principal adversario político. Los socialistas gallegos centraron sus energías en la suma con el BNG sin atender a que estaban siendo devorados por un partido independentista de corte radical en cuestiones determinantes, como la inmersión lingüística. Los resultados son evidentes y el trasvase de votos socialistas al Bloque debería convertirse en la primera reflexión seria sobre la estrategia socialista, que copia las alianzas de Sánchez con todo aquel que le sirva.
Esta convocatoria electoral tenía toda la lógica. Alfonso Rueda había recogido el timón de Feijóo tras su salto a la política nacional y quería poner a prueba la capacidad de resistencia del Partido Popular sin su líder de los últimos años. Con todo el clima que se había creado en torno a estas elecciones, el resultado del PP es todo un éxito a pesar de haber perdido diputados con respecto a lo que cosechó hace cuatro años. Retener la mayoría absoluta era el objetivo porque no había otra alternativa posible. Al margen de los patinazos en campaña de Feijóo, que en la última semana no hizo alusión alguna a la Ley de Amnistía, el PP ha salido más que airoso y en Génova respiran profundamente ante la amenaza de nuevas turbulencias.
Otros partidos como Sumar y VOX arrojan un absoluto fracaso que, unido a los datos del PSOE, representan el caos para Yolanda Díaz y Santiago Abascal. Los líderes nacionales han pinchado, incapaces de transmitir aquello que escenifican desde el escaparate de Madrid sin profundizar en la idiosincrasia de estas elecciones con un marcado carácter autonómico.
Feijóo ha ganado su batalla más complicada. Pasado este trago, quizá sea el momento de iniciar una verdadera labor de oposición que, hasta ahora, ha tenido más sombras que luces. El acuerdo entre el Gobierno y Junts para la Amnistía y los indultos está más que próximo y la política española necesita que el partido ganador de las elecciones generales destaque por algo más que por los patinazos de su líder.