La tragedia española
Si algo caracteriza la tragedia griega es el conflicto, el debate entre dos alternativas que es además un dilema irresoluble. Sus protagonistas tienen que escoger entre lo malo y lo peor, lo horrible y lo fatal. En sus principios, con Esquilo, sólo había dos personas en escena y el trasfondo era siempre político. Así que desde el siglo VI antes de Cristo, cuando los griegos estaban inventando la democracia y el teatro, seguimos en lo mismo.
La tragedia griega es la precursora del teatro, de la ópera, del cine y de las series que ahora tanto nos fascinan. El propio Shakespeare bebía de ella y remedaba a Antígona en Hamlet o a Edipo en su Rey Lear. Y hoy, nuestro presidente, seguramente sin saberlo pues es más dado a escribir con la pluma de otra que a leer, se ha convertido en un personaje de Sófocles o del bardo de Avon. Y probablemente tampoco sepa que las tragedias siempre arrastran a sus protagonistas a un destino funesto.
Al ver todo este cambalache que Sánchez y Puigdemont se traen entre manos con la ley de Investidura, perdón de Amnistía, o mejor dicho de Impunidad, no puedo dejar de pensar en el Gloucester de Shakespeare, ciego al haberse arrancado los ojos él mismo como Edipo, guiado por su loco hijo Edgar disfrazado de mendigo, exclamando eso de "es el signo de los tiempos que los locos guíen a los ciegos". O al propio Edgar diciéndole a su padre "no hemos llegado a lo peor mientras todavía podamos decir esto es lo peor".
En esto ha acabado la política española, en el loco Puigdemont guiando al ciego Sánchez hacia el precipicio. Y han llegado al borde. Porque tras lo sucedido el martes, en esa nefanda sesión del Congreso en la que todos los socios del presidente se escudaron en la inmunidad parlamentaria para calumniar a jueces y magistrados, con acusaciones delictivas que no se atreverían a repetir lejos de la tribuna del Congreso y del amparo de su presidenta, solo hay tres escenarios posibles. Y, como en las tragedias griegas, todos son terribles.
El primero sería que Sánchez acabe cediendo otra vez a las exigencias de Puigdemont. Sánchez y Bolaños, ministro de casi todo y notario mayor del reino, en todos los sentidos, quedarían desnudos y vacío su discurso de cualquier apelación a la convivencia o al bienestar de Cataluña. Serían retratados en dolorosa mueca, mientras Miriam Nogeras les introduce una a una todas sus líneas rojas por el recto. Una imagen poco agradable para transitar por los tres años y medio de legislatura pendientes.
Atrás quedarían esos lejanos tiempos, allá por 2022, cuando Sánchez le decía a la diputada catalana aquello de "usted representa a un partido político que ha jugado con fuego y ha coqueteado con Putin". Aquellos tiempos en los que a Sánchez le preocupaba más la injerencia de Putin en los asuntos españoles y europeos que la de los jueces en los asuntos legales. Aquellos tiempos en los que denunciar los vínculos de Putin con Puigdemont era un ejercicio de responsabilidad y no una entrada VIP para la "fachosfera".
El segundo pasaría porque el loco se vea obligado a ceder, ante la presión de ERC o de sus votantes. Un trágala que difuminaría cualquier acuerdo o compromiso con Sánchez, esos que hicieron posible la investidura y que conduciría a una posición de bloqueo con un Puigdemont muy cabreado, que haría imposible cualquier ley, presupuesto o política social de este tan progresista gobierno de Pedro y Yolanda, que ahora se confiesa en televisión muy "forofa" de Amancio Ortega y de Zara, según se acercan las elecciones gallegas.
El tercer escenario es por supuesto que ni el ciego ni el loco estén dispuestos a ceder y sigan su camino hasta el abismo. Esto haría descarrilar esta legislatura imposible, para la que la amnistía es sólo la primera piedra. Preguntado el pasado domingo en La Vanguardia si promete que no habrá un referéndum de autodeterminación, un Sánchez tal vez ya escarmentado por la hemeroteca no se atrevió a prometerlo. Se limitó a explicar que "no estamos en esa propuesta sino en una completamente distinta".
Vamos que ya la cosa no va de que el referéndum sea inconstitucional, ni de que una parte de los españoles puedan decidir sobre el destino de España sin tener en cuenta al resto, ni siquiera de que, como dice en no sé dónde, "la soberanía nacional reside en el pueblo español". Ahora la cosa ya va de propuestas y de que esta no es la suya, pero puede ser la de otros. Y si así está siendo la "negociación" de la amnistía con los delincuentes a los que se va a amnistiar, no es difícil imaginar lo que sería el "diálogo" para el referéndum, con ellos amnistiados.
Pero seguramente, entre susto y muerte, como en el Rey Lear, el loco y el ciego opten porque la cosa se quede en susto. Y después de las elecciones gallegas, el uno o el otro se dejen hacer, porque este estado de exaltación de la amnistía al que han llegado Puigdemont y Sánchez no es fruto de una borrachera pasajera, ni siquiera de una convicción profunda, sino del miedo a ir a la trena de uno y a la repetición de elecciones del otro. Y estos son los fines que justifican todos los medios, la necesidad hecha virtud para no hacer de la virtud necesidad. De cualquier forma, nadie saldrá bien parado.
Mientras Sánchez y Puigdemont representan su peculiar tragedia griega, su obra de Shakespeare del ser o no ser, la gran tragedia de España se representa en otro teatro, hasta hace poco con escaso éxito de público. Pero se van llenando las butacas. Nuestra gran tragedia no es la amnistía, ni siquiera esa opereta a tres de Félix, Esteban y Didier en Bruselas para renovar el CGPJ, una tarea que según las leyes españolas no corresponde al Gobierno, ni al delgado de Feijóo, ni a un comisario europeo, sino al Congreso y al Senado.
Nuestra gran tragedia, a la que todos deberíamos prestar atención y acabaremos haciéndolo nos guste o no, es que los que nos dan de comer se mueren de hambre y de sed. Es la de unos agricultores difamados y calumniados, ni que fueran jueces, por el ecologismo urbanita que quiere hacer del campo un jardín. Y acogotados por una Unión Europea decidida a poner en manos del tirano de Marruecos y de otros sátrapas nuestra alimentación.
Nuestro problema no es tanto el Tsunami Democrátic, como el tsunami jurídico europeo que sólo en 2022 ha producido 391 iniciativas legislativas sobre sostenibilidad y medio ambiente que hacen imposible el trabajo de agricultores y ganaderos. Y nuestro problema es también el de un país que, con más de 28.000 hectómetros cúbicos de agua embalsada a día de hoy, el 51% de la capacidad total, se muere de sed o no puede regar porque la inquisición verde ha declarado prohibida la solidaridad con el agua y pecado mortal los trasvases. Esa es la gran tragedia española que, a diferencia de la griega, podría tener un final feliz si nos olvidamos de las ideologías y buscamos soluciones en la ciencia, la razón y la ingeniería.