La historia encriptada (y III)
El profesor Tamames prosigue el relato recordando la actividad de Felipe II en busca de una paz universal
Terminamos finalmente la serie de tres escritos que componen el largo artículo "La Historia encriptada" en el que hemos tratado de señalar los principales pasos de la presencia de España en la realidad universal a que tanto contribuyó nuestro país a desarrollar plenamente. Precisamente hoy, en este último artículo de la serie llega lo menos recordado de lo que fue la gran actividad de Felipe II en busca de una paz universal. A propósito de crear un Imperio planetario, con un polo en China y otro en España, un propósito que no llegó a prosperar más allá de las ideas, porque incluso Felipe II no tenía un poder ilimitado.
- Felipe II, el Pacífico y China
Para no alargar demasiado la presente narración, ha de recordarse que preocupado por el alto precio de las especias, más tres décadas a partir de Magallanes-Elcano, en un momento de relativa calma de su incipiente reinado -después de la Batalla de San Quintín, 1558, y de la subsiguiente paz de Cateau Cambresis, 1559-, a su vuelta a España desde Flandes ya como Rey, Felipe II encargó a Luis de Velasco, Virrey de la Nueva España, que organizara una expedición para hacerse con la parte de la Especiería no perteneciente a Portugal. Se originó así la expedición desde la Nueva España a Oriente, con la inestimable sabiduría del cosmógrafo Andrés de Urdaneta, que muy joven había acompañado a Juan Sebastián Elcano en su segundo y letal viaje de 1526.
Urdaneta laboró con Legazpi y sus hombres en la ocupación de las Islas Filipinas, y fue el verdadero configurador de tornaviaje desde Manila a Acapulco en la Nueva España, por una ruta al norte de las Islas Hawái. Lo que permitió el funcionamiento ulterior, durante más de dos siglos y medio, de la navegación del Galeón de Manila, o Nao de la China; verdadera Ruta Marítima de la Seda: desde Cantón a la capital de las Filipinas, con ulterior rumbo a Acapulco, para luego cruzar por tierra el istmo a Veracruz, y nueva navegación a Sevilla. La más larga estela marinera de la historia naval a vela.
El caso es que tras la toma de posesión de las islas que llevan su nombre, Felipe II no volvió a hacer más conquistas, si bien consolidó con eficacia los virreinatos de México y Perú de una posibilidad de independencia prematura. Y se negó a intervenir en China, cuando se lo pidió el Cabildo de Manila en 1576: tenía otra conquista pendiente que le pareció más urgente: la Empresa de Inglaterra. Y aún recibió el Rey una nueva propuesta de control de China, en 1583, cuando ya era, desde 1580, soberano de Portugal, iniciativa que también rechazó.
Lo que seguramente pensó Felipe II fue la formación con China de un Orbs Imperium, abarcando toda la Tierra. Y en ese sentido, el monarca de España y Portugal tuvo la intención de enviar un gran embajador al Emperador en Pekín, en la persona de Juan González de Mendoza; que estuvo preparando su viaje a Pekín durante años, a lo largo de los cuales escribió un importante libro sobre China, en el que narró lo que los navegantes españoles le que habían estado hablando sobre el Celeste Imperio.
- La empresa de Inglaterra y la felicísima Armada
En otras palabras, Felipe II, que había querido ser la testa coronada del Sacro Imperio Romano Germánico -algo que impidió, con su buen saber Carlos V-, podría haber sido con el de la China el definitivo Coemperador del Orbe. Pero a efectos de convertir ese propósito en realidad, el obstáculo definitivo era Inglaterra.
Felipe II había sido rey, más que consorte, de los ingleses entre 1557 y 1558; como marido de su prima, María Tudor, hija de Enrique VIII y la infanta española Catalina de Aragón. Sin embargo, del tal matrimonio de Mary con Philip, King of England, no hubo descendencia. Y la idea de casar con Isabel I de Inglaterra (la Reina Virgen), a fin de evitar el gran conflicto en ciernes, no tuvo éxito: así las cosas, los navegantes ingleses se dedicaron con singular denuedo a saquear las flotas españolas de Indias, y desde Londres se prestó decisiva ayuda a los rebeldes holandeses en los Países Bajos: Inglaterra, era el verdadero problema para los designios de Felipe.
A fin de acabar con ese gran obstáculo, se preparó la invasión de Inglaterra, para lo que el Rey de España y Portugal designó a Don Álvaro de Bazán como almirante español. Por su enorme prestigio al haber dirigido la flota aliada en Lepanto (1571) contra los turcos, y también por haber librado la batalla de la Isla Terceira en las Azores (1582), contra portugueses y sobre todo franceses. A él dedicó Lope de Vega su célebre octava real:
El fiero turco en Lepanto,
en la Tercera el francés,
y en todo mar el inglés,
tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
dirán mejor quién he sido
por la cruz de mi apellido
y con la cruz de mi espada.
Sin embargo, en el curso de los preparativos de la Armada, la imprevisible muerte del Marqués de Santa Cruz hizo recaer el encargo final de Felipe para la Empresa de Inglaterra en el Duque de Medina Sidonia (Alonso Pérez de Guzmán y Sotomayor); con quien, a su frente, la expedición acabó siendo una verdadera catástrofe: la Armada -que nunca llamó Felipe II Invencible, sino Grande y Felicísima- quedó desbaratada en las aguas del Canal. En gran parte -como verificó el historiador Geofrey Parker-, por no seguir el Duque de Medina Sidonia los consejos del gran navegante que de él dependía: el vasco Juan Martínez de Recalde, de quien no hizo caso en propuestas que podrían haber comportado la victoria española.
Y con el triste final de la Invencible -aunque luego hubiera momentos históricos de gran recuperación y de notables hechos de armas en el Mar en la defensa del Imperio Oceánico de España, con un Blas de Lezo, por ejemplo, en Cartagena de Indias frente al Almirante Vermon-, la derrota de la Armada supuso el final de un sueño de un Imperio mundial compuesto con la enigmática China. Con un resultado previo impresionante: en poco menos de un siglo (1492-1588), España ocupó todo su hemisferio de Tordesillas: la América y el Pacífico, configurándose el gran Océano como el Spanish Lake; según subrayó el historiador OHK Spate, en su libro de ese mismo nombre, en el que incluyó las hazañas especiales en el Pacífico Sur de Mendaña y Quirós desde el Virreinato de El Perú, así como de Torres, primer europeo que avistó Australia.
- El sueño del imposible imperio ecuménico
Habrá que pensar -además de repasar las ideas y pensamientos que ya hay en la historia de Felipe II-, cómo el Rey Prudente (o no tanto), encajó el desastre de la Armada felicísima, más allá de aquello de "yo mandé mis naves a luchar contra los hombres, y no contra los elementos". Tal vez en un archivo ignoto haya alguna anotación en la que el Rey se lamentara, efectivamente, de no haber llegado a construir el gran Imperio ecuménico en combinación con el Emperador de la China.
Ahora, que estamos en medio de una vorágine política inusitada en España, será bueno recordar lo que pudo ser el sueño ecuménico de Felipe II. Y si lo he traído a colación con este escrito, es sin nostalgia alguna, y sin intención de configurar una ucronia. Pero sí que estuvo en mi intención recordar lo que España fue capaz de hacer en otros tiempos; cuando, como dijo Pío Baroja, éramos en verdad quijotescos.
Seguiremos con otras cosas el próximo viernes, y mientras tanto, el autor desea a los lectores un 2024 interesante, y queda a su disposición en castecien@bitmailer.net.