La provincia alcanza los 23.443 inmigrantes, contribuyendo al récord regional de 225.892 personas extranjeras en Castilla y León
La historia de Nabil, de la frontera con Melilla a Santiago Uno: "Mi mayor miedo es verme sin estudios y sin trabajo"
Vino para ayudar a sus padres, para que tuvieran una vida digna; tras mucha soledad, encontró en Santiago Uno otra familia
Hay historias que llegan, que invitan a la reflexión, que implementan la empatía. Los objetivos marcados en la Jornada 'Niños y niñas de las fronteras' organizada por la Escuela Santiago Uno con motivo del Día Mundial de la Infancia se han cumplido, de sobra. Con sentarte y escuchar activamente bastaba para conocer una realidad cercana en lo físico, aunque alejada en muchos casos, desde el punto de vista mental. La Escuela Santiago Uno, de nuevo, se ha convertido en la ventana a través de la que ver historias de superación. Entre ellas, la de Nabil, un joven que lleva tres años en Salamanca procedente de Marruecos.
Llegó con 16 años con la meta de llegar a un país con oportunidades y así mejorar la vida de sus padres. Su infancia la pasó al lado de su abuela, una vaca y dos ovejas, sustento vital para poder dormir en una casa construida con barro. Una experiencia límite que le llevó, con menos de 10 años, a trabajar para que su familia tuviera una vida digna. En la que puede ser una habitación individual para cualquier ciudadano de un país desarrollado, él la compartía con otras cinco personas, durmiendo en el suelo al lado de sus padres.
No podía más, a pesar de la insistencia de sus progenitores se arriesgó. Cuando cumplió 16 años decidió cruzar la frontera en Melilla y tras sufrir agresiones físicas, momentos "duros, pero que no pasa nada", según relata; lo logró a tres meses de cumplir los 18 años.
Presuroso en aprovechar el tiempo y en convertir en real aquella oportunidad con la que soñaba desde el otro lado del mar, acudió a un centro de menores, para cumplir los 18 años en Puente Vida, una casa de acogida en el barrio de Chamberí de Salamanca, donde "te forman y te dan un techo sobre el que dormir".
Allí se formó, lo que le permitió mantener sus papeles en regla en España. Justo después, de nuevo, decidió aprovechar su tiempo y se sacó el carnet de conducir para terminar en Santiago I, donde le trataron como si fuera de su propia "familia". Estudia para tener un futuro mejor, también trabaja para poder ser independiente y mandar dinero a su familia.
Los aplausos resuenan en el auditorio.
Ahora, con una vida más o menos estable, reconocerse sentirse "orgulloso" del camino recorrido, reconociendo la ayuda de gente extraña. "Lo que me hace seguir adelante en estos momentos son mis padres que me llaman todos los días y me dan fuerzas", señala.
Ahora bien, no todo ha sido tan bonito como estás palabras parecen hacer bien. Reconoce que la sensación de racismo siempre ha estado presente durante su presencia en España: "Cuando voy a un supermercado me miran mal. Me persiguen por los pasillos, porque me ven con cara de... 'moro' (risas). El racismo nunca se acaba. La cultura no es la misma, pero me he intentado adaptar".
Sin embargo, sí cree que existan puntos en común; "solidaridad" y "apoyo" entre ambas sociedades para llegar al fondo de la cuestión: todos somos personas.
Y finaliza: "Mi mayor miedo es verme sin estudios y sin trabajo. Lo que más me desanima es estar lejos de la familia y perderlos por estar aquí".
La oferta de alquiler en Salamanca disminuye mientras los precios se disparan
Los vecinos de Puente Ladrillo anidan severas discrepancias ante la posibilidad de albergar un centro de inmigrantes, cuya naturaleza no está confirmada
Un espacio innovador dentro del centro comercial que apuesta por la cultura y el entretenimiento en directo