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"España es uno de los países más puteros del mundo"
La doctora en Sociología Beatriz Ranea Triviño desvía esa mirada histórica centrada en las prostitutas hacia la cara más invisible de la prostitución
España es "uno de los países más puteros del mundo", tiene una "cultura putera bien asentada" que concibe la prostitución como "una práctica más a la que los hombres pueden acudir" sin recibir ningún tipo de reproche ni sufrir estigma alguno, al contrario de lo que sucede con las mujeres.
Ante este desequilibrio, la doctora en sociología e investigadora feminista Beatriz Ranea Triviño desvía esa mirada histórica centrada en las prostitutas hacia la cara más invisible de la prostitución, "los prostituidores", en el ensayo 'Puteros. Hombres, masculinidad y prostitución' (ed. Catarata).
Ranea explica, en una entrevista con Efe, que existe un "interés político y cultural" por invisibilizar el papel de los puteros en la prostitución, un "agujero negro" al que contribuyen un contexto social tolerante y un "silencio institucional" que no ha querido investigar esta realidad.
Silencio e invisibilidad
Las últimas estimaciones oficiales que existen de hombres que recurren a la prostitución datan de 2009 y 2010 y hablan de entre un 32 y un 39% de varones que han pagado por acceder a tener sexo. Lo habitual es que repitan a lo largo de sus vidas.
Esas cifras sitúan a España "entre los países más puteros de Europa y del mundo" y Ranea sostiene la hipótesis de que los números actuales son "similares o mayores".
La investigadora señala que el castellano dispone de "un amplio repertorio" para nombrar a mujeres en prostitución, que también se usa para insultar a cualquier mujer: prostitutas, trabajadoras sexuales, meretrices, cortesanas, hetairas, mesalinas, mujeres de vida alegre, putas, rameras, fulanas, zorras...
Sin embargo, "para designar al demandante, putero es el único término con sentido específico", aunque se les suele llamar clientes, un término "mercantilista y neutro".
"La invisibilidad actúa como un escudo que protege el privilegio masculino que perpetúa la conducta putera", escribe la investigadora. Por eso, su objetivo pasa por poner el foco en las decisiones de los hombres que deciden convertirse en puteros y dejar a un lado la discusión sobre la libertad y las decisiones de las mujeres.
"No hay un perfil de putero"
En España, subraya, existe "una cultura putera bien asentada" en la que la prostitución se ha interpretado muchas veces desde la broma y la banalización, y los espacios de prostitución han sido lugares muy relevantes para la socialización masculina, donde se han cerrado pactos, donde los hombres van a hablar de sus temas al margen de las mujeres. Y no ha sido cuestionado por la sociedad.
No hay un perfil de hombre putero (por estrato socioeconómico, nivel académico, edad o ideología), "ni son monstruos, ni son desviados, ni son depravados", pero todos ellos han sido socializados en la masculinidad hegemónica, en una "cosmovisión machista" acerca del lugar que ocupan las mujeres en la sociedad como seres disponibles para satisfacer sus deseos sexuales unilaterales. "Todos los puteros son machistas", defiende.
El acceso a la prostitución tiene mucho que ver, arguye la investigadora, con una construcción del deseo masculino heterosexual en torno al poder y la supresión de la empatía. "El discurso habitual es que ellos pagan por sexo, y es cierto que es parte de lo que quieren conseguir, pero no deja de ser un medio para ejercer poder de forma directa o indirecta sobre un tipo de mujer que representa una feminidad que les cuesta encontrar fuera de los espacios de prostitución".
"Persiguen una proyección de una feminidad complaciente", añade, que disfrute de ser elegida por el hombre y no ponga límite a la sexualidad masculina.
"La prostitución existe como consecuencia de la desigualdad de género" y, en pleno auge de la cuarta ola feminista, se convierte en una "guarida" para los hombres que se oponen a los avances en igualdad.
Mientras se desmorona el rol tradicional de esposa-madre que complace y siempre está disponible para el hombre, mientras las mujeres ganan en autonomía, se refuerza la prostitución como lugar en el que quedan en suspenso los avances feministas, en el que los puteros no van a encontrar una interpelación crítica, sino una "feminidad complaciente".
En la prostitución, se "restituye" el poder masculino sobre las mujeres que en la sociedad se ha visto mermado.
Deshumanización
La socióloga manifiesta que para muchos puteros la prostitución es algo cómodo, fácil, práctico y rápido, frente a las relaciones consentidas que requieren cierto esfuerzo, tiempo y el reconocimiento de la subjetividad y el deseo de la mujer.
"Pagar por el sí está socialmente aceptado" en estos contextos donde no existen las "frustraciones masculinas". El hecho de pagar funciona como un "mecanismo para eliminar cualquier obligación social o ética" e incide en la deshumanización de las mujeres, que son tratadas como un producto.
Se da una sexualidad serial y compulsiva, y además en internet hay foros y páginas donde se evalúan el cuerpo y la cara de las prostitutas, como si fuera un artículo de Amazon.
Para caminar hacia un horizonte feminista, enfatiza la investigadora, "es indispensable desmantelar la cultura putera", concluye.
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