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El beso de Yolanda y Puigdemont

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España ha pasado del beso de Jenni Hermoso y Rubiales al de Yolanda Díaz y Puigdemont. Y ambos coinciden en algo: son impresentables.  Mientras el Gobierno exprime al máximo todo lo que pueda estirar del escándalo de la Federación de Fútbol, la vicepresidenta del Gobierno se presta a visitar a un prófugo de la justicia española que tiene y puede dar la llave de la gobernabilidad al bloque de izquierdas. En un país de contrastes como el nuestro, las cosas del fútbol siguen llamando más la atención que los gestos políticos y la líder de Sumar ha protagonizado uno de esos que deberían pasar a la historia por la carga visual que conlleva posar con una sonrisa indisimulada con la persona que puso en jaque a todo un país.

El Gobierno en funciones se ha quedado desnudo en una semana para enmarcar sus vergüenzas. Yolanda toma un avión y se planta en Bruselas para hablar de pactos con Carles Puigdemont, al que no se le rompen las costuras para plantear amnistía y referéndum. Conviene recalcar que un pacto de izquierdas es tan legítimo como uno de derechas. La diferencia del primero es que reside en elementos que abogan por la destrucción nacional, saltando por encima de nuestra Constitución y de la mano de formaciones políticas surgidas del foco terrorista que representó ETA en su momento. La visita de Yolanda a Bruselas ha sido un error manifiesto, impropio de una persona que se revela taimada en sus decisiones y que no ha tenido ningún problema en fulminar a los que considera sus adversarios poblando de cadáveres políticos toda su trayectoria. La voracidad de la vicepresidenta en funciones ha despertado al socialismo más tradicional que, al menos, coloca a Pedro Sánchez en la tesitura moral de tener que tragar con unas condiciones inasumibles para las que es necesario un jeroglífico encaje político. "No cabe en la Constitución", le soplan por todos los vientos al candidato del PSOE, pero la amnistía es una condición esencial para Puigdemont y el acuerdo en forma de nueva Ley está preocupando y ocupando a los que quieren formar un nuevo Gobierno.

Tanto, que ni se han enterado del tsunami árabe en Telefónica. STC Group se convierte en el mayor accionista de una compañía considerada estratégica en España con todas las consecuencias que pueda derivar. Pero eso parece relegarse ahora a un plano más secundario porque todavía estamos en poner una alfombra en la Fiscalía para que, semanas después, Jenni Hermoso presente una denuncia anunciada por capítulos contra Rubiales y Yolanda se marque su particular pico político con Puigdemont, mientras en la otra España Murcia ya ha cerrado su pacto con VOX conformando la quinta Comunidad Autónoma que gobierna con esta alianza entre el PP y los discípulos de Abascal. En eso, Castilla y León fue la avanzadilla que ha quitado los complejos al resto. Se puede pactar con VOX, como el PSOE pacta con Sumar. Pero como las cuentas no salen, a la derecha no le quedan más argumentos por mucho que lo intente Feijóo. Porque esos complejos de la derecha no son los mismos que la izquierda cuando necesita a Bildu, ERC y Junts.

En eso están, jugando al límite con la Constitución, haciendo piruetas y disfrazando las conversaciones de Yolanda como "normalidad democrática". El beso de Bruselas lleva una carga significativa que solo se entiende desde el lado de tener la completa certeza de un acuerdo de investidura basado en los apoyos de aquellos que solo miran hacia sus intereses partidistas a costa de la estabilidad del resto de España que, atónita, asiste a la distinción de los ciudadanos por categorías en función de la Comunidad en la que residan.

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