Merche lucha por encontrar a su marido desaparecido en Salamanca, expone su historia en 'Diario de Jorge'
La historia de Hanna Tymchevska y su familia 365 días después: del horror de la guerra a su nuevo hogar en Salamanca
El tiempo ha hecho a esta familia acostumbrarse a su nueva vida. "Cuando llegamos aquí estaba segura de que volveríamos a Ucrania", explica la madre
Alba Familiar / ICAL
Si Hanna echa la vista atrás un año solo recuerda el horror. No necesita describir más. Tampoco le salen las palabras. Con tan solo dos sílabas, vuelve al momento en el que hace 365 días que su vida, tal y como la conocía, se esfumó. Las primeras horas, en las que nada parecía real, o cómo escaparon de su casa durante la noche mientras recibían noticias de que muchas de las personas que conocían ya habían muerto. Este viernes, 24 de febrero, se ha cumplido un año desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania. Un año de guerra en el que a millones de personas les arrancaron la vida. Hay quienes, como Hanna, pudieron volver a empezar. Otros muchos no corrieron la misma suerte.
Cuando cayeron las primeras bombas en la madrugada del 24 de febrero Hanna Tymchevska no imaginaba todo lo que estaría por llegar. Junto a sus dos hijas, Arina y Marriat, de 16 y dos años, dejaron su ciudad, Odesa, para refugiarse en una zona más tranquila de su país. Su plan era esperar a que todo pasara, pronto, pensaban. Mientras, a su marido, Oleksandr Tymchevskyi, marinero de profesión, el inicio de la guerra le sorprendió en Hungría mientras trabajaba.
Pero la guerra no acababa. Hanna, de grandes ojos azules, como los Marriat, recuerda a Ical a través de una traductora, como ante la incertidumbre optaron por poner rumbo a Hungría para despedirse de Oleksandr y viajar a España siguiendo los pasos de su sobrino. Él estaba en Barcelona, ciudad hasta la que se dirigieron, y donde encontraron la ayuda de Cruz Roja que les brindó la posibilidad de comenzar de nuevo en Salamanca.
Nueve meses después, a casi 4.000 kilómetros de distancia, la familia continúa su adaptación. La pequeña, Marriat, comenzó desde un primer momento a ir a la guardería, y Arina compagina sus estudios de español mientras continúa su formación a distancia para ser maestra de infantil. La madre reconoce que, para ella, el proceso ha sido mucho más complicado para las niñas, y trabaja en mejorar su castellano a la vez que se forma en la rama de estética. Mientras, el padre entre Estados Unidos y Salamanca, continúa trabajando como marinero, gracias a un contrato que tenía antes de que la guerra estallara y por el cual ha podido estar fuera del país durante este año.
El tiempo ha hecho a esta familia acostumbrarse a su nueva vida. "Cuando llegamos aquí estaba segura de que volveríamos a Ucrania", explica la madre, quien también afirma "sentirse muy bien" en Salamanca. Pese a que de alguna manera desean volver a su tierra y a su antigua vida, también comprenden "que el país ya es otro" y, ante la incertidumbre, ponen la vista en quedarse en España. Mientras, en Ucrania, continúan viviendo los abuelos paternos de la familia. "Están en la misma frontera, en un sitio muy peligroso", cuenta, mientras que viven la guerra rodeados de "muchos militares y soldados. Están muy preocupados", afirma con la resignación de no poder cambiar la situación.
La labor de Cruz Roja
La historia de Hanna y su familia es una de las 191 que Cruz Roja ha atendido en Salamanca durante el primer año de la guerra. Agradecida a esta y al resto de organizaciones que ayudan a los refugiados que huyen de la guerra, la mujer confiesa "que no sabe cómo podrían vivir sin su ayuda porque toda su vida es gracias a ellos". Como ella, estos casi dos centenares de ucranianos han recibido apoyo social, sanitario, psicológico, educativo, laboral y judicial por parte de la organización.
Esta ayuda se ha estructurado en tres proyectos. El primero, de integración de inmigrantes, para aquellas personas que residían en la ciudad en las etapas iniciales del conflicto. La segunda, en relación a la movilización de fondos económicos y recursos humanos necesarios para la atención de quienes llegaban a la ciudad y, la tercera, un dispositivo para la acogida de emergencia a familias bajo el amparo del programa del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.
La de Hanna es una de las 12 familias, de las 32 que comenzaron, que decidieron permanecer en la ciudad. Un total de 27 personas que desde Cruz Roja continúan asistiendo para mejorar su empleabilidad y su formación para el empleo, además de facilitarles clases de castellano. Tres de estas unidades familiares han conseguido trabajo, y a una de ellas le ha permitido salir del programa de acogida, pudiendo desarrollar su vida de manera independiente. Además, durante estos meses, la organización humanitaria ha apoyado la reagrupación de cuatro familias. Nuevas oportunidades en un nuevo hogar.
Vivir sin planes
Entre los proyectos de Hanna, un año después de que todo se esfumara, solo está vivir. Pero sin planes. Cuando antes pensaba en el futuro, ahora confiesa hacerlo solo en el día a día. Hace dos años explica que ella y su marido tenían en mente ahorrar para comprar una casa y un coche, y que todo ello ha quedado atrás, pudiendo ser bombardeado en cualquier instante. "Todos los esfuerzos que has hecho durante toda tu vida los puedes perder en un momento", señala, y afirma sin dudar que "si pudiera volver a ese momento no ahorraría, viajaría más, disfrutaría".
Ahora enfocan esta segunda oportunidad a construir una nueva vida en Salamanca con el miedo presente de que pueda estallar una guerra aquí y volver a perderlo todo y tener que empezar de nuevo. Asimismo, se quedan en España para sentirse cerca de su país, ya que rechazaron una oferta de la empresa de su marido para empezar de nuevo en Estados Unidos.
Aun con todo, explica cómo ha perdido el contacto con la gente que decidieron quedarse en Ucrania. "Nosotros huimos, y se nota el rechazo hacia la gente que se salvó y decidió irse porque ellos están viviendo en condiciones horrorosas y piensan que nosotros estamos aquí con todas las comodidades mientras ellos viven en la guerra", explica. Un rechazo que se agranda hacia los hombres que salieron del país. Muchos de ellos, cuenta, no lo hicieron ante la incertidumbre del comienzo, pero ahora tampoco hay una situación clara, con muchas mujeres viajando mientras otros no pueden permitírselo.
Sin planes, Hanna espera que la guerra termine "para que la gente pueda vivir en paz". Lejos de casa, en su nuevo hogar, agradece con sorpresa la acogida que han tenido en la ciudad, y resalta la importancia "de la gente buena que te acoge y te ayuda cuando hay tragedias". Aun así, cuenta cómo echan de menos el mar. Ahora, tras casi un año sin verlo, reconoce que esa sensación de tener la costa cerca es lo único que le falta a Salamanca.
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