Hay que extremar la precaución
Después de la victoria en Tenochtitlán llegaron los años de oro de Cortés, que se dedicó, durante todo un trienio, a consolidar el dominio español de la parte central de Mesoamérica. Así, entre 1521 y 1524, Don Hernán pudo disfrutar viendo cómo se expandían sus conquistas, con la valiosa acción de sus capitanes, que llevaron la presencia castellana de costa a costa, en todo un gran tramo de América Central, a ambos lados del istmo de Tehuantepec. Se relatan además en esta entrega, las controversias en torno a las aspiraciones del propio gran conquistador, y su controvertido viaje a Las Hibueras, en Honduras, cuya interpretación cabal todavía es objeto de controversia.
¿Por qué el tan citado y criticado viaje de Hernán Cortés a Las Hibueras, en la plenitud de su prestigio y su poder, tres años después de la reconquista de Tenochtitlán y cuando por entero dominaba su propio país, la Nueva España...
¿Sintió que había fracasado en algo a lo largo de la conquista y la ulterior dedicación que prestó a su nueva patria por más de tres años, como un estadista que desgraciadamente no hemos tenido nunca en la vieja España... ¿O se sintió en la necesidad de estar más activo, echando de menos la intensidad de las luchas anteriores? Preliminarmente me inclino por la segunda presunción.
El motivo formal del viaje a Las Hibueras, parece claro, pero no explica todo: en enero de 1524, Cortés había enviado una importante expedición, al mando del capitán Cristóbal de Olid; con el propósito de encontrar el siempre paso entre ambos océanos. Y asimismo con la misión de poblar una serie de territorios ponderados por su presunta riqueza.
Para avituallar esa expedición, Olid recaló en Cuba, donde se reunió con Velázquez, poniéndose de acuerdo con él contra Cortés, quien indignado por su traición, emprendió su expedición a Las Hibueras, a fin de hacer justicia. Decisión propia de la impaciencia y el orgullo, y asaz temeraria: abandono el gobierno de la Nueva España, con el peligro que suponía un largo viaje por rutas mal conocidas. Actitud que sus más fieles en México le criticaron en vano.
La cortesiana expedición partió en octubre de 1524, con la gran pompa de una corte de pajes, mayordomos y acompañantes de todo tipo, llevando consigo un chambelán, un doctor en medicina, un cirujano, halconeros, músicos, juglares, amén de trescientos españoles armados, cincuenta caballos y algunos miles de guerreros indígenas. En el bagaje iban la cama y la vajilla del conquistador. Además, en tal corte ambulante, iban bien vigilados los señores del Valle de México: el primero de ellos, Cuauhtémoc, que seguía siendo el tlatoani a la orden directa de Cortés.
El largo viaje, tras los primeros regocijos y entretenimientos, fue haciéndose cada vez más penoso: los sufrimientos empezaron por las enfermedades en la tropa, y el paso de un gran río, donde hubo que tender un puente flotante "con los troncos de más de mil árboles del grueso del cuerpo humano y de diez varas de longitud para llegar al pueblo denominado Alcalá Chico".
Allí tuvo lugar el acontecimiento más dramático de todo el periplo, un hecho que seguramente había ido gestándose en la cabeza de Cortés, buscando un lugar recóndito para desprenderse de los últimos amos del México antiguo.
Así las cosas, y temeroso de que se tramaba una conspiración contra él, hizo comparecer a Cuauhtémoc y a Tetlepanquétzal, imputándoles que según sus noticias estaban conjurándose para matarle y fugarse. Y aunque los dos mexicas principales le aseguraron no ser ciertas tales presunciones, les condenó a morir ahorcados.
Ya prácticamente al final del largo periplo, se fundó la ciudad de Trujillo, con los españoles del primo de Cortés, Francisco de Las Casas, que estaban por allí en expedición exploratoria. Y fue precisamente en esa nueva villa donde se supo lo que Cristóbal de Olid ya había sido ajusticiado por los capitanes que el gran conquistador había enviado en función de castigo definitivo.
Cortés partió de Trujillo hacia Veracruz, el día 25 de abril de 1526, y en la que fue su quinta (y última) carta de relación al rey-emperador, transmitió su relato de la expedición a Las Hibueras, con un protagonismo notorio sobre el inhóspito, y muy formidable entorno natural: territorios de montañas cerradas, desfiladeros angostos, ciénagas inacabables, bosques impenetrables, etc. Aunque también se refirió a la "buena tierra llana y alegre sin monte". En ocasiones, los ríos eran pequeños, en otras tan grandes que lo invadían todo: había que salvarlos con canoas, balsas, troncos, e incluso recurriendo a "las puentes de Cortés".
El lapso entre la salida de Cortés para Las Hibueras, el 12 de octubre de 1524, y su regreso a la capital de la Nueva España, el 19 de junio de 1526 (un año y ocho meses), fue uno de los periodos más turbios de la dominación española en México. Por lo desvergonzado de las pasiones de quienes gobernaron durante la ausencia del capitán general, cuando sus bienes fueron saqueados y sus amigos maltratados e incluso muertos por los propios oficiales del rey.
En las circunstancias reseñadas, Cortés se reunió con los miembros del cabildo de la Ciudad de México, quienes le retiraron la vara de mando de gobernador. Haciendo pregonar después, por toda la ciudad, que Don Hernán quedaba sujeto a juicio de residencia. Un pro-ceso no necesariamente punitivo, porque en realidad constituía una sana revisión normal de la actuación de cualquier oficial de la Corona al término de su mandato, o por causas graves en el curso del mismo. Precisamente en la quinta carta de relación (firmada en Ciudad de México el 3 de septiembre de 1526), Cortés formuló un resumen de los cargos que se le hacían en el citado juicio, sobre todo a propósito de la imputación de si gobernó como un tirano autócrata: nunca hizo otra cosa -manifestó que cumplir con las órdenes reales-, sin ser cierto que hubiera obtenido para sí el mayor provecho de la conquista.
En los años siguientes parecía como si la hazaña de la reconquista de Tenochtitlán -dice José Luis Martínez-, fuera ya algo remoto, de modo que Don Hernán fue habituándose a que otros gobernaran con torpeza y codicia. Y para empeorarlo todo, en 1529, tomó posesión de la primera Audiencia Real de México el avieso Nuño de Guzmán, que se reveló como el peor enemigo de Cortés. Sólo estuvo en el cargo un año, siendo privado del mismo por sus brutalidades y malas maneras.
Al final de su quinta y última carta de relación, Cortés solicitó de Carlos V autorización para viajar a España, y a principios de 1528, recibió con alegría la misiva que le envió el presidente del Consejo de Indias y obispo de Osma, Francisco García de Loaisa. En la que se decía "lo mucho que convenía que volviese a Castilla", para que el rey le viese y conociese, aconsejándole que se pusiera en marcha a la mayor brevedad, ofreciéndole su favor e intercesión para que Carlos V le hiciese merced de recibirlo. Y seguidamente, el propio rey le envió una cédula, firmada el 5 de abril de 1528, en la cual le daba instrucciones para el viaje.
La amplia comitiva salió de Veracruz a mediados de abril de 1528, y desde allí, en un viaje sin escalas, de 42 días, llegaron al puerto de Palos de la Frontera, del que Colón había zarpado en su primer viaje, el 3 de agosto de 1492. Y fue en Palos donde Cortés vio morir a su fiel amigo y capitán Gonzalo de Sandoval; hombre de todas las batallas, experto en situaciones desesperadas, compañero de los buenos y malos días. Luego, con toda su amplia comitiva, Cortés viajó a su lugar natal, Medellín, donde se encontró con su madre, viuda y triste.
La posterior escala fue en el Monasterio de Guadalupe, a la que Bernal Díaz del Castillo se refirió, en su Historia Verdadera, con todos los pormenores; especificando que la pequeña imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, ennegrecida por el tiempo e ilustrada con piadosas leyendas, era uno de los más venerados iconos de Extremadura, lo que hizo completamente natural que Cortés compartiera esa devoción en la Nueva España.
Tras la visita a Guadalupe, el gran encuentro de Don Hernán con Carlos V, en Toledo. A quien llevó, debidamente preparado, un memorial sobre su ejecutoria y sus proyectos de porvenir. Parece que Carlos V quedó impresionado por el conquistador, hasta el punto de que después de la primera entrevista, al caer enfermo Cortés, y correr rumores de que agonizaba, Carlos V le rindió visita en su cobijo.
Y llegaron las mercedes del rey: el título de marqués del Valle de Oaxaca, así como la confirmación de todas las propiedades territoriales equivalentes a unos siete millones de hectáreas, 70.000 km2, superficie no mucho menor que Portugal (90.212 km2).
El 27 de julio de 1529, Carlos V abandonó España, embarcándose en Barcelona, para que en Bolonia el Papa le coronara emperador. Y a despedir al rey-emperador fueron muchos principales, entre ellos el propio Cortés, que quedó un tanto frustrado porque Carlos V no le ofreció ser el primer virrey de la Nueva España, lo que le habría permitido entrar en la más alta aristocracia semirreal.
Debe destacarse también, del tiempo del primer viaje de Cortés a España, que coincidió con Francisco Pizarro -sobrino suyo-, quien previamente había llegado hasta Tumbez, al Norte del legendario Birú. Y explorado que hubo la costa norte del imperio inca, en 1529 viajó a Castilla para solicitar al rey-emperador que le otorgara los nombramientos oficiales a fin de legitimar sus descubrimientos y abordar la efectiva conquista.
Terminaremos la próxima semana los Diálogos Cortesianos y, hasta entonces, el autor espera observaciones de los lectores de Tribuna en castecien@bitmailer.net.
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