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La Vida Secreta de los Personajes Literarios


Aunque muchos crean que es como coser y cantar, nada más lejos de la realidad. Escribir es complicado. No basta con sentarse delante del ordenador y esperar que lleguen las musas de la escritura, que estas se apoderen de ti y se metan dentro de tu ser para que, con un chorro divino, te dicten al oído palabra por palabra lo que tienes que teclear hasta tener terminada la historia. Desgraciadamente eso nunca pasa. Escribir, ya sea una novela o un relato, tiene su miga. Más que inspiración, lo que hay detrás, es constancia.

 

Dejemos ya claro, también, que para escribir con un mínimo de seriedad antes se deben realizar otra serie de tareas que nada tienen que ver con garabatear o teclear como un loco. Hay muchas fases previas a la hora de construir una novela: lo primero y más importante es imaginar. Después tienes que plantearte miles de interrogantes a los que debes dar respuesta antes de ponerte a escribir. Investigar es otra de las grandes tareas: el tiempo de la historia, el lugar; crear las tramas secundarias, organizar la estructura… por ejemplo, si hablas de una redacción de periódico de los años cincuenta tienes que empaparte de cómo eran estas hace setenta años, qué máquinas de escribir usaban, el lenguaje técnico de la profesión…y mimar, también tienes que mimar. Sobre todo a los personajes.

 

Porque una novela, por muy buena que parezca, sin unos personajes dignos y creíbles no se sostiene. Si estos son planos la historia será una mierda, hablando pronto y mal. Ellos son tan importantes como aquello que estás escribiendo, quizá más. Tienes que imaginarles una vida antes y después de la historia que vas a contar. Y no me refiero a que tengas que hacerte una lista con el color favorito de uno u otro, ni saber si suspendió matemáticas en el colegio o si tenía un amigo imaginario en la guardería. Debes conocer a tus personajes, pero no hasta ese punto. Los checklist de los que tanto se habla en los blogs de escritores no sirven para nada; a mi juicio, no hay que perder el tiempo en algo que no se va a usar en la narración.

 

Es cierto que los escritores noveles, entre los que me incluyo, en ocasiones pecamos de simpleza y de ir al grano a la hora de construir a los personajes. Pecamos cuando nuestro protagonista entra en su encrucijada, conoce a la otra protagonista de la que se enamora y solo tiene conflicto con un tercero en discordia. Vamos tan al grano que nos olvidamos de que nosotros mismos, como personajes de nuestra vida, interactuamos con más gente. Sin darnos cuenta nos metemos en la vida de otros, aunque sea por unas décimas de segundo mientras esperamos que el semáforo cambie a verde para poder cruzar. Tenemos amigos y a alguien a quien le contamos nuestras desdichas y alegrías. Acumulamos problemas con nuestro jefe o pareja, salimos a comprar y hablamos con los tenderos del barrio, con el cartero; o saludamos al vecino de arriba, aunque nos acordemos de todo su árbol genealógico cuando nos queremos ir a dormir y él se pone a mover muebles.

 

¿Por qué no hacer lo mismo con los personajes literarios? A nosotros nos pasan cosas y eso es lo que debes intentar reflejar en lo que escribas: la vida real. Intenta hacerlos de carne y hueso dándoles una vida de lo más normal y reconocible ante los ojos de cualquiera. Fíjate en alguien que conoces y toma prestadas cosas que te gusten de su personalidad o de su manera de actuar.

 

Llénales de manías, de vicios y de virtudes. Hazles sufrir ya que, para que la historia sea buena, ellos tienen que sufrir; así que no les cojas demasiado cariño. Y cuanto más imperfectos sean, mejor. ¿Por qué? Simple: para que quien te lea se pueda identificar. Tampoco tengas miedo en hacerlos habladores y políticamente incorrectos. Cuanto más parlanchines te salgan mejor que mejor. Nosotros pasamos nuestra existencia hablando, hasta con nosotros mismos.

 

Sabrás que has creado a un buen personaje, con sus aristas y grises, cuando este se te revele. Cuando, en plena escritura, tú quieras llevar la historia por ciertos derroteros pero tu personaje no te permita seguir escribiendo. Él sabe que eso que intentas narrar no pega con su personalidad ni circunstancias. Créeme: ellos no se equivocan con su propia vida literaria, así que déjales campar a sus anchas por las páginas del relato. Ellos harán fluir la historia por sí sola sin que tú tengas que hacer prácticamente nada. Tú solo eres un espectador que se limita a describir con palabras lo que ellos te van susurrando al oído. Ahora, quizá, eso de las musas divinas que decía al principio del artículo cobre sentido.

 

El escritor, al fin y al cabo, solo es una marioneta, los hilos los mueven los personajes de la historia. Cuando entiendas que no eres el creador, sino un mero narrador, escribe; ya estarás listo para comenzar a teclear como un loco compulsivo. Y cuando esto ocurre, la sensación de felicidad es indescriptible. Desde luego, esto es lo bonito de crear vida; literariamente hablando, claro.

 

Y, por favor, no olvides a los personajes secundarios. A ellos también tienes que darles vida; son igual de importantes que los protagonistas. Si confías en sus posibilidades, quizá te sorprendas encontrándote con un personaje que creías que solo iba a salir de modo anecdótico, pero que te ha insistido tanto en sus capacidades que al final le has dado una oportunidad por pesado. El tío empezará a moverse por las páginas del relato, hablando con unos y con otros hasta que adquiera vida propia y consiga tejer su trama secundaria necesaria para dar consistencia al relato. Si hablásemos de películas y actores, él se llevaría el Goya al mejor actor secundario, o actor revelación, según se mire. Apuesto a que cuando pongas el punto y final él, con total seguridad, se habrá convertido en tu personaje favorito de la novela.

 

Patricia Vallejo