El pabellón zumba con una electricidad palpable. No es el rugido ensordecedor del partido, sino un murmullo expectante, un presagio de la tormenta que se avecina. Sobre el parqué, las zapatillas chirrían contra la madera pulida, un ritmo frenético que contrasta con la quietud de los rostros.

Las jugadoras de Perfumerías Avenida, enfundadas en sus equipaciones azules, se mueven con una concentración casi obsesiva. La tensión se masca en el ambiente, espesa como la niebla matinal. Las mandíbulas apretadas, las miradas fijas en un punto indefinido, revelan la presión que se acumula en sus hombros. Las últimas instrucciones breves y concisas sobre cualquier detalle que no se haya podido preparar porque el tiempo ha sido escaso. 

Pero no están solas. Desde las gradas, una ola azul comienza a tomar forma. La 'Marea Azul', fiel a su cita, tiñe una parte del pabellón Príncipe Felipe con sus colores. Sus cánticos, aún tímidos, son un bálsamo contra la presión, un recordatorio de que no están luchando solas.

Poco a poco, el murmullo inicial crece, transformándose en un coro de aliento. Las caras tensas se relajan ligeramente, las sonrisas comienzan a asomar tímidamente. La energía del público, ese calor humano que las envuelve, se convierte en un escudo protector contra los nervios. La presión sigue ahí, latente, pero ahora se mezcla con una dosis de adrenalina, una fuerza que las impulsa a dar lo mejor de sí mismas. El rugido de la 'Marea Azul' se intensifica, ahogando el chirrido de las zapatillas y los últimos ecos de las instrucciones. El partido está a punto de comenzar. Y ellas, las guerreras azules, están listas para la batalla en la pista y los aficionados a plantar cara a todo un pabellón volcado con el rival.