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Diego Jalón Barroso
Diego Jalón Barroso
Lectura estimada: 5 min.
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No será porque no le hubiesen avisado. No sólo Feijóo, que ya le dijo en la sesión de investidura, en noviembre de 2023, eso de "Señor Sánchez, cuando el independentismo le falle, cuando hasta a usted le supere la legislatura, y ocurrirá, no me busque". También le viene avisando su amigo Rufián, e incluso uno de sus extorsionadores de cabecera, Aitor Esteban, que le ha explicado varias veces que ese vicio del presidente de aprobar las cosas por decreto con el astuto procedimiento de meter cientos de medidas en un mismo saco al que llaman ómnibus, pero que deberían llamar trágala, presentarlas al Congreso y esperar feliz a que se las convaliden porque incluyen siempre un par de cosas, como la revalorización de las pensiones a la que nadie puede oponerse, le iba a acabar pasando factura.

Esto de los decretos leyes lo reserva la Constitución a casos de "extraordinaria y urgente necesidad". Pero claro, cuando has presentado 140 desde 2018, uno cada doce días, lo de "urgente" resulta dudoso y lo de "extraordinario" parece una broma de mal gusto. Además, proceder de esta manera le podía funcionar a González o a Rajoy, que por cierto no se acercan ni de lejos a las cifras récord de Sánchez, porque tenían mayorías absolutas. Pero el PSOE y Sumar, es decir el Gobierno de coalición progresista, sólo juntan 147 diputados.

Lo de echar la culpa al PP, ese partido al otro lado del muro, de que esta vez los abalorios y los collares de cuentas con los que Santos Cerdán pretendía embaucar de nuevo en Suiza a los indígenas de Waterloo no hayan sido del agrado del cacique Carles, que como le ha dicho educadamente Miriam Nogueras sin mencionar los testículos, está "fins als nassos", o sea hasta las narices, no deja de ser enternecedor.

Sánchez ya nos advirtió en septiembre de que pensaba gobernar "con o sin apoyo de un poder legislativo que tiene que ser más constructivo y menos restrictivo". Pero a Sánchez, ya deberíamos saberlo, le pasa como al protagonista de Top Gun, que "su ego extiende cheques que no puede pagar". Como aquello de "somos más", o como esto de gobernar sin el apoyo del legislativo. Lo dijo en el Comité Federal del PSOE, en el que anunció que "hay gobierno para largo" y volvió a contar a sus grupies lo de que iba a impulsar la competitividad, luchar por la dignidad laboral, reforzar el estado del bienestar, crear más viviendas que botellines, lograr la paz internacional e imponer "la causa de la socialdemocracia". Pero en una democracia, creo que España todavía lo es, nada de esto se puede hacer sin el apoyo del Parlamento.

Que este gobierno no puede gobernar no debería ser noticia, es más bien una evidencia. Ahora el Gobierno, que dedica todos sus afanes no a mejorar la vida de la gente como repite incesantemente Yolanda, ella sí pasará pronto a mejor vida que esta tan fastidiosa de la política, sino a la narrativa, intenta rentabilizar incluso esta derrota. Los ministros eran ayer los profetas del apocalipsis. Los españoles no cobrarán sus pensiones, subirá el transporte, no habrá salario mínimo...

Hasta Francina Armengol, siempre tan neutral siempre como exige su cargo, disparaba contra el PP, en esa red social propiedad del jefe de esa tecnocasta de la que ahora nos va a defender Sánchez, advirtiendo a los baleares de que los de Feijóo quieren arruinarles la vida. Quizá deberían recordar que si un decreto decae el Gobierno puede aprobar otro. Ellos mismos lo han explicado muchas veces.

Lo que ya nadie puede obviar es que sin Puigdemont no hay mayoría en el Congreso, esa mayoría social con la que se les llenaba la boca cuando aprobaron la ley de amnistía. Así que el Gobierno, siguiendo su propia lógica, ya no tiene mayoría social que respalde sus políticas. Porque por mucho que Pedro repita eso de "somos más", en las urnas no obtuvo esa victoria de la que tanto se ufana. Es el líder de una minoría y sin Puigdemont no es nada.

Sánchez es un pintor colgado de la brocha y si no se ha dado ya un talegazo es porque no parece todavía consciente de que le han quitado la escalera. Y el que se la ha quitado no es sólo Puigdemont. España es ya una mezcla entre la isla mínima y la balsa de piedra de Saramago, que imaginó en una novela la separación de la Península Ibérica del resto de Europa.

Hay un nuevo inquilino en la Casa Blanca, y pronto lo habrá también en la Cancillería Federal en Tiergarten y luego en el Elíseo de París. Pero incluso antes de que esto suceda, hasta el socialista Olaf Scholz ya ha asegurado que los proyectos de agenda verde europea que afecten a la competitividad de su país deberán posponerse o abandonarse. Se ha dado cuenta por fin, él y los alemanes que votarán en febrero, que su economía se hunde por culpa de las interminables regulaciones europeas, las políticas pretendidamente ecologistas, las absurdas decisiones de política energética, de movilidad eléctrica y todas esas cosas a las que se han dedicado estos años en Bruselas mientras algunos de esos BRICs de los que habla Trump sin saber quiénes son se han hecho con la economía mundial.

Sánchez es ya el único líder europeo que sigue abrazado al flotador de esa agenda que ya estaba derrotada y a la que Trump va a dar la puntilla. España es el país más woke de Europa y lo woke ya no cotiza en ningún sitio. Entre ese Zapatero que no quiso levantarse y Sánchez que no sabe dónde sentarse, España navega a la deriva como la balsa de Saramago, mientras Sánchez trata de impedir que se juzgue a su familia y a sus ministros y se adueña de Telefónica justo cuando a los jueces les ha dado por incautar y desencriptar teléfonos móviles.

Quiere seguir imponiéndonos lo que tenemos que comer y qué coche debemos conducir. Sigue empeñado en demonizar a los agricultores, en derribar presas, en impedir cualquier obra hidráulica, en cerrar las nucleares, en dictar nuestra memoria para resucitar a Franco y hacernos olvidar los crímenes terroristas que esta semana nos volvían a estremecer en los recuerdos de la viuda de Gregorio Ordóñez. Sólo le queda seguir huyendo hacia delante, porque sabe que, como ha dicho Page, esta legislatura "es un laberinto sin salida" porque lo de "somos más" nunca fue verdad.

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