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El monasterio jerónimo de Nuestra Señora de la Victoria fue otra víctima patrimonial del agitado siglo XIX. Según los viajeros, "era impresionante" y "elevaba el alma", pero hoy en día sólo podemos observar algunos restos y fantasear con lo que se perdió. Para quien quiera conocerlos, el programa Las Llaves de la Ciudad incluye entre sus propuestas de 2024 una visita guiada por los restos del edificio, sito en las entrañas del complejo fabril de Mirat, en la avenida de La Aldehuela.
El recorrido, tras una breve introducción sobre la labor del grupo Mirat, arranca con una lección de historia para entender el contexto en torno al edificio.
El gran monasterio de los jerónimos iba edificarse en Zamora.
Durante una batalla en 1475, Francisco de Valdés, responsable de la defensa de Zamora ante el asedio de los portugueses, se encomendó a la Virgen y a San Jerónimo y prometió construir un monasterio en su honor si obtenían la victoria. Así fue, así que se puso manos a la obra para cumplir su juramento, explican el historiador Pablo Grande y el arqueólogo José García, dos de los encargados de dirigir la visita.
El proyecto finalmente se trasladó a Salamanca atraido por el prestigio de la Universidad. La primera piedra se colocó en 1490 y en 1512 se completó la traza del monasterio, que se dio por terminado en 1536. La construcción del Colegio Menor Nuestra Señora de Guadalupe en el solar adyacente empezó en 1543.
Nuestra Señora de la Victoria, en un grabado del siglo XVI.
¿Cómo era Nuestra Señora de la Victoria? Los viajeros que lo vieron dijeron que "elevaba el alma". Los especialistas actuales creen que fue el modelo para los monasterios de los virreinatos de América y opinan que estéticamente debió ser similar a San Esteban, porque "es la misma época y el mismo arquitecto". Un famoso grabado de Anton Van Den Wyngaerde fechado en 1570 deja entrever la estructura del edificio.
Una guerra contra Portugal en 1706 dejó "tocado" al monasterio. Aunque en 1778 rehicieron la portada, las guerras napoleónicas de 1808-1812 le pasaron por encima y el trienio liberal y la desamortización de Mendizabal terminaron de rematarlo.
En 1835 "ya no vivía nadie" en el edificio. Se lo adjudicó un empresario que, tras fracasar en sus negocios, terminó por desmontarlo y vender las piedras. En 1867 "no quedaba nada". Poco después, en 1874, la familia Mirat compró los vestigios para instalar una fábrica de almidón y, con el tiempo, fue adquiriendo más terrenos anejos e incorporando los restos a la estructura fabril. Y hasta hoy.
La primera parada de la visita son las antiguas bodegas del Colegio Menor Guadalupe, prácticamente lo único que queda de un edificio cuyo claustro se comparaba al de Fonseca.
Esta parte del complejo ya no tiene uso industrial. Detrás de la cal de algunas paredes se adivinan antiguos arcos de piedra y el suelo aún deja ver trazas de la decoración original. Los techos son una mezcla de pizarra, granito y piedra de Villamayor. También seconservan neveros que se usaban para conservar alimentos, varios tramos de escaleras (algunos cegados) y una sala excavada en la roca viva, en lo más profundo del subsuelo, que sirvió para esconder a simpatizantes republicanos durante los años de la dictadura.
Uno de los pasillos de los almacenes del monasterio.
La estructura de los subterráneos recuerda a las bodegas del desaparecido convento de San Vicente (otra joya arrasada por los franceses), aunque éstas últimas son más bajas y anchas. Desde Grupo Mirat reivindican la labor de Javier Castilla, empleado jubilado de la casa que dedicó notables esfuerzos a conservar, limpiar y reivindicar este fragmento del patrimonio histórico de la ciudad.
El paseo prosigue por el edificio principal de Mirat, paralelo a la avenida de La Aldehuela. En el extremo hay una estancia reconvertida en espacio de reuniones y convenciones en el que se exhiben antiguos carteles publicitarios y algunas piezas industriales, como un 'pequeño museo' de Mirat.
En uno de sus laterales se ha integrado el famoso arco de Juan de Álava, una obra de arte que posiblemente sirvió como acceso a la sacristía del monasterio. Juan de Álava también trabajó en la Catedral Nueva, decoró la fachada de San Esteban y construyó la Casa de las Muertes y Fonseca.
Arco de Juan de Álava, a la izquierda, integrado en un salón de reuniones de Mirat.
La visita termina en este punto. La historia ha legado a Salamanca docenas de edificios imponentes, pero es inevitable pensar en cómo sería la ciudad actual si además se conservasen todos los que se perdieron.
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