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Acostumbrado a la hipérbole permanente, entre la montaña de trofeos acumulados por Rafa Nadal y Novak Djokovic que agotaron los superlativos, Roland Garros se apresta este año a coronar un nuevo rey sobre su trono de tierra batida, un heredero que se llamará Carlos Alcaraz o Alexander Zverev.
Ambos tienen argumentos para optar al legado y ya empieza a escribirse la historia que se contará en función de si el español toma el relevo de su compatriota o si es el alemán quien sucede al serbio, como si la rivalidad que mantuvieron durante más dos décadas necesite prevalecer en otros nombres.
En todo caso, el Roland Garros en el que Nadal sumó en primera ronda una extraña cuarta derrota que nadie sabe dónde colocar en el relato de su vida, en el que Djokovic demostró que hasta los dioses tienen cuerpo de humanos, busca un nuevo héroe que abra la siguiente etapa.
Zverev, de 27 años, lleva ya tiempo intentando asaltar el fortín de los elegidos, sin éxito, algo frustrado pero siempre determinado a esperar que llegue su momento. Alcaraz ha irrumpido con más ímpetu y, también hay que decirlo, cuando los elegidos ya habían dado algún síntoma de agotamiento.
La pista Philippe Chatrier designará este domingo si la generación de la transición que representa el alemán tiene todavía algo que decir o si definitivamente queda encajonada entre los últimos destellos de los veteranos y la pujanza de los jóvenes.
Será la batalla entre los dos mejores tenistas de esta edición, cada uno con sus armas, cada uno con un recorrido diferente, pero que ha desembocado en el duelo en la cima.
Zverev, segundo finalista alemán en París tras Michael Stich en 1996, busca ser el primero que levanta la Copa de los Mosqueteros, Alcaraz el octavo español, en la senda de Manolo Santana, Andrés Gimeno, Sergi Bruguera, Carlos Moyá, Albert Costa, Juan Carlos Ferrero y un tal Nadal.
Como premio, si conquista el trofeo, el español saldría de París como número 2 del mundo, pisando los talones al italiano Jannik Sinner, al que derrotó en semifinales y con quien durante años parece que va a disputarse la hegemonía de la nueva hornada.
Zverev ha alcanzado por vez primera la final en París, a la cuarta semifinal, una muestra de su abnegación. Durante años, el niños bonito de la generación nacida a finales del siglo pasado, estaba llamado a ser el que asaltara los cielos, pero su carácter impulsivo y poco sereno le dejó siempre rondando la gloria, siempre un escalón por debajo.
La de este domingo será su segunda final de un Grand Slam y la forma en la que perdió la primera, contra el austríaco Dominic Thiem hace cuatro años, cinco sets resueltos en un juego de desempate, le dejó huella.
"Entonces no estaba maduro", asegura el germano ahora que afronta un segundo asalto a un grande, más convencido de sus posibilidades, con más fe en sus opciones.
Antes de esta final, Zverev encadena 12 triunfos consecutivos, algunos logrados con brillo, como el logrado contra Nadal en el debut del torneo, otros con obstinación, como los cinco sets que batalló consecutivamente frente al neerlandés Tallon Griekspoor en tercera ronda de París y contra el danés Holger Rune, en octavos.
El germano ha demostrado así que a la gran calidad que ya se le suponía, ha sabido sumar dosis de sacrificio, de sufrimiento y fe, las características de la madurez.
Menos tiempo ha necesitado para lograr todo eso Alcaraz, que tiene ya dos grandes en sus alforjas pero que no afronta esta final como una más.
Como buen español, Roland Garros tiene en su mente una resonancia particular, no hay más que ver los nombres que han dejado escrita su huella en la tierra batida, los que han hecho vibrar a todo un país y los que hacían que Carlitos saliera corriendo del cole para encender la tele en tantos finales de curso.
"Me veo en la foto como ganador, pero aún estamos a un paso, uno de los más complicados. Las finales no están para jugarlas, están para ganarlas, tengo la imagen de levantar el trofeo, pero queda un largo recorrido", señaló.
Si Zverev lleva años llamando a la puerta del título en París, Alcaraz ha ido ascendiendo como el meritorio que comienza desde abajo. Cayó en el primer partido de la fase previa en 2020; la superó al año siguiente para llegar a la tercera ronda, donde le fulminó el astuto alemán Jan-Lennard Struff; llegó a los cuartos de final en 2021 donde ya se las vio contra Zverev, entonces más hecho como tenista; y la semifinal del año pasado en la que se bloqueó de calambres ante Djokovic.
Ahora, a sus 21 años, afronta un nuevo reto, consciente de la dificultad, pero seguro de sus armas. A lo largo del torneo, ha ido poniendo a punto el brazo derecho que renqueó en la gira de tierra, pero que ya parece listo.
Alcaraz demostró en su duelo ante Sinner, además, que su capacidad de recibir golpes sin caer es inagotable, un arma temible para cualquier rival.
Frente a un rival seis años mayor, tendrá que volver a dar muestras de su ya legendaria precocidad: la que le situó como el número 1 más joven de la historia tras ganar en 2021 el Abierto de Estados Unidos; la que le convirtió en 2023 en el cuarto ganador más joven de Wimbledon; la que le ha llevado a ser el segundo finalista más joven en París, solo superado por Nadal; o la que le ha convertido en el tenista de menos edad que ha alcanzado la final en las tres superficies de los Grand Slam.
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