Una broma pesada
Si algo me pareció evidente la semana pasada al leer la epístola de Pedro a los españoles, además de que nuestro presidente se esforzaba más en sus tiempos en el Ramiro de Maeztu, un instituto público con merecida reputación de excelencia, en jugar al baloncesto que en mejorar en la redacción de textos, es que nuestro presidente necesitaba urgentemente la ayuda de un psicólogo.
Su sufrimiento, su denuncia de una "operación de acoso y derribo por tierra mar y aire para hacerme desfallecer en lo político y en lo personal", la incomprensión de muchos ante su gran gestión económica, social y de regeneración democrática, esos gritos ignominiosos que recibe cada vez que pisa la calle, ese preguntarse si merece la pena todo esto, esa impotencia al comprobar que "día sí y día también" oscuras fuerzas esparcen fango sobre su mujer, de la que está profundamente enamorado, invitaban a pensar que necesitaba la ayuda de un buen profesional para intentar superar esa situación "que duele vivir".
Y efectivamente, eso es lo que ha hecho el presidente. Pero en vez de a un psicólogo, resulta que ha recurrido a un sociólogo. Es cierto que ambos términos se parecen. Y también que Pedro no es precisamente muy ducho en el manejo del diccionario. Pero cuando evidentemente requería de consejos para superar sus dudas, su inseguridad y sus problemas de malestar y de adaptación a un cargo sin duda complicado de ejercer, en vez de acudir a algún destacado discípulo de Wundt, de Freud o de Maslow, se ha echado en brazos de Tezanos.
Tezanos, autor en 1968 de un libro titulado 'El Bachillerato ¿para qué?', y en 2009 del muy anticipatorio 'La calidad de la democracia', ha sido desde que Sánchez publicó su carta, el único militante socialista que en vez de sucumbir a la desazón y al desconcierto sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Mientras la vicepresidenta primera perdía la compostura para entregarse en público a ritos de vudú, Bolaños parafraseaba a Horton Foote con eso de la jauría y Óscar Puente echaba mano de la sutil elocuencia que le ha elevado desde el teatro al ministerio, “es el puto amo”, todos ellos confusos y con los ojos puestos en la desazón del presidente y los oídos en el pistoletazo de salida de la carrera por la sucesión, Tezanos hacía una encuesta flash.
Nos decía el lunes el presidente que se había planteado "si merecía la pena soportar el acoso que desde hace diez años sufre mi familia a cambio de presidir el Gobierno de España". No cabe duda de que se le está haciendo larga la presidencia, pero en fin, es lo que tiene el tiempo, que la velocidad a la que transcurre es puramente subjetiva. Y nos contaba también que ha decidido seguir "gracias a esa movilización social que ha influido decisivamente en mi reflexión".
Y es que por muy quebrado, muy dolorido o muy acosado que se sienta, quién puede renunciar a seguir al ver cómo la sociedad española le ha ofrecido su apoyo y se ha echado a la calle para exigirle que continúe. Nada menos que unas setenta personas el viernes de forma espontánea, unas 12.500 de forma organizada el sábado y otras casi cinco mil el domingo en Ferraz. Y al parecer casi cincuenta frente a la sede del Supremo convocadas por Yolanda, llamada a ser la primera presidenta de España si es que Sánchez decide algún día dejarlo. Todo un tsunami humano que viene a ser el Estadio de Zorrilla a medio aforo. A lo que hay que sumar a “los abajo firmantes” y las lágrimas sinceras de un Pedro Almodóvar al borde de un ataque de nervios.
Todo en esta ópera bufa de nuestro gran tenor cojea. El guion es de tercera, flojea y tiene más agujeros que un queso suizo. Como cuando decía en la carta que necesitaba "parar y reflexionar con su esposa" y ahora nos ha dicho que su esposa se enteró de la carta cuando la publicó y que desde el primer momento le dijo que no dimitiera. O el simple hecho de poner fecha a la duración de su reflexión, todo un prodigio de clarividencia.
Pero el mayor fallo en el argumento de esta telenovela es precisamente ese. El de la movilización social masiva que le ha animado a continuar. Sánchez se ha apropiado, nunca inventa nada, del truco más peligroso de los tiranuelos suramericanos o de cualquier dictador fascista. Pero copia mal, como ya le pasó con su tesis. Se nota el cartón. Había dos cosas que chirriaban especialmente en su alocución del lunes. La primera, hacerla frente a un plasma en la soledad de su palacio. Para estas cosas, lo recomendable es una gran plaza pública o un coliseo, apoyado por una muchedumbre enfervorizada. Además, estas cosas no se hacen vestido con un traje azul hecho a medida, sino en chándal y con boina o de uniforme militar.
Sánchez es un Perón sin descamisados, un Chávez sin bolivarianos, un Franco sin plaza de Oriente. Sólo tiene los votos de las encuestas de Tezanos y el apoyo de todos esos con los que "somos más", poco dispuestos a inmolarse por un líder al que sólo necesitan para cobrar sus chantajes. Pero eso no le hace menos peligroso, más bien al contrario. En su soledad, ha sucumbido a la tentación de quemarlo todo para seguir tocando la lira como un Nerón del todo a cien.
El final de esta telenovela de cinco días y dos capítulos, seguramente el peor de una teleserie desde el de Perdidos o el de Juego de Tronos, no es más que un principio. Ahora viene la segunda temporada en la que pretende demostrar, nada menos que al mundo entero, "cómo se defiende la democracia". Y lo piensa hacer amordazando a la prensa y sometiendo a los jueces, que es, como todo el mundo sabe, la mejor forma de defender un sistema que se define por la libertad de expresión, la pluralidad política y la separación de poderes. Como de la pandemia, de su crisis emocional Pedro ha salido más fuerte.
Una vez construido el muro que anunció en su discurso de investidura, ahora ya está listo para pasar a la segunda fase y tratar de laminar a todos los que están al otro lado. Pero a los españoles a los que Tezanos no cuenta nos toca resistir y demostrarle nuestro hartazgo. A los periodistas seguir informando y a los jueces seguir juzgando. Y entre todos, conseguir que el final de su culebrón se convierta para él en una broma pesada.