La actividad, organizada por la Facultad de Economía y Empresa y la Filmoteca de Castilla y León, se celebrará durante los días 13, 15 y 16 de marzo
Una imagen actualizada de la economía española (VIII)
Octava entrega del nuevo serial de Ramón Tamames en TRIBUNA
Llegamos hoy, viernes 3 de marzo, con la nueva entrega de la imagen que estamos dando de España, con los últimos datos y las nuevas percepciones actualizadas al máximo posible. Y dentro del presente escrito, nos ocuparemos de cómo incide en nosotros el calentamiento global y del cambio climático. Que con carácter general abordó la Convención Marco de las Naciones Unidas en 1992. Con su Protocolo de Kioto de 1997, para finalizar con el Acuerdo de París de 2015. Se trata, pues, de un recorrido por la cuestión más importante que hoy confronta la humanidad, aparte del problema de la paz, de la amenaza nuclear que tenemos en estos días en Ucrania. Una situación casi increíble, en la que Rusia se ha rebelado con un belicismo inadmisible a todos los efectos, que está poniendo al mundo en lo peor imaginable, teniendo pendiente de un hilo la vida de tantos. No vamos a hacer ningún artículo especial sobre el tema, está corriendo la tinta en todas partes. Pero sí recordaremos aquí a nuestros lectores, que seguimos trabajando por los principios de la paz ambiental, de los que hay tantas muestras, creo, en esta escritura para nuestros amigos de Tribuna.
Calentamiento global (CG) y cambio climático (CC)
Fue el profesor sueco Svante Arrenhius, uno de los primeros Premios Nobel de Química (1903), quien a finales del siglo XIX advirtió sobre lo que hoy llamamos calentamiento global antropogénico. Concretamente, se percató de que había recrecido el flujo de CO2 en la atmósfera, por las emisiones de gases por la creciente industrialización. Lo que originaba un aumento de la temperatura de la atmósfera, frenando así, probablemente, lo que de otra manera habría sido una tendencia a la quinta glaciación[1].
La alteración atmosférica así detectada, se originaba por el efecto invernadero, ocasionado por determinados gases, fundamentalmente el CO2 y el metano. Se debe en lo fundamental al consumo masivo de combustibles de origen fósil, como carbón, petróleo y gas natural; que precisamente generan CO2 y los demás GEI. Siendo también un aporte importante a ese calentamiento algunas biofunciones relacionadas con la agricultura y la ganadería con su gran volumen de metano generado por los rumiantes. Gases que al acumularse en una grande y persistente esfera circular alrededor del planeta, actúan como el cristal en los invernaderos; permitiendo el paso de la luz solar, pero frenando la salida del calor al exterior. Por eso, el CO2 y además se denominan a estos efectos gases de efecto invernadero (GEI).
El calentamiento global funciona desde hace millones de años en la Tierra por causas naturales, permitiendo la vida en ella, pues de otra manera estaríamos a muchos grados bajo cero, como sucede en otros planetas observados dentro y fuera del Sistema Solar. Sin embargo, con la civilización industrial, ese calentamiento, superó el nivel térmico normal, en torno a los 15 grados en la baja atmósfera de la era preindustrial (1850), a causa del crecimiento económico y de las tecnologías cada vez más impactantes, a partir, sobre todo por el desarrollismo desde el final de la Segunda Guerra Mundial (1945). El problema es que sería dramático si llegáramos a cinco o seis grados por encima de la cota preindustrial, con toda clase de situaciones calamitosas para todos.
Las consecuencias del calentamiento global, son muchas, empezando por la subida del nivel del mar debido a la fusión de los hielos, continentales; tal vez de un metro en lo que queda de siglo. Como consecuencia de la pérdida de los glaciares, de Groenlandia y la Antártida, y también de las más alta cordilleras.
Por otra parte, el inmenso aporte de agua dulce a los mares no sólo sube su nivel (en el extremo muy lejano de total fusión, hasta 70 metros), sino que además genera la acidificación marina, con efectos que podrían llegar a ser letales para fauna y flora. Y asimismo, significa la afloración a la superficie del metano del fondo de los océanos y mares en cantidades ingentes, con consecuencias más que perniciosas. Por lo demás, también podría activarse el metano del permafrost de las áreas más frías de América del Norte y Siberia.
Otras consecuencias serían la desertificación de amplias zonas, y los rigores de los extremismos meteorológicos, con casos como el del huracán Katrina (agosto 2005) en Nueva Orleans, los incendios forestales de Australia, Oeste de EE.UU., Canadá y Siberia, y las prolongadas sequias de Chile y Perú y otros países.
La Convención Marco de CC, IPCC y Protocolo de Kioto
La percepción global del peligro del calentamiento global y sus consecuencias se registró definitivamente con carácter universal en el calendario humano, en la Conferencia de Río de Janeiro en 1992, la Cumbre de la Tierra. En la que se firmó la convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, un texto básico desde entonces para los proyectos de frenar, sobre una base de cooperación mundial, el calentamiento global y su incidencia en el cambio climático, con tantos posibles efectos negativos, ya presentes o por venir, según hemos visto.
Esas ideas para mantener el planeta en las mejores condiciones posibles, se apoyan en las averiguaciones científicas del llamado Panel Internacional del Cambio Climático (IPCC). Un ente que funciona desde los años 80 del siglo XX, dependiente del Programa de las Naciones Unidas, para el Medio Ambiente (PNUMA), y la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Con una indudable apreciación de los fenómenos en curso, y con la caracterización de tales fenómenos, ya en la mayor parte de su aceleración como antropogénicos.
Pero frente a tales apreciaciones científicas del IPCC, en el que colaboran más de 3.000 estudiosos de todo el mundo, hay muchos negacionistas, que consideran que no está pasando nada extraordinario, y que ya hubo casos de aumento del calentamiento global en el pasado que se superaron, sin más, con ajustes naturales.
Por lo demás, a los negacionistas se unen los observadores tipo TL2, quienes estiman que la actuación humana contra el calentamiento llega demasiado tarde (too late), y con demasiada poca inversión (too little). Esas voces de negacionistas y escépticos pesan mucho en la batalla dialéctica abierta en torno al cambio climático. En la que además figuran los más peligrosos, los lobbies de la producción de combustibles de origen fósil. La actitud del Presidente de EE.UU, Donald Trump durante su mandato (2017/2020), así como otros lideres, figuran entre los que no creen en el calentamiento global.
¿Que hacer frente a un problema de tal dimensión? Para responder a esa pregunta, a partir de la citada Convención de Río de 1992 se negoció el llamado Protocolo de Kioto, que entró en vigor en 1997. Estableciéndose en ese texto sistema de cuotas nacionales para recortar emisiones de GEI, a efectos de contener la subida térmica.
Sin embargo, ese Protocolo, cuya caducidad definitiva se fijó para 2020, fue un fracaso colectivo, ya que solamente los países de la Unión Europea, y pocos más, quisieron aceptar sus preceptos. Con un gran negacionismo colectivo, pues, empezando por los mayores contaminadores del mundo (China y EE.UU.) que quedaron al margen del proyecto Kioto.
El Acuerdo de París de 2015
Fue en una reunión de la Convención de las Naciones Unidas, en Copenhague, en 2009, cuando se tomó conciencia de la enorme gravedad del fracaso de Kioto, pasándose a esbozar nuevos criterios para que todos los países aceptaran la idea de acabar con las emisiones de CO2 y otros GEI. Propósito que, tras largas negociaciones, se alcanzó en la Conferencia de las Partes (COP), número 21 con el Acuerdo de París de 2015 -que entró en vigor en 2020-, de modo que todos los países de la Tierra (193) apoyaron, en principio, su principal objetivo: descarbonizar el sistema productivo con una nueva esperanza de llegar a tiempo para resolver el problema. Porque ya los niveles de contaminación de GEI alcanzaron las 400.000 toneladas de CO2 al año, y el contenido de los GEI en la atmósfera se situó en más de 400 partes por millón. Fijándose el objetivo de no superar en 1,5ºC la temperatura de la era preindustrial.
El Acuerdo de París de 2015 no lo puede resolver todo, ni mucho menos. Entre otras razones, porque los mayores contaminadores no aceptaron la idea de ir con rapidez al centro del problema. En el caso de EE.UU. (que emitió el 9 por 100 del total GEI en 2018), incluso la inicial aprobación del Presidente Obama en 2015 quedó sustituida por la decisión de Trump de retirarse del Acuerdo. Y en cuanto a China (emisora del 19 por 100 de los GEI en 2018), obtuvo del Acuerdo de París el permiso de empezar a recortar emisiones solamente en 2030, con un aporte más que formidable al empeoramiento de la situación hasta esa fecha. Por lo demás, se sigue con actitudes muy poco favorables en el caso de Rusia - que solo en 2019 se incorporó al Acuerdo de París -, de Arabia Saudí y de otros países de la OPEP, que tienen grandes existencias de petróleo y gas natural.
Dejamos aquí el tema por hoy, para seguir el próximo jueves. Y como siempre, los lectores de Tribuna pueden conectar con el autor en castecien@bitmailer.net.
[1] Ramón Tamames, Frente al apocalipsis del clima, Profit, Barcelona, 2016 (con prólogo de Ramiro Aurín), con abundante bibliografía.
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