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Una imagen actualizada de la Economía Española (II)
En esta segunda entrega sobre la España actual se aborda la geografía económica
Esta segunda entrega de nuestra entrega sobre la España actual desde el punto de vista de la infraestructura y la población, la dedicamos a tres temas de los que generalmente se habla muy poco, por entender que son de geografía económica, y no de análisis estructural propiamente dicho. Lo cual es una significación poco recomendable, porque entre otros aspectos geográficos, la orografía, el subsuelo y el suelo, son tres facetas de la realidad de un país que no cabe desconocer, incluso en los modelos interpretativos más actuales. Una orografía complicada, así lo demuestran los enfoques que aprecian la complejidad de nuestro geomorfismo en el mapamundi, o el profundo atractivo que el subsuelo español tuvo desde los tiempos clásicos de la Historia, y sin olvidar la importancia de los temas edafológicos del suelo con vistas a la producción agraria y a la alimentación de los españoles.
Orografía
La orografía es un elemento que ha desempeñado siempre un papel clave, tanto en la historia como en la economía. España es el segundo país de Europa en altura media (el primero, Suiza). Aproximadamente el 20 por 100 de nuestro territorio está a más de 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar, el 40 por 100 entre 500 y 1.000, y sólo el restante 40 por 100 a menos de 500.
El bloque fundamental de la atormentada geografía española es la Meseta, extenso macizo de 211.000 km 2 de extensión, poco menos de la mitad de la España peninsular, que tiene por límites la cordillera Cantábrica, el sistema Ibérico, la cordillera Mariánica y la Orla Mesozoica Lusitana. Partida en dos mitades por la cordillera Carpetovetónica, o Sistema Central, la altura media de la submeseta Norte (700 metros, aproximadamente) es superior al promedio de la submeseta Sur (650 metros).
Adosadas a la Meseta, en su periferia, se distinguen tres cuencas terciarias peninsulares: el Valle del Ebro, la depresión Bética y la mentada Orla Mesozoica Portuguesa, siendo esta última la única salida no accidentada de la Meseta al mar, a la cual se interpuso durante tanto tiempo la barrera política de la frontera de España con Portugal. Con la integración de los dos países ibéricos en el marco de la Unión Europea (UE), también este extremo ha experimentado cambios importantes, con la configuración de un auténtico mercado ibérico.
A los ya mencionados elementos geográficos esenciales, hay que añadir la Cornisa Cantábrica, Galicia, la faja litoral levantina, la cadena litoral catalana, toda la formación penibética, y los dos archipiélagos de Baleares y Canarias[1].
Tan complicada orografía, ha influido en nuestro desarrollo histórico y económico. Separados del resto de Europa por los Pirineos, también el aislamiento entre las distintas regiones españolas fue considerable hasta la aparición de los modernos medios de transporte. Y la orografía dificultó los tendidos del ferrocarril, en lo que hubo que seguir trazados difíciles; como igualmente frenó la construcción de carreteras y otras vías de comunicación, marcando además la geodiferencia de los diversos territorios, hoy concretados en CC.AA.
Un castillete minero en Asturias y una plantación de naranjas en el Levante.
Subsuelo
Es proverbial, desde antiguo, hacer el elogio de la riqueza minera de España, cuyo subsuelo contiene yacimientos conocidos y aprovechados desde hace muchos siglos. Los autores clásicos ponderaron con encomio el valor de la riqueza minera peninsular, cuya fama constituyó el principal incentivo que atrajo en la antigüedad a fenicios y griegos a la Península. Y la dominación romana desarrolló en Hispania, en seis siglos de la Edad Antigua, una explotación minera tan intensa como la que en la Edad Moderna llevaron a cabo los españoles en América tras 1492[2].
La abundancia de minerales fue también el incentivo de la inversión de capital extranjero en la España de los siglos XIX y XX, con el que se explotaron a fondo los yacimientos de minerales de hierro, cobre, cinc, plomo e, incluso, carbón.
Por lo demás, pensar que ha pasado la edad de oro de nuestra minería, no es ser pesimista. Es cierto que la minería del cobre, cinc, las piritas, el mercurio (un metal cada vez más evitado por sus contaminaciones) y las potasas ofrecen todavía un porvenir interesante. Y que en minería radioactiva la situación -aún no conocida con toda exactitud- ofrece algunas expectativas. Sin embargo, los mejores yacimientos que hubo de minerales de hierro, cobre y plomo están ya en su inmensa mayoría cerrados. Por otra parte, faltan en España casi por completo la bauxita y otros minerales tan importantes como los de cromo, níquel y vanadio.
Pero, con todo, la insuficiencia minera, que ha representado -y representa- el más importante obstáculo al desarrollo industrial, fue la de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), como se verá al estudiar en detalle el sector energético. Para a la postre, ver el final de la prevalencia económica de esos carburantes, en caída vertical, desde que en 2015 se adoptó el Acuerdo de París, que entró en vigor en 2020, para recortar las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero. A esa cuestión, por su importancia, nos referimos en el presente capitulo, por ser el tema ambiental actualmente más importante.
No obstante, las insuficiencias del subsuelo en la provisión de materias primas y combustible tienen hoy una importancia menor para una economía como la española, cada vez más engarzada con la internacional. El viejo problema de si hay o no recursos mineros nacionales para la industria se ha transformado en otra cuestión: cuál es el precio máximo que una industria puede pagar por sus materias primas y dónde -dentro o en el exterior-pueden comprarse esos insumos al mejor precio. En este sentido, toda la minería española está sometida hoy -y cada vez lo estará más- a una cierta revisión, sobre todo por la demanda de las industrias electrónicas y otras; decisivos en el cambio tecnológico, de la economía digital y de la propia inteligencia artificial, como sucede, por ejemplo con el coltán[3], para los teléfonos inteligentes, y las tierras raras[4], para otros muchos dispositivos altamente sofisticados. También tienen gran importancia ciertos elementos como el litio, a efectos de almacenar electricidad, o el mismo cobre para aplicaciones cada vez mayores.
Suelo
El suelo, junto con el clima y los avances de la técnica agronómica, constituyen la base del desarrollo agrario. En ese sentido, el suelo en España, desde el punto de vista agronómico, es de menor calidad o mediocre, siendo muy conocida -y sigue citándose-, la vieja clasificación de Lucas Mallada sobre las características de nuestro suelo. Según la cual está constituido en un 10 por 100 de rocas enteramente desnudas; un 35 por 100, de terrenos muy poco productivos (o por la excesiva altitud, o por la sequedad, o por la mala composición); un 45 por 100, de terrenos medianamente productivos, escasos de agua o de condiciones topográficas poco favorables. Y, finalmente, sólo en un 10 por 100 de terrenos que nos hacen suponer que hemos nacido en un país privilegiado[5].
Pero la idea más aproximada de las posibilidades agrícolas en cuanto a suelo, la obtenemos realizando una comparación entre la superficie territorial de dos distintos países y las áreas expresivas de su capacidad bajo un clima standard. La comparación hecha para Francia y España proporciona, según el método de Thornwait el siguiente resultado:
Es decir, con una superficie muy semejante en los dos países, la capacidad de producción agrícola de España era tan sólo poco más de la mitad de la de Francia, una apreciación ahora más que discutible por razones tecnológicas[6]. A consideraciones análogas llegó el geógrafo español Del Villar al apreciar lo bajo del valor ecético de España en comparación con el de otros países[7].
El Instituto Geográfico y Catastral publicó en 1968 un Atlas[8], que clasifica los suelos en siete grupos, a efectos de aprovechamientos agrícolas específicos, con grandes diferenciaciones dentro de áreas concretas. Claro es que, son necesarios minuciosos análisis edafológicos para determinar la naturaleza de cada suelo, prácticamente de cada parcela, para determinar los nutrientes más aconsejables.
La selección de cultivos y el análisis y los consiguientes abonados, permiten hoy una utilización del suelo mucho más racional que en el pasado. Además, la mecanización influye de manera decisiva en el aprovechamiento, al permitir labores más profundas, con un almacenaje de agua mayor que el producido por los antiguos arados en los suelos de una cierta profundidad[9].
Por otra parte, en el espacio agrícola es de gran importancia la aplicación de la edafología, así como el desarrollo de nuevos métodos de agricultura, como las prácticas de escaso laboreo, precisamente para frenar la pérdida de suelo vegetal, un grave problema del escenario rural español. Aparte, tendrá cada vez más importancia la agricultura vertical, en sucesivos niveles y en ubicaciones muy próximas al consumo; generalmente en invernaderos hidropónicos con temperatura regulada, suministro conveniente de CO2, y polinización reforzada. Todos los mencionados, son avances que permiten aumentos formidables de productividad, en los que países como Holanda e Israel han experimentado los mayores avances.
Dejamos aquí el tema por hoy, para seguir el próximo viernes. Y como siempre, los lectores de Tribuna pueden conectar con el autor en castecien@bitmailer.net.
[1] J. Dantín Cereceda, Resumen fisiográfico de la Península Ibérica, Madrid, 1948, págs. 34 y sigs. Para una visión moderna de la configuración del relieve, los movimientos orogénicos que lo promovieron y sus aspectos estructurales, puede verse el trabajo de Carmen Ortega Hernández- Agero, «Marco Físico» en El libro rojo de los bosques españoles, Adena WWF España, Madrid, 1989, págs. 22 a 24.
[2] Leonardo Martín Echevarría, España, el país y los habitantes, México, 1940, pág. 267. Hoy el tema del aprovechamiento del subsuelo se extiende a la plataforma continental; así lo puso de relieve Fernando Sáenz de Santamaría en «Nuevas fronteras en la explotación de las plataformas continentales», en Economía Industrial, núm. 166, octubre 1977, págs. 6-16.
[3] Es una denominación científica que corresponde a la contracción del nombre de dos minerales bien conocidos: la columbita (COL), óxido de niobio con hierro y manganeso (Fe, Mn) Nb2O6; y la tantalita (TAN), óxido de tantalio con hierro y manganeso (Fe, Mn) Ta2O6.
[4] Son 17 elementos de la tabla periódica, incluyendo es escandio, itrio y el grupo de los 15 lantánidos.
[5] Lucas Mallada, Los males de la patria y la futura revolución de España, Madrid, 1890, pág. 20. También, del mismo autor, «Causas de la pobreza de nuestro suelo», en el Boletín de la Real Sociedad Geográfica, vol. XII, núm. 89, 1882.
[6] C. W. Thornwait, Geographical Review, citada por el Instituto de Cultura Hispánica, en «La agricultura y el crecimiento económico», fascículo II de los Estudios Hispánicos de Desarrollo Económico, Madrid, 1956, pág. 30. Puede verse también C. Tamés, Los grupos principales de suelos de la España peninsular, Ministerio de Agricultura, Madrid, 1957, y del mismo autor, «Bosquejo del clima de España según la clasificación de C. W. Thornwait», en el Boletín del Instituto de Investigaciones Agronómicas, Cuaderno 108, Madrid, 1949.
[7] Emilio Huguet del Villar, El valor geográfico de España, Madrid, 1921, págs. 35, 150 y sigs. Huguet del Villar define lo que él llama valor ecético como la «relación entre el factor geográfico y el humano, o relación de habitabilidad, que se mide a través de la densidad de población y su ritmo de crecimiento.
[8] Suelos de la península luso-ibérica, a escala 1:1.000.000. El segundo mapa de suelos lo realizó C. Tamés en 1958, a escala 1:300.000 (Mapa de suelos de la España peninsular, Dirección General de Agricultura, Madrid, 1958). El tercero, aparecido en 1967, fue obra del CSIC, y en él está basado el del IG y C, publicado en 1968 (Lámina 48 de Atlas Nacional de España, de donde está tomada la anterior bibliografía).
[9] Según Daniel Faucher (citado por Ramiro Campos Nordmann, en Estructura Agraria de España, ZYX Madrid, 1967, pág. 23), «Bretaña y el Limusín no podían producir más que cereales pobres (centeno); pero cuando el progreso de las vías de comunicación permitió aportar cal a estas tierras ácidas, se hicieron capaces de producir trigo y ciertas leguminosas forrajeras. Ha cambiado así el aspecto agrícola de estas regiones, y al mismo tiempo el género de vida de sus habitantes...» En otro pasaje afirma: «... La utilización de enmiendas y abonos ha creado en muchos sitios un suelo nuevo que no guarda con el primitivo más que lejanas relaciones.... sobre todo en los alrededores de los núcleos urbanos. Por ejemplo, las arenas del norte de París son hoy una de las huertas mejores de Francia».
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