La organización de consumidores ha mostrado su esperanza en que Competencia desarrolle y realice seguimientos de los precios de estos alimentos
La verdad
La opinión de Diego Jalón en Tribuna
Que me perdone el presidente del Gobierno, pero hoy, Día de Reyes, con el que ponemos fin a las fiestas navideñas, me parece oportuno hablar de la verdad, ese concepto con el que tiene una relación tan tormentosa. Dijo Jesús, cuya epifanía celebramos hoy, "yo soy la verdad y la vida". Y decía Sánchez en 2015, cuando era aspirante al cargo, que "voy a reivindicar la política de la verdad frente a tanta mentira". Claro que, con el pasar de los años, hemos comprendido que la verdad para Sánchez es un concepto muy elástico.
Ayer, miles de personas asistían en Roma al funeral y entierro del Papa Benedicto XVI, ese cardenal Ratzinger cuyo nombramiento atemorizó a la progresía, que anunciaba en 2005 la vuelta de la inquisición a la Iglesia de Roma. "Pastore tedesco" (Pastor alemán), titulaba tras la fumata blanca el diario italiano de izquierda Manifesto, en un ejercicio de ingenio digno de La Codorniz.
También fue acusado de involucionista, ultraortodoxo y hasta de simpatizar con el nazismo. Es un buen ejemplo del argumento ad hominem tan manido por la progresía, la descalificación para evitar el razonamiento, al que tanto recurren nuestros gobernantes.
A ver si les suena. Cuando en septiembre de 2021 el CGPJ emitió un informe desfavorable al proyecto de la ley del solo sí es sí, en el que aportaba sólidos argumentos jurídicos, la respuesta de Irene Montero, Pablo Iglesias o Victoria Rosell fue acusar a sus miembros de machistas y heteropatriarcales. La verdad, fueran o no machistas, es que tenían razón y luego ha pasado lo que está pasando. Pero no importa, Irene Montero y sus camaradas siguen reaccionando a los razonamientos con insultos y descalificaciones.
Si algo hizo Ratzinger durante toda su vida fue precisamente lo contrario. "Necesitamos hombres cuya inteligencia pueda hablar a la inteligencia de los otros y su corazón pueda abrirse a los demás". Defendió siempre "el diálogo, hoy tan necesario entre laicos y católicos". Y no solo lo defendió, sino que lo puso en práctica. Muy recordado estos días fue su diálogo con Habermas en Baviera, en el que el supuesto inquisidor, lejos de recurrir a la hoguera, expuso con serenidad sus razones. Por hacerlo fácil, Habermas defendía que la verdad es fruto del diálogo, un diálogo con límites, ya que en él no pueden participar los totalitarismos. En cambio, para Ratzinger, la verdad es una realidad objetiva que no puede estar sometida al consenso. Ambos coincidían en algo que creo que es muy importante. Cuando se impone el relativismo moral en nombre de la tolerancia, los derechos humanos se difuminan y se abren de par en par las puertas al totalitarismo.
Para que Sánchez lo entienda, la verdad no puede ser cualquier cosa y su contraria en función de lo que él llama la soberanía popular. No es una creencia opinable. La certeza no es una cuestión de percepción y los relatos no pueden imponerse a los hechos. La verdad no puede ser una especie de creencia popular en nombre de la cual se niega lo evidente y se banalizan los conceptos para retorcerlos en función de intereses electorales y afanes de poder. Y todo esto, perdonen si me he puesto profundo, pero las fechas invitan no solo al festejo y al bebercio, también a la reflexión, no es superfluo. Porque las democracias liberales y los estados de derecho descansan sobre un pilar fundamental: la igualdad de todos ante la ley, que solo puede fundamentarse en hechos objetivos.
El relativismo llevado a su extremo en la política, según el cual el sexo se puede elegir a voluntad, alguien puede ser víctima sin haber sufrido un daño y un delincuente, por ejemplo un sedicioso o un malversador, puede serlo o no según su ideología o su militancia, es el fin del sistema de libertades. Más aún, cuando lo que se persigue es dividir la sociedad en buenos y malos, entre los que tienen derecho a existir y los que no. Para comprender a dónde conduce todo esto, solo hay que recordar el Holocausto o las purgas de Stalin.
Sánchez ya ha pasado por la trituradora del relativismo político el Código Penal, con los indultos, la eliminación ad hoc de la sedición o la reforma, también ad hoc, de la malversación. Su siguiente objetivo es España y su Constitución. Seguramente no será este año. Ahora anda triturando los datos del paro, en los que no se incluyen personas que están solicitando empleo, esos fijos discontinuos que no cobran un sueldo y buscan trabajo, pero según el Gobierno no son parados. Es cierto, siempre han existido, pero se han multiplicado desde la reforma laboral. El Gobierno dice que no ofrece las cifras porque no las conoce. Pero esto no puede ser verdad, por mucho que lo diga Sánchez o lo repita cinco veces. Lo cierto es que Hacienda y la Seguridad Social saben quiénes cotizan y quiénes no.
Anda también ofreciendo cifras de inflación que retuerce a su antojo divulgando las interanuales que ahora le convienen y no las acumuladas, en las que somos campeones de Europa. Y presumiendo de repartir ayudas que son un verdadero tocomocho. El verano pasado anunció un cheque-ayuda de 200 euros, que según dijo iban a recibir dos millones seiscientos mil españoles. La realidad es que al final lo cobraron solo seiscientos mil. O sea, que se gastó 120 millones cuando en el primer semestre de 2022 el Gobierno había cobrado 17.000 millones de euros de impuestos más que en el mismo periodo del año anterior.
Y ahora vuelve a las andadas. Ha anunciado otro cheque-ayuda, en este caso para compensar la subida de los precios de algunos alimentos básicos. Otros 200 euros, que esta vez, según dijo, beneficiarán a 4,2 millones de hogares, es decir 1,7 millones de personas, ya que, según el INE, el tamaño medio de los hogares españoles es de 2,5 personas. Si esta vez el cheque llega a todos sus potenciales beneficiarios, por qué íbamos a dudarlo dado el historial del presidente, el coste sería de 340 millones de euros. Todo un esfuerzo si tenemos en cuenta que el 2022 Hacienda ingresó 33.000 millones de euros más que el año anterior. Esta es la verdad de este Gobierno, tan volcado con la clase media y trabajadora que le devuelve en ayudas el 1% de lo recaudado de más gracias a la inflación.
Y esta será la pauta hasta que pasen las elecciones. Pero si vuelve a ganar, tendrá manos libres para aplicar el relativismo a la Constitución y la unidad de España. Una de las nuevas juezas del TC ya ha explicado en una entrevista que la autodeterminación "es un tema sumamente complejo, con muchas aristas que conviene estudiar. Creo que no hay que tener miedo a ningún planteamiento, a ninguna posición ni sugerencia que se nos haga".
Yo creía que la verdad era que la Constitución no permite los referéndums de autodeterminación ni de independencia. Y que, en su Título Primero, establece que "la soberanía nacional reside en el pueblo español" y que "la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles". Lo dice negro sobre blanco, pero ya sabemos que, para Sánchez, como para Humpty Dumpty, la verdad es lo que dice el que manda que sea la verdad.