El Gobierno adapta su normativa de peajes a Europa sin introducir nuevos cobros
Elecciones de censura
El artículo semanal de opinión de Diego Jalón para TRIBUNA
El presidente Sánchez está dispuesto a transformar España y convertirla en lo que le manden Junqueras y Otegui. Y ha comenzado por transformar la Carrera de San Jerónimo en el Callejón del Gato. San Jerónimo, que nació en Dalmacia y murió en Belén, tradujo por encargo del Papa la Biblia al latín, allá por el año 405. Su versión, conocida como La Vulgata, fue posteriormente adoptada como la única auténtica por la Iglesia católica. No era por lo tanto un corredor, lo que puede despistar un poco a quienes crean que lo de carrera viene de correr. Pero una carrera era, en el urbanismo antiguo, una calle larga y ancha por la que pasaban carros. Para entendernos, una avenida principal.
Todo lo contrario de un callejón, que es una calle de peatones y sin aceras, como ese Callejón de Álvarez Gato, que tan bien conocía Valle-Inclán, ya que era el camino más corto para llegar desde la Puerta del Sol por la Calle de la Cruz al Teatro Español y al Ateneo, una ruta que consagraba con frecuencia para acudir a estos lugares. En este callejón, Valle descubrió el esperpento al observar cómo la gente se detenía frente a los espejos cóncavos y convexos del escaparate de una tienda, para burlarse y reírse de sus reflejos deformados. "El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. España es una deformación grotesca de la civilización europea", sentenciaba Max Estrella, el hiperbólico y misérrimo protagonista ciego de luces de Bohemia.
Aunque su dificultad escénica ha complicado mucho que se represente en los teatros, la primera vez fue 40 años después de su publicación, en un teatro de París, esta obra marcó a toda una generación de escritores. Y sigue siendo muy citada, incluso en estos tiempos de podcast y youtubes. Cuando Rajoy ganó las elecciones del 26 de junio de 2016, los tuiteros "progresistas" inundaron las redes sociales con otra frase de Max Estrella: "En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. Se premia todo lo malo". Rajoy, al que nadie ha acusado nunca de obtener un lucro personal, ha sido constantemente acusado de corrupción.
Tan intensamente, que Pedro Sánchez alcanzó su primera presidencia gracias a una moción de censura presentada contra "un Gobierno sentenciado por la corrupción". Pero ahora, sumida de nuevo en el esperpento, España contempla como en el Callejón del Gato, perdón en la carrera de San Jerónimo, que ya lo mismo da, Sánchez y sus compas justifican la rebaja de penas al delito de malversación explicando que se trata de deshacer la reforma del Código Penal que impulsó Rajoy en 2015. No sé si se aprecia el delirio en toda su magnitud, pero lo que vienen a decir es que el pobre Mariano fue en su día demasiado severo con la corrupción. "Noches de bohemia y de ilusión. Yo no me doy a la razón ¿Cómo te olvidaste de eso? Busco y no encuentro una explicación...", que cantaba Navajita Plateá.
Espantados ante la imagen deforme de la democracia que reflejan esos espejos que Sánchez ha colocado en las Cortes para convertir a los leones en gatos, andan las derechas a la greña por si conviene o no presentar una moción de censura. Es un debate que solo conduce a la melancolía. Solo quienes todavía vean los dibujos del correcaminos pensando que esta vez sí funcionará la trampa marca Acme del coyote pueden pensar que la solución al esperpento puede ser permitir a Pedro Sánchez destrozar de nuevo a la oposición, superando otra moción de censura unos meses antes de las elecciones de mayo.
Solo a Abascal se le puede ocurrir repetir el error que hace dos años permitió a Sánchez justificar ante su electorado los pactos con Bildu y ERC al grito de que vienen los fascistas, y presentar otra moción de censura con las mismas posibilidades de prosperar que la primera, en la que Casado tuvo que dedicar más esfuerzo a enfatizar sus diferencias con VOX que a despellejar al embustero. Y solo a alguien tan desesperada y en caída libre hacia el barranco como el propio coyote le parecería una buena idea unirse a uno de los partidos más antiliberales de nuestra escena política para reivindicarse como el nuevo partido liberal de nuestro país. ¡Ay, Inés!
A no ser que lo que realmente pretendan no sea, como prevé el artículo 133 de la Constitución, retirar la confianza al presidente del Gobierno y presentar un candidato alternativo con su correspondiente programa de Gobierno, sino generar más ruido y confusión para así, a río revuelto, obtener réditos electorales y mejorar unos resultados que, para alguna, se van a convertir en un adiós definitivo al sueldo y el cargo públicos. Si es así, no estaría mal que lo digan.
Haríamos mal en engañarnos. No hay atajos para defenestrar a este presidente que desde que llegó al poder no ha hecho más que lo contrario de lo que promete, mientras fagocita con inusitada avidez las instituciones y los contrapoderes de nuestro sistema democrático. Un trilero dispuesto a cualquier cosa para mantenerse en el poder, indultos, sedición y malversación incluidos. De nada servirán tampoco las embestidas de Page o Lambán. Han callado durante años y ahora cacarean. Harán cualquier cosa para salvar sus sillones en mayo. En eso tampoco son mejores que Sánchez. Cuando pasen las elecciones volverán a callar, pero ahora les puede el miedo. Hasta Óscar Puente, al que le parecieron muy bien los indultos y la sedición, dice ahora que lo de la malversación "no me acaba de gustar, ni me acaba de encajar". Será que algo está viendo en las encuestas.
Porque realmente, para que Sánchez se vaya, solo hay un camino. Y es el de las elecciones. Francisco Silvela, que fue presidente del Consejo de Ministros, escribió un histórico artículo titulado "España sin pulso", en el que hace más de ciento veinte años, describía con asombrosa exactitud nuestro presente: "Todos esperaban o temían algún estremecimiento de la conciencia popular; sólo se advierte una nube general de silenciosa tristeza que presta como un fondo gris al cuadro, pero sin alterar vida, ni costumbres, ni diversiones, ni sumisión al que, sin saber por qué ni para qué, le toque ocupar el Gobierno".
Es cada vez más urgente que Sánchez y su cortina pasen a la papelera de la historia. Esa cortina tras la que comenzó intentando trampear, a salvo de miradas indiscretas, los resultados del comité federal del PSOE en 2016. Tras la que luego ha escondido a ese Frankenstein que le hizo presidente cuando solo tenía 85 diputados y a ese Pablo Iglesias con el que no podía dormir. Y tras la que ahora trata de ocultar una reforma del Constitucional y del Poder Judicial a su medida, escondida en una enmienda que hasta los juristas del Congreso consideran ilegal. Para ello, lo único que tienen que hacer los españoles es demostrar que, en contra de lo que pensaba Silvela en 1898, ahora sí tienen pulso. Al menos el suficiente para que no les tiemble la mano a la hora de introducir la papeleta en la urna. Los ciudadanos son los únicos que pueden hacer que triunfe la verdadera moción contra Sánchez, que son las elecciones de censura del 28 de mayo.
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