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La Casa Lis, el tesoro más cosmopolita de la arquitectura salmantina

Dentro de la Salamanca modernista, nos paramos a observar una joya universal del patrimonio arquitectónico de ese estilo

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Casa Lis
Teresa Sánchez
Teresa Sánchez
Lectura estimada: 3 min.

Es uno de esos rincones imperdibles de Salamanca y está reconocido como tal tanto entre especialistas y como entre los profanos en arte. Como simple ejemplo de su relevancia podemos señalar como La Casa Lis de Salamanca fue designada como uno de los edificios modernistas más relevantes de toda España. En concreto los lectores de la revista especializada Archiectural Digest la situaban en el podio junto a emblemas de este estilo como la Casa Batlló de Gaudí en Barcelona o El Capricho en Comillas.

Un lugar con doble valor tanto por el edificio en si por dentro y por fuera -que es en lo que nos centraremos en este artículo-, como por el Museo Modernista que acoge, único por el valor de sus piezas. 

Construido por orden de Miguel de Lis, el encargado de llevar a cabo este proyecto fue Joaquín de Vargas y Aguirre. Miguel de Lis era propietario de una fábrica de curtidos que había heredado de su padre y su próspero negocio le facilitó una desahogada posición económica que le convertía, en la época en la que se construye la casa, en uno de los hombres más ricos de Salamanca.

La Casa Lis es un palacete urbano que vigila y es vigilado por el Tormes y que enclavado sobre la antigua muralla de la ciudad. Comenzó a construirse a finales del siglo XIX por su fachada sur y se finalizó en 1905 en la norte, aunque la armonía que hoy observamos en su construcción data de los años 90, cuando se acometió su restauración. Inicialmente la construcción no estuvo exenta de polémica porque para ubicarlo sobre la muralla romana hubo que tirar una serie de casas pequeñas que patromonialmente no tenían valor pero que estaban habitadas.

De Lis no disfrutó mucho de la casa porque falleció en 1909 y el palacete pasó entonces a ser residencia de otras familias ilustres de la ciudad hasta que fue poco a poco abandonado y durante años estuvo casi en el olvido. El Ayuntamiento lo expropió y lo salvó acometiendo su reforma en los años 90, situación que coincidió con la aparició como benefactor de Manuel Ramos Andrade y con todo comenzó su era dorada.

Sin duda la fachada sur, la que da al río, es la que más llama la atención por el enlace de la galería de hierro y cristal con el robusto muro de piedra y los adornos con cerámicas del taller de Zuloaga.

A todo se le suma la espectacular escalinata imperial que diseño para salvar la irregularidad del terreno. Un gran arco de medio punto se abre en el centro del muro con una surgerente escultura de Afrodita en medio de una simulada cueva artificial. 

Pero La Casa Lis merece un viaje completo a su alrededor y llegar a la fachada norte significa enfrentarse a la cara que conserva mayor pureza modernista. Construida en piedra y ladrillo, la decoración, tanto de los dos cuerpos como de la fachada y la verja que rodea el patio son sencillas pero repleta de detalles.

La casa se construye en torno a un patio interior que sirve para distribuir las estancias. Ahí está el verdadero eje de la vivienda, en torno al cual, en cualquiera de sus dos plantas gira toda la vida del edificio. Altas galerías adinteladas apoyadas en columnas de fundición hacen lucir el hierro como soporte pero también como pieza propia de la construcción. 

Inicialmente se trata de un patio abierto, al estilo de ls construcciones romanas o los patios andaluces, pero con la remodelación posterior se optó por cerrarlo con una imponente y magnífica vidriera emplomada de Juan Villplana, maestro vidriero que siguió un diseño de Manuel Ramos Andrade, benefactor del edificio y mecenas del museo que se instaló en él y que abrió sus puertas el 6 de abril de 1995 para acoger una magnífica colección de objetos decorativos Art Nouveau y Art Decó del siglo XIX y principios del XX.

 

 

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