Hemos vivido un intenso fin de semana de contraprogramaciones políticas. El PSOE había programado para estas fechas el Congreso de Sevilla con el objetivo de entronizar aún más la figura de Pedro Sánchez, mientras que el PP respondía con una intermunicipal que pretendía exportar una imagen de unidad territorial para fortalecer su papel de oposición útil en este momento tan especialmente delicado.
La cita socialista ha venido cargada. Los casos conflictivos se acumulan en el entorno de Pedro Sánchez, que suma a todo lo generado alrededor de su mujer, la reciente imputación de su hermano, la forzada dimisión de su líder en Madrid y todas las derivaciones del caso Koldo y las recientes declaraciones de Aldama. No, no es un buen momento por mucho que el socialismo quiera dibujar una realidad artificial de cierre de filas que, en realidad, se antoja como un maquillaje de escasa fijación.
La situación del partido del Gobierno y de su presidente es realmente complicada para hacer política desde el lado necesario de la credibilidad. Sería deseable un replanteamiento del esquema actual, con unos apoyos absolutamente enfocados al ventajismo de obtener réditos a costa de una debilidad aplastante que no invita a enfocar el futuro más cercano sin ningún tipo de optimismo.
La realidad es que, frente a un Gobierno señalado y rodeado de acusaciones de corrupción en diversos formatos, la alternativa que ofrece el Partido Popular tampoco desata pasiones. La desconcertante estrategia de Núñez Feijóo descoloca muchas piezas que parecerían tener un encaje más convencional dentro de la lógica electoral. El PP tiene una figura como Isabel Díaz Ayuso que ya ha demostrado arrestos suficientes como para alterar los nervios a Pedro Sánchez. En realidad, el presidente del Gobierno muestra muchas veces mayor obsesión con la presidenta de la Comunidad de Madrid que con el propio Feijóo. Pero las baronías populares siempre van en un camino poco imprevisible. Por dentro, la estructura valora más un perfil como el de Moreno Bonilla, también respaldado por una incuestionable mayoría absoluta.
En resumen; esa indefinición en ambos lados de la política española está sostenida, que no es poco, por el respaldo de una economía que aguanta los tambores de guerra. Lástima que los grandes partidos de España no lo aprovechen para construir proyectos de gestión a la altura de las necesidades de un país que reclama normalidad política y no este clima de crispación y confrontación constante.