El Cristo de la Liberación no salió, pero sí se sintió

La hermandad permaneció en el Colegio Arzobispo Fonseca, arropado por el recogimiento y la fe de los fieles en una madrugada pasada por agua

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Teresa Sánchez
Teresa Sánchez
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La noche del Sábado Santo en Salamanca volvió a ser vencida por la lluvia. Por segundo año consecutivo, el Santísimo Cristo de la Liberación no pudo recorrer las calles en su solemne procesión, pero eso no impidió que la devoción envolviera cada rincón del Colegio Arzobispo Fonseca. Allí, en su capilla primero en la antesala del claustro, la impresionante talla de Vicente Cid Pérez (1988) aguardó en la penumbra, resguardada del aguacero, mientras el silencio se hizo oración en la presencia de los fieles que no quisieron dejarle solo en esta noche tan esperada.

Desde la medianoche, el cielo se abrió, dejando clara la imposibilidad de sacar a la calle al Cristo yacente, cuya imagen es cuidada con reverencia por la Hermandad del Amor y de la Paz. Aquellos hermanos más antiguos, quienes un día soñaron con tener una figura de Cristo para el recogimiento y la plegaria en el cementerio de San Carlos Borromeo, vieron nuevamente cómo el anhelo de su procesión debía ser contenido, pero no anulado. Porque la fe -cuando es profunda-, no depende de los pasos en las calles, sino de la comunión en el alma.

El cortejo, aunque sin recorrer Salamanca, siguió su curso espiritual. En lugar de las puertas del Palacio Episcopal, el claustro acogió las oraciones por los difuntos, en un ambiente íntimo y cargado de emoción. Las mujeres de luto charro, con sus trajes al estilo albercano y el rosario prendido entre los dedos, marcaron con su presencia el tono sobrio y respetuoso del acto. Los hombres, de traje negro y hachón en mano, acompañaron con gravedad el momento.

La música, lejos de quedar silenciada, envolvió la noche con la austeridad del Coro Cisterciense y los Tambores del Vía Crucis, cuyos ecos retumbaron como latidos en el silencio contenido del lugar. La Hermandad quiso agradecer a los fieles que se acercaron hasta el Colegio a la hora señalada para el inicio de la procesión y abrieron las puertas para mostrar la imagen. 

No hubo procesión en las calles, pero sí una procesión interior, en el corazón de cada asistente. Así, Salamanca volvió a vivir su Sábado Santo bajo la lluvia, con un Cristo que no salió, pero que estuvo presente.

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