La lluvia detiene a la Soledad: Salamanca pierde su noche más íntima

La lluvia impide la salida de Nuestra Señora de la Soledad, dejando en suspenso el rezo más hondo del Viernes Santo

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Los fieles pueden ver a la Soledad (Fotos: Arai Santana)
Tamara Navarro
Tamara Navarro
Lectura estimada: 2 min.
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Había silencio antes del silencio. Un rumor contenido recorría las piedras milenarias de la Catedral Nueva, donde el pueblo de Salamanca aguardaba lo inevitable con el corazón encogido. El cielo, inquebrantable durante todo el Viernes Santo, no quiso ceder ni siquiera ante la reina de la noche. La Hermandad de Nuestra Señora de la Soledad, tras horas de espera y la consulta final sobre las previsiones meteorológicas, anunció que no habría procesión. No esta vez.

El hermano mayor, Javier Hernández Díez, tras recibir la confirmación de que "una tromba de agua" caería a partir de la una de la madrugada, tomó la difícil decisión de suspender la salida de los pasos. La lluvia, como siempre en estos momentos de la noche, impuso su voluntad. La Soledad no caminaría por las calles, ni cruzaría en penumbra la Plaza Mayor, ni se detendría bajo la lluvia de pétalos con la que cada año es recibida. El paso quedó en su altar, erguido, solemne, rodeado de miradas rotas por la emoción. Afuera, bajo los paraguas, la ciudad se abrazaba al consuelo de lo no vivido. El murmullo de la decepción se convertía en oración muda.

 

 

El momento más esperado de la noche —el paso de la Virgen por la Plaza Mayor envuelta en absoluto silencio— quedó suspendido en el deseo colectivo. No hubo música, ni canto del Ave María, que este año se había decidido suprimir. Pero tampoco hubo andas, ni cirios avanzando como luciérnagas. Salamanca se quedó con la pena entre los labios.

Dentro del templo, los hermanos de fila, con los nuevos cirios aún encendidos en sus manos, permanecían quietos, formando una estampa de fe estática. Javier Hernández Díez, en su primer año como Hermano Mayor, asumía el trago amargo de una decisión que también habría pesado a su predecesor, Miguel Hernández, tras 42 años de servicio.

Y sin embargo, incluso en la cancelación, la Soledad se hizo presente. Porque su presencia trasciende las calles, porque su dolor es también el de quienes no pudieron acompañarla, y porque en Salamanca, cuando no hay procesión, hay recogimiento. Cuando no hay tambores, habla el silencio.

 

 

Como gesto de cercanía con el pueblo, se abrirán las puertas de la Catedral Nueva para que los fieles contemplen a la Virgen en su paso, revestida de luto, bajo la penumbra sagrada del templo. La emoción de los devotos será la misma, aunque no haya pasos avanzando por las calles.

Para continuar con la devoción, se organizará un rosario que recorrerá desde la puerta del Obispo hasta la puerta del Patio Chico, donde se ubican los dos pasos: La Soledad y La Soledad de la Cruz. Un acto simbólico que, aunque no de procesión, unirá nuevamente a los fieles en un acto colectivo de fe y esperanza.

La lluvia se quedó con la noche, pero no con la devoción. La Soledad, sin andar, caminó por dentro.

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