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La Esperanza despierta a Salamanca
La Hermandad Dominicana llena de emoción la madrugada del Viernes Santo
Cuando el reloj marca las cinco de la madrugada del Viernes Santo, Salamanca comienza a latir de una forma distinta. Aún dormida, la ciudad se estremece con el sonido seco que golpea una puerta después de que los tambores hayan roto el silencio. Desde el imponente Convento de San Esteban, los primeros cirios se encienden, y da comienzo una de las procesiones más hermosas y seguidas de la Semana Santa salmantina: la de la Hermandad Dominicana del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, Nuestro Padre Jesús de la Pasión, Nuestra Señora de los Dolores y Nuestra Señora de la Esperanza.
Envueltos en el recogimiento más absoluto, los cofrades recorren durante seis horas las calles antiguas de la ciudad, encabezados por los estandartes de la hermandad: rojo, verde y negro. A su paso, la solemnidad inunda cada rincón, cada piedra del casco histórico. El silencio sólo es vencido por los redobles del tambor, el sonido de las bandas y el crujir de los pasos sobre la piedra y algún que otro suspiro emocionado.
Los cuatro pasos que conforman el cortejo despiertan la devoción más profunda. Nuestro Padre Jesús de la Pasión, obra de Damián Villar (1945), abre el camino seguido por el Santísimo Cristo de la Buena Muerte, una talla anónima del siglo XVII que impone respeto y recogimiento. Tras ellos, la serena y doliente figura de Nuestra Señora de los Dolores, esculpida en 1760 por Luis Salvador Carmona, recoge la emoción más íntima del dolor materno.
Pero es, como cada año, Nuestra Señora de la Esperanza la que arranca los mayores aplausos e incluso lágrimas. Envuelta en flores, bajo su palio y rodeada de una luz tenue de largos cirios, la Esperanza charra, tallada también por Villar en 1952, detiene su paso en la Rua ante las Siervas de María, guardianas de su manto durante todo el año. Es un momento único, donde el fervor se funde con la emoción, y donde Salamanca parece despertar envuelta en oración.
La procesión avanza por la Calle San Pablo, Rúa Mayor, la Plaza de Anaya y se adentra en la majestuosa Catedral Nueva, donde realiza su estación de penitencia. Desde allí, continúa por las empedradas calles del centro, entre un público que va en aumento con la llegada del día y permanece acompañando a la Hermandad Dominicana con respeto y devoción.
La madrugada del Viernes Santo volvió a ser testigo de una Salamanca profundamente entregada, donde la fe se hizo presencia viva en cada paso, en cada mirada.
Al cerrar el cortejo de nuevo en el atrio de San Esteban, la ciudad ya no duerme: despierta renovada por la Esperanza.
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