La verdad es que si de algo puede presumir el presidente del Gobierno es de su precocidad, de lo rápido que dio forma a su manera de entender la política y de lo fácil que le resultó descifrar el mapa del laberinto que conduce al poder. En 2014 fue nombrado secretario general del PSOE y en 2016 ya estaba intentando evitar su destitución por el Comité Federal mediante una urna tras una cortina, maniobra que uno de los miembros de ese comité, José Antonio Pérez Tapias, definió como un "golpe de mano sin atender las mínimas normas democráticas".
Decía entonces Pérez Tapias que quienes hasta ese momento defendían los planteamientos de Sánchez, se "sentían engañados, vieron que habían caído en las redes de un relato falso que ensalzaba la democracia, a los militantes, y que era una patraña. No quisieron ser cómplices de una chapuza". Sánchez fue destituido, pero volvió a hacerse con el mando del PSOE un año después. El resto de la historia ya la conocemos. Y eso del relato falso que era una patraña ha resultado en nuestro presidente una fórmula sorprendentemente fructífera.
"El primer párrafo del artículo 1 de nuestra Constitución dice que España es un Estado Social Democrático de Derecho. Un Estado que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico: la libertad, la justicia, el pluralismo político y la igualdad. Quiero comenzar mi intervención, señorías, reivindicando la vigencia de la Constitución que los españoles nos dimos, hace cuarenta años, en 1978". Así comenzó su intervención en el Congreso de los Diputados el día de la moción de censura que le llevó a la presidencia.
Y ahora ya sabemos que, como advertía Pérez Tapias dos años antes, ese día de mayo de 2018 comenzó la demolición de nuestra Constitución. Nunca hemos gozado en España, y en esto están de acuerdo hasta The Economist y Bloomberg, de un presidente tan dispuesto a mentir, a engañar, a pisotear todos y cada uno de los principios constitucionales y a pasarse por el forro la igualdad, la lealtad institucional y la separación de poderes, con tal de aferrarse al cargo.
Y lo más grande es que lo lleva haciendo desde el mismo momento en el que llegó al poder, incluso horas antes, cuando para defender el voto de censura a Rajoy aseguraba que "la corrupción actúa como un agente disolvente y profundamente nocivo para cualquier país. Disuelve la confianza de una sociedad en sus gobernantes y debilita en consecuencia a los poderes del Estado". Deprisa, deprisa, como los quinquis de la película de Carlos Saura.
La precocidad de Sánchez es en cierto modo inverosímil y no se me ocurren precedentes en la historia moderna de las democracias. Sánchez presenta síntomas propios de políticos que llevan décadas en el poder. Y desde el primer día que llegó a La Moncloa actúa como si hubiese cosechado arrasadoras mayorías cada vez que se ha presentado a unas elecciones. Un tipo que logró 85 diputados la primera vez que fue candidato, en 2016, y cuyo techo son los 123 escaños de abril de 2019. Normalmente, la corrupción llega a los gobiernos, como le ocurrió a Felipe González o a Rajoy, pasados varios años y tras lograr amplias mayorías absolutas. Sánchez llegó al poder en julio de 2018 y en 2019 tuvo que convocar elecciones, primero en abril y luego en noviembre. Pero cuando en marzo de 2020 se declaró la pandemia, la compleja y variopinta trama de Koldo y Aldama que investigan ahora el Supremo y la Guardia Civil ya estaba en marcha y a pleno rendimiento.
"La corrupción también ataca de raíz a la cohesión social, en la que se fundamenta la convivencia de nuestra democracia, si a la sensación de impunidad y a la lógica por la envergadura de los hechos que están siendo investigados, la lógica respuesta lenta de la Justicia, se une la incapacidad de asumir las más mínimas responsabilidades políticas por los actores concernidos". Sí, son también palabras de Pedro Sánchez, como cualquiera habrá podido deducir por la tensa relación de su prosa con la sintaxis.
El rey del autobombo, "el presidente del mundo libre" se interpreta a sí mismo en ese documental que ahora, por fin, emite el diario de Prisa en rigurosa exclusiva. No he tenido la suerte de poderlo ver, pero me aseguran que no hay ni una sola toma del presidente en ningún lugar de España, salvo en ese frondoso remanso de paz y felicidad que es La Moncloa. Y ahora nos quiere convencer de su ejemplaridad en la lucha contra la corrupción, asegurando que no sabía nada de las andanzas de Ábalos hasta el pasado mes de febrero. Fue entonces cuando actuó con contundencia y le expulsó del Partido Socialista. Estaba el miércoles en Portugal, cualquier sitio es mejor que pasearse por España, y parecía muy molesto de que los periodistas le pregunten por qué se cargó a su amigo del alma, "cómo te quiero", en 2021. "Otra vez la misma pregunta". Y "por enésima vez" la misma respuesta. Fue por su deseo de renovar el Gobierno, tras la dura etapa de la pandemia.
Ya sabemos que Sánchez presume de su gran gestión y de esos estados de alarma inconstitucionales que "salvaron ciento de miles de vidas". Aun así, tenía que renovar el Gobierno. Resulta que al frente de la formidable gestión de aquello puso a cuatro ministros, que eran Ábalos, Illa, Robles y Marlaska. Pero solo echó a uno. ¿Adivinan a quién? Pues sí, justo a ese que además era también secretario de organización del PSOE y dejó de serlo ese mismo día. Del todo a la nada por el simple deseo de renovar el Gobierno. Hasta el diario que emite ese reality que nadie compró informó entonces de que Sánchez no había querido responder a Ábalos cuando le preguntó por qué le echaba: "No te lo puedo decir".
Por enésima vez se ha negado también a responder a esa otra pregunta, la de qué relación tenía con Aldama y si se reunió con él. Tampoco es para tanto, la pichona se reunió con él al menos siete veces y a Sánchez le parecía bien, "no hay nada de nada". Y si es por enésimas veces, ya he perdido la cuenta de cuántas nos dijo, durante cuatro años, que Delcy voló a España sin que lo supiera. Ahora, como los wasaps le delatan, reconoce que lo sabía. Y a seguir corriendo. Rápido, un decreto para renovar el Consejo de RTVE y repartir sillones a los socios, a ver si votan los presupuestos. Deprisa, deprisa.