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Un pacto entre secuestrador y rehén: así se dibuja el nuevo Gobierno de España

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Félix Ángel Carreras Álvarez
Félix Ángel Carreras Álvarez
Lectura estimada: 3 min.

Como si fuera una alusión musical, el nueve de noviembre pasará a la historia como una fecha determinante en la trayectoria política de un partido esencial en la democracia española como es el PSOE. Aquel partido valiente que supo entender el momento clave de la Transición, capaz de navegar desde la clandestinidad hacia la normalidad democrática con evidente sentido de Estado, se ha convertido en algo completamente diferente, que rompe con esa esencia de tolerancia y entendimiento que le llevó hasta la presidencia del Gobierno una vez terminados los efectos de la UCD y el tirón popular de un hombre como Adolfo Suárez.

A Felipe González se le podrá etiquetar de muchas maneras, con luces y sombras alargadísimas durante su extenso mandato, pero nunca perdió su condición de estadista porque el partido jamás estuvo por encima de la idea de España, sino que acompañó y acompasó cada momento a las situaciones que se fueron planteando. Hoy, ese PSOE no existe porque Pedro Sánchez lo ha convertido en otra cosa diametralmente opuesta. Había excépticos que albergaban la posibilidad de repetir de nuevo las elecciones generales en enero porque el PSOE actual finalmente no se iba a plegar a las exigencias de los independentistas catalanes. Lo único que ha ocurrido es la teatralización de un acuerdo que primero se escenificó con ERC y más tarde le llegaría la gloria a Junts; pasamos de la foto del ministro Bolaños con Junqueras a la esperpéntica imagen de Bruselas con Santos Cerdán y Puigdemont.

El nueve de noviembre era la fecha escogida para explicar a España que España se rompe. Que esta España de las diecisiete autonomías renuncia al concepto de su caja única para llenar de privilegios las cuentas de Cataluña a través de una condonación histórica de deuda y la posibilidad de gestionar el 100% de los impuestos. Es decir, un cupo vasco a lo grande con la diferencia de que en ningún apartado de nuestra Constitución se recoge esta excepcionalidad que sí contempla el caso del País Vasco desde su origen.

Lo más significativo de este aberrante pliegue del socialistamo actual es que se ha vestido como algo completamente necesario para convivencia política en España. Esta reflexión que vociferan los palmeros de Sánchez como mensaje de doctrina es absolutamente absurda. Si era tan urgente y fundamental, ¿por qué no se ha planteado antes? La respuesta es sencillísima: este aberrante pliegue del socialismo actual responde únicamente a la necesidad de atrapar los siete votos necesarios para reeditar el mandato de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. No hay más.

La prensa internacional ha recogido el acuerdo con Junts basado en una Amnistía con dudoso encaje legal como una arriesgada maniobra del presidente en funciones para perpetuarse en el cargo. Será un acuerdo de investidura, pero dudosamente puede ser un acuerdo de legislatura cuando el propio Puigdemont alardea de que su única referencia será el mandato del Parlamet, humillando de nuevo la Soberanía Nacional. No lo vamos a saber, pero sería interesante conocer la opinión personal del Rey Felipe VI, que en su momento adoptó una postura valiente cuando Cataluña se levantó en un referendum ilegal que proclamó posterior y efímeramente una República en Cataluña. Hoy, aquel discurso de octubre de 2017 ha quedado enterrado para siempre.

Mientras, las calles del resto de España están revueltas como no lo estaban desde hace años. Y las protestas en la calle no son exclusivamente patrimonio de la izquierda. Es perfectamente legítimo entender las protestas afloradas desde otros partidos diametralmente opuestos a este socialismo, siempre que estén amparadas desde un punto de vista reivindicativo y nunca violento. Cada nueve de noviembre, como siempre sin tarjeta, decía la canción. En este caso, Pedro Sánchez ha sacado su tarjeta para darle todo el crédito disponible a sus secuestradores políticos. Porque será pronto investido presidente, pero nunca dejará de ser su rehén.

 

 

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