También se negociarán las mejoras salariales y la implantación de la jornada de 35 horas
Gobernanza de la Monarquía Hispánica (IV)
Cuarta entrega del serial de Ramón Tamames para TRIBUNA
En esta cuarta entrega de la serie sobre la gobernanza de la monarquía hispánica, entramos en la fase de los Borbones, a partir de 1700, cuando algunos consideran que el tal hispánico Imperio dejó de existir como conjunto en el Tratado de Utrecht, al perderse la soberanía de las posesiones europeas. Sin embargo, los territorios de América eran reinos y virreinatos, y la administración global desde Madrid continuó, tal vez en mejores términos y con mayor pulcritud. Aparte de eso, los pactos de familia evitaron las continuas guerras con Francia, que habían configurado los siglos XVI y XVII como una continua pugna de intereses de los dos países más extensos de Europa Occidental. Examinamos hoy los ministros universales de Felipe V a Carlos IV, con las importantes calidades de alguno, especialmente del Marqués de la Ensenada y de Jovellanos.
LA ADMINISTRACIÓN CON LOS PRIMEROS BORBONES
Corresponde a la Administración de los primeros Borbones un espíritu renovador importante, y una alianza con Francia; con tres pactos de familia, de muy diversa apreciación crítica -por decidir quién mandaba más en esa relación familiar-, pero que prácticamente evitó cualquier clase de guerras con el país vecino por casi un siglo. De esos pactos de los Borbones de Francia y España, el primero, 1733, entre Felipe V y Luis XIV, se dispuso para hacer frente en común a Austria con el Sacro Imperio. Un trance en el cual España volvió a adquirir el Reino de Nápoles y Sicilia.
El segundo Pacto (1743), se formalizó para actuar juntos los dos países en la guerra de Sucesión de Austria, 1740-1748. Y tuvo su renovación en la guerra de los siete años (1756-1763), en la que España perdió la Florida (1763), compensada por la transferencia de la Luisiana por Francia a España. En 1779, el tercer Pacto se tradujo en la participación de España, Francia ya estaba en ello desde 1776, en la guerra con Inglaterra por la independencia de Estados Unidos; tras la cual España recuperó (1783) las Floridas, varios territorios de América Central, y Menorca, pero no Gibraltar.
La referencia a una relación pacífica entre Francia y España, no es baladí. Como puede comprobarse por el cuadro adjunto, en el que figuran las 16 contiendas que ambas naciones mantuvieron entre sí, desde Carlos V al final de la Casa de Austria. Complementariamente, incluimos otro cuadro con las guerras, casi por el mismo número, de España con Inglaterra. En otras palabras, la guerra era una situación normal y continua: en los 41 años que rigió Felipe II, sólo tuvo seis meses sin guerras.
La llegada de Felipe V a España fue el origen de grandes cambios que empezaron a producirse en plena la Guerra de Sucesión (1701/1713), con los Decretos de Nueva Planta (1507 para Valencia y Aragón, 1514 para Cataluña, y 1715 para Baleares).
Con tales Decretos, se homogenizaron los diversos territorios peninsulares de la monarquía española, sustituyendo los virreyes de Aragón, Cataluña, Valencia, etc., por capitanes generales al frente de las nuevas regiones militares. Igualándose así todo el país con las normas castellanas, manteniendo sólo su autonomía Navarra y las ulteriores Provincias Vascongadas.
Ministros universales o principales con Felipe V y Fernando VI
Giulio Alberoni, italiano, de Piacenza, sin necesidad de grandes nombramientos, pero siempre con el apoyo de Isabel de Farnesio, segunda esposa de Felipe V fue el protagonista de la política exterior de Felipe V entre 1515 y 1519. Un tiempo en el que además de llegar a Cardenal, Alberoni reconquistó las anteriores posesiones españolas en Italia (Nápoles y Sicilia, pero no Córcega), reorganizó los correos entre España y América, potenció la Marina Real, y abolió las aduanas interiores en España (excepto Navarra y País Vasco). E incluso, en 1719 se planteó invadir Inglaterra con una especie de nueva Armada Invencible; aventura por la que fue destituido, volviendo a Italia donde murió en 1793.
Tras Alberoni, fue destacado ministro de Felipe V José Patiño, nacido en el Milanesado español, y que llegó a Secretario de Estado en 1717. Se ocupó especialmente de reforzar la Marina, dotando mejor los astilleros del Ferrol, Cádiz y Cartagena, labor que compartió con Carvajal y el Marqués de la Ensenada. Murió en 1736, sin incremento de su patrimonio, en contra del uso habitual de enriquecerse los mandamases de la época. Hasta el punto que Felipe V hubo de pagar los gastos de su entierro. Su labor fue, resumida con estas frases:
Economizó la real Hacienda y libró al pueblo de los tributos extraordinarios que surgían antes... La Casa Real estuvo pagada; el ejercito provisto; la renta de la corona se pusieron corrientes; y el Erario adquirió la reputación, que como decía Richelieu, es su principal riqueza.
El siguiente personaje al mando en la Corte de Felipe V fue José del Campillo y Cossío, Ministro universal entre 1741 y 1743, año de su muerte. Prematura, porque con ella se truncó la trayectoria de importantes proyectos sobre gestión pública y economía política, expresados en trabajos y libros como Lo que hay de más y de menos en España, España despierta y Nuevo sistema de gobierno económico para la América. Que sirvieron para diseñar reformas en el gobierno de las Indias, especialmente por Bernardo Ward. Durante su vida ocupó cargos importantes, como Intendente general de Marina; Comendador de la Oliva de la Orden de Santiago; Capitán general Honorífico; Secretario de Estado de Hacienda, Marina, Guerra e Indias; Consejero de Estado y Lugarteniente del Almirantazgo .
Ya en tiempos Fernando VI, destacó la figura de Don Zenón de Somodevilla y Goicochea, Marqués de la Ensenada, que vio reforzada su actividad, hasta casi ser primer ministro de todo. Debiendo subrayarse su labor fundamental de modernizar y potenciar la Marina Real, para mejorar la conexión de España y sus Indias, y a fin de estar preparados para los inevitables conflictos con Inglaterra. También hay que citar el Catastro de Ensenada, el instrumento para regular mejor los impuestos sobre la tierra agraria.
Después de cesar como ministro principal, al Marqués de la Ensenada, le sustituyó José de Carvajal y Lancaster, que negoció la fijación de límites entre España y Portugal en América del Sur, y que autorizó la primera expulsión de los jesuitas de sus reducciones de Paraguay. Se ocupó también de muchas otras cuestiones, entre ellas las de comercio y la moneda.
Carlos III y los ilustrados
Entrando ya en el reinado de Carlos III, nos encontramos con los mejores ministros de la Ilustración, empezando con el genovés Jerónimo Grimaldi, que fue Secretario de Estado de 1763 a 1766, negociando los pactos de familia entre los Borbones de Francia y España. Tras el motín de Esquilache, fue sustituido por el Conde de Aranda, jefe del llamado Partido Español, que preconizaba la hispanización definitiva de la Administración, muy italianizada por Carlos III al llegar de Nápoles .
El conde de Aranda pasó a ocupar la presidencia del Consejo de Castilla a raíz del motín de Esquilache, cuando el espíritu de sedición se extendió por gran parte del país. Con sangrientos episodios en Zaragoza (abril de 1766) y, más tarde, en Cuenca, Palencia, Ciudad Real, La Coruña y Guipúzcoa.
Apoyado por Campomanes y Floridablanca, Aranda realizó la difícil misión de retirar hábilmente las irrealizables concesiones otorgadas por el rey; consolidando así la autoridad real sin excitar pasiones para nuevos motines. Algo que logró aprovechando su popularidad entre la clase media y los artesanos, a los que se dirigía más en forma de súplica que de imposición. Consiguió incluso -raíz del conflicto- que se sustituyera el chambergo y la capa larga por la corta y el tricornio.
Aranda realizó el primer censo demográfico de toda España (1768, 9,3 millones de habitantes). Y previamente, como embajador en París, llegó a la conclusión de que tras la guerra de independencia de EE.UU., la América Española debía transformarse en varios reinos independientes, con reyes Borbones españoles al frente; idea que, obviamente, no prosperó .
Floridablanca, murciano, destacó, con Carlos III y Carlos IV por su labor de fomento, de mejora de caminos reales y regadíos (Canal Imperial de Aragón, etc.). Fue el verdadero fundador del Consejo de Ministros, al reunir, semanalmente, a los secretarios reales. José Moñino y Redondo, I conde de Floridablanca (Murcia, 21 de octubre de 1728-Sevilla, 30 de diciembre de 1808), ejerció el cargo de secretario de Estado entre 1777 y 1792, y tras el levantamiento de Madrid contra los franceses (2 de mayo de 1808), presidió la Junta Suprema Central, creada en 1808.
Campomanes, asturiano, fue Ministro de Hacienda con Carlos III. Se opuso a los privilegios de la Mesta, y realizó las primeras desamortizaciones agrarias. Promovió la política de repoblación en Sierra Morena -obra de Pablo de Olavide, un personaje extraordinario-, la mejora de las universidades y creó las Reales Sociedades Económica de Amigos del Pais. Hombre de gran cultura, reunía a lo mejor de la Ilustración en la tertulia que mantuvo en su casa. En su tiempo se creó el Banco de San Carlos (1782), antecedente directo del Banco de España.
En resumen, ese fue el tiempo que hispanista Richard Herr calificó como "la revolución española de la segunda mitad del S.XVIII", por la modernización de las administraciones, y la exigencia de buena calidad en su desempeño. Se impulsaron las expediciones científicas y se intentó reposicionar a España, de nuevo, como gran potencia mundial.
Durante el reinado de Carlos III (1759/1788), desde el punto de vista de política exterior hubo dos momentos históricos: la guerra de los siete años (1756-1763) en la que España perdió la Florida en favor de los ingleses (compensada por Francia con la transferencia de La Luisiana); y la guerra de independencia de EE.UU. (1776-1783) a la que nos hemos referido con alguna extensión en el capítulo 13 en la que España salió triunfante contra Inglaterra, recuperándose la Florida y Menorca, pero no Gibraltar.
Mencionáremos también a Jovellanos, asturiano como su mentor Campomanes; brevemente Ministro de Carlos IV de Gracia y Justicia, a propuesta de Godoy. Destacó sobre todo por sus estudios económicos y sociales, especialmente el Informe sobre la Ley Agraria.
Carlos IV y Godoy
Con Carlos IV (1788/ 1808), la situación se deterioró rápidamente, por los temores a la influencia de la Revolución Francesa (1789), y por la aparición de Godoy, como supervalido de Carlos IV, con quien empezó a hacerse más autoritaria la gobernanza de la Monarquía -las fobias a Jovellanos y Malaspina, por ejemplo-, y sobre todo por sus aviesos tratos con Napoleón.
Aunque actualmente algunos historiadores pretenden reinterpretar más positivamente a Francisco de Godoy, nombrado Ministro Universal por Carlos IV en 1792, lo cierto es que buscó la prevalencia de los intereses más mezquinos. En 1800 pactó con Bonaparte la posesión del Reino de Etruria para la Duquesa de Parma, hija de Carlos IV, prácticamente a cambio de la Luisiana, la enorme posesión adquirida de Francia en 1764.
Esa política de alianza con la Francia imperial, llevó a la derrota de la Marina española, frente a Inglaterra, en las dos grandes batallas navales del Cabo San Vicente (1797), y sobre todo, de Trafalgar (1805).
En 1808, Godoy cayó como consecuencia del Motín de Aranjuez (marzo de 1808). Después de haber acordado ya el paso de la Grande Armee por España, para invadir Portugal, donde Napoleón había reservado un principado, casi la mitad del país (ver mapa), para el propio Godoy, que quería convertirse en verdadero rey.
Luego llegarían las abdicaciones de Borgoña y la guerra de independencia, que empezó el 2 de mayo de 1808 en Madrid. Se sucedieron todas las tragedias que grabó Goya, y se produjo la descomposición del Imperio Español. Por otro lado, esa guerra en España fue la peor decisión que Bonaparte pudo tomar en su vida.
Y como siempre, los lectores de Tribuna pueden conectar con el autor a través del correo electrónico castecien@bitmailer.net.
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