La realidad se ha impuesto al deseo en Extremadura, donde la popular María Guardiola meterá a Vox en su Gobierno pese a su promesa reiterada de no hacerlo, tras verse forzada por la aritmética y por la exigencia de Alberto Núñez Feijóo, que le pidió un acuerdo "rápido".

El vía crucis que ha llevado a Guardiola a dar a Vox la Consejería de Gestión Forestal y Mundo Rural da muestra de la dependencia del PP hacia la formación de Santiago Abascal y anticipa el escenario de pactos tras el 23 de julio.

Aunque aspira a un Gobierno en solitario, Feijóo nunca ha cerrado la puerta a gobernar en coalición con Vox y en el PP impera la visión de que los pactos con este partido no les penalizan y de que el riesgo de alianza alienta el voto útil. Sin embargo, Extremadura ha sido un trago amargo para el PP.

Desde el inicio del choque, por la virulencia de María Guardiola, que dijo que no podía gobernar con quien niega la violencia machista, deshumaniza a los migrantes o tira a la papelera la bandera LGTBI, hasta el final, con su rectificación.

Guardiola se lanzó contra Vox cuando el PP había reconstruido los puentes y pactaba en otros territorios y se ha desdicho ahora de su compromiso cuando uno de los ejes de campaña del PP es denunciar las "mentiras" de Pedro Sánchez.

En este día clave, Feijóo ha dejado una reflexión, sin dirigirse a la extremeña: "A veces me equivoco y a veces dudo, pero no me equivoco ni dudo en lo importante, en eso no. Y en tiempos que la palabra de algunos políticos no vale nada, yo reivindico la política de la palabra. Sin palabra no hay política".

El propio líder del PP ha modulado su postura sobre Extremadura con el paso de los días. Y de decir que era "correcto" negarles consejerías pasó a hablar de gobiernos "proporcionados", calificó de "reacción inadecuada" las palabras de Guardiola y finalmente instó a un acuerdo "rápido".

Guardiola ha corregido su postura alentada por Feijóo pero también por las críticas que había provocado en el seno del PP, verbalizadas en público por Esperanza Aguirre, y después de que Isabel Díaz Ayuso la exhortara a pactar para no "perder una oportunidad única en Extremadura".

Su caso ha servido además para aclarar el cálculo de lo que Elías Bendodo denominó "matemáticas de Estado": el PP defiende que Vox esté en sus gobiernos cuando sus síes sean "imprescindibles" para la investidura y gobernar en solitario donde sea "la fuerza más votada" y tenga "más escaños que toda la izquierda junta".

Vox no comparte estas cuentas. Pide entrar en los Gobiernos tanto de Región de Murcia como de Aragón y no pierde de vista que el 23J Feijóo aspira a superar en solitario a la izquierda para encabezar así un gobierno monocolor.

El escenario de pactos ha mostrado además como el PP excluye de sus acuerdos el término violencia machista, mientras retiene para sí las políticas de igualdad y defiende que no habrá retrocesos.

El PP se compromete a no renunciar a sus principios mientras hay un goteo permanente de noticias sobre localidades que no cuelgan la bandera LGTBI o cambios como el del Ayuntamiento de Burgos, donde el minuto de silencio contra la violencia machista es ahora en repulsa de la "violencia familiar".

Así, las alianzas con Vox han agitado internamente al PP y le han convertido en el foco de todas las críticas a tres semanas de las elecciones y a días de que empiece una campaña que los populares afrontaban con euforia.