Hace 509 años y dos días, el 12 de mayo de 1513, se colocaba la primera piedra de la Catedral Nueva de Salamanca. La seo románica se había quedado pequeña para la ciudad y ya iba siendo hora de levantar otro templo. Lo habitual en aquella época era echar abajo las antiguas catedrales y usar los restos como material de obra, pero por fortuna el caso de Salamanca fue distinto. Los impulsores de la construcción decidieron conservar la Catedral Vieja hasta que la nueva estuviera terminada y, finalmente, 'quedarse' con las dos. 

Así pues, en 1513 comenzaron las obras de la Catedral Nueva, que no llegarían a su fin hasta 1733, más de dos siglos más tarde. Según recoge la web de la Catedral, "las obras continuaron en una primera fase hasta 1560 llegando al actual crucero y fueron avanzando hasta que se inaugura en agosto de 1733. Juan y Rodrigo Gil de Hontañón, Juan de Álava, Juan Setién Güemes, Pantaleón Pontón, los hermanos Churriguera y Juan de Sagarbinaga participaron en la construcción, entre otros. Pese a la presencia de distintos arquitectos y obviando el paso de los más de dos siglos que duró la fábrica, la catedral consigue sin embargo un aspecto unitario en su estilo por petición expresa del Cabildo". Es uno de los hechos artísticos que más llaman la atención del colosal edificio: que aunque pasaron más de 200 años entre su inicio y su fin, mantuvo un estilo artístico uniforme, sin caer en las 'modas' que se sucedieron con los años y que habrían dado un aspecto más heterogéneo a la seo.

La estampa de la Catedral, con su cúpula y su campanario, dibuja el perfil de Salamanca desde el otro lado del Tormes. La torre, de más de 100 metros de alto, es una de las mayores de España y actúa como un faro para el turismo: en cuanto la divisan desde el principio de la Rúa se dirigen hacia ella. No en vano, el edificio tiene mucho que mostrar: tiene 18 capillas, luce casi un centenar de vidrieras llegadas desde Flandes y desde hace veinte años se puede subir a sus terrazas gracias al programa 'Ieronimus' para contemplar todo el centro histórico a vista de pájaro. Quien más y quien menos también conoce la historia del Mariquelo y sus escaladas por el campanario o se deja unos minutos buscando al astronauta de la puerta de Ramos. Y no, no hay ningún misterio que resolver: se talló en 1993, durante una restauración.

Cabe señalar que el acceso principal de la Catedral Nueva está a los pies del edificio, junto al palacio del obispo (no hay más que ver que tiene varios portones y que todo el entorno está profusamente decorado), pero una casualidad histórica quiso que la puerta de Ramos (la de Anaya) se convirtiera en la 'fachada oficiosa' de la seo. Durante la ocupación napoleónica, en 1811, el general Thiébault se instaló en el palacio de Anaya. Se dice que las casas le impedían contemplar la catedral a su gusto, así que ordenó echarlas abajo y abrir un espacio entre el palacio y el templo: así nació la plaza de Anaya y la puerta de Ramos se convirtió, inesperadamente, en la puerta más popular de la seo.

Hoy en día es uno de los edificios señeros de la capital y una de las catedrales más reconocibles de España por tamaño, estilo artístico y profusión decorativa. Tiene sus achaques (el atrio, por ejemplo, está pendiente de una reforma), pero nada que asuste a un edificio que sobrevivió al terremoto de Lisboa de 1755 y la ocupación francesa durante el siglo XIX.