El 5 de mayo se conmemora esta jornada en todo el mundo
La lluvia repliega al Silencio, que halla cobijo en su barrio
El Cristo de la Vela restaurado, Nuestra Señora del Silencio y el Paso de la Palabra recorren Pizarrales en un itinerario acortado por la lluvia, al son de la banda y los tambores
La tarde del Sábado Santo se alzó densa sobre Pizarrales. Las nubes no daban tregua y la amenaza de lluvia pesaba sobre cada decisión. Pero en el corazón de su barrio, la Hermandad del Silencio volvió a demostrar que, cuando la devoción manda, el camino se encuentra aunque sea más corto, más íntimo, más propio.
No habría paso por la Plaza Mayor, ni por las grandes arterias de la ciudad. Este año, el Santísimo Cristo de la Vela, renovado tras su restauración, y Nuestra Señora del Silencio, recorrerían solamente las calles de su origen, una estación penitencial para el recuerdo.
Fue una decisión prudente, adoptada por el Hermano Mayor, Fernando Gómez Hernández, tras consultar las previsiones que anunciaban lluvia intensa en las próximas horas. "Así no ponemos en riesgo ni el patrimonio artístico ni el humano", explicó con serenidad.
Y así, bajo un cielo encapotado, los tambores retumbaron por la carretera de Ledesma, abrazados por balcones conocidos, por vecinos que se asomaban con respeto, por calles que ya sabían cómo sonaba el Silencio.
La procesión, que este año celebra sus cuarenta años de historia, volvió a convertirse en un acto de identidad. No hizo falta recorrer el centro histórico para que la emoción se derramara en cada esquina de Pizarrales. Las velas encendidas, los cirios balanceándose con solemnidad, y el rostro del Cristo de la Vela avanzando firme, devolvieron al barrio el orgullo de ser cuna de fe, aunque el cielo no acompañe.
Porque cuando las grandes avenidas no son opción, los caminos más pequeños se hacen inmensos. Y Pizarrales supo que, en su silencio, cabía toda una ciudad.
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