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Los últimos de la taxidermia, el arte de disecar animales: "Les damos una nueva vida"
Un trabajo de meses que apenas se reconoce en la sociedad actual. Teresa es una de las últimas mujeres taxidermistas de nuestra provincia y ha trabajado codo con codo junto a su marido, ya jubilado, desde hace más de treinta años. Esta es su historia.
Decía Mark Twain que la diferencia entre un recaudador de impuestos y un taxidermista es que el taxidermista simplemente se conforma con tu piel, pero en la piel, bien lo sabemos, es donde se quedan las mejores historias, donde se marcan los años, la vida... y donde al final podemos expresar lo que hemos sido.
Es los que ocurre con animales que encuentran una segunda vida en las manos sabias de los protagonistas de este reportaje. Se llaman Modesto Muñoz y Teresa Pérez, su amabilidad va en equilibrio con el amor y la pasión que sienten hacia su trabajo... Abren las puertas de su casa a www.tribunasalamanca.com, son taxidermistas desde hace más de 30 años.
El reloj marca las 11.00 horas... accedemos, un corzo en actitud tranquila recibe al visitante junto a otros animales ya disecados. Murió hace mucho tiempo, pero aquí consiguió otra vida. Nos sentamos y comienza una de las conversaciones más amables a las que la periodista que escribe estas primeras letras ha tenido la oportunidad de asistir.
Modesto está jubilado, no quiere robarle ni un minuto de protagonismo a su mujer, son equipo dentro y fuera del taller. Teresa es ahora la que lleva las riendas del negocio, algo que empezó cuando su marido sufrió un fatal accidente y perdió parte de una mano hace casi 40 años. "No tenía trabajo, empezamos a pensarlo y como él ya había practicado el oficio con anterioridad, me di de alta", relata.
Trabajó sola y sin descanso para sacar a su familia adelante, "él me iba explicando lo que debía hacer". La afición pasó a convertirse en un trabajo, relata él, mientras recuerda cómo fueron sus inicios, "escuchaba a mi padre y a mis tíos hablar de que mi abuelo, cuando cazaban las pieles para conservarlas, las tenían que secar. Uno de los modos era tenderlas al aire o rellenarlas de paja para que no perdieran la forma, así empecé a investigar, a aprender y a aficionarme".
Pero la cosa no terminó ahí y su inquietud fue más allá, "estudié y estudié, nadie me ha enseñado nada, soy autodidacta. Lo que yo he aprendido se lo he transmitido a mi mujer". Dejan claro que arrancar fue "muy duro, fuimos muy poco a poco". El boca a boca ha sido siempre su forma de promocionarse, "todo ha sido a través de conocidos, nunca nos ha gustado publicitarnos de otro modo".
Con los años los encargos empezaron a llegar de todo el mundo: España, África, Egipto, Turquía, América... cazadores, toreros, artistas... nadie se ha escapado a las prodigiosas manos de estos taxidermistas que tienen por bandera "devolverle la vida" a los animales. La técnica ha cambiado "mucho" a lo largo del tiempo, "antiguamente los cuerpos se hacían con paja, esparto, escayola... sin embargo, ahora, es de poliespan, haces un molde a medida y se va montando".
Aunque pueda parecer fácil, este arte tarda meses en dar sus frutos, sus manos pasan horas y horas tratando de dar forma a las expresiones de cada bicho, "es lo más complicado". Peces luna, jabalíes, corzos, muflones, cabras montesas, venados, lobos, zorras, rebecos... las pieles se meten a remojo en los bidones de curtido, se lavan con abundante agua y se dejan escurrir bien hasta proceder al montaje, el proceso puede durar meses.
Ahí es cuando empieza la labor del experto, sus secretos de escultor... Les gusta que los animales continúen tal y como se encontraban en su hábitat natural. Reconocen que lo más demandado son los trofeos de caza, "colmillos, cráneos, frontales...", los cazadores quieren conservar sus recuerdos, "el lance, la vivencia que has tenido a la hora de cazarlos, se lo enseñan a sus amigos, se lo dejan como recuerdo a sus hijos y nietos", relatan.
Tere está a punto de jubilarse y lamentan que sus hijos no quieran continuar con el negocio, "por eso no hemos querido invertir más". Les queda apenas una temporada, "la pandemia de coronavirus ha hecho que no hayamos trabajado mucho, sobre todo a nivel internacional". A buen seguro, sea una de las pocas mujeres que se ha dedicado a este oficio por la zona.
Entre sus herramientas de trabajo destacan las tenazas, las agujas y ganchos para colgar las piezas. Cada animal es único e irrepetible, para retratarlo de la manera más real, "tiene que seguirte con la mirada, a nosotros nos gusta que quede lo más natural posible, que esté como estaba en su hábitat". Su máxima es clara, "todo lo que llega se etiqueta, se registra... los encargos aquí no se confunden, cada uno se lleva lo que trajo".
Por las manos MUYPE han pasado cientos y cientos de animales y una vez cierren sus puertas esperan poder dedicarse a la enseñanza, ya hay gente a la cola. Están enamorados de su profesión y no quieren que se pierda. 'Elige un trabajo que ames y no tendrás que trabajar ni un sólo día de tu vida', ya lo dice el refrán.
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