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Por Andrés Miguel

Mi amigo el del MIFID y el coronavirus


Mi amigo el del MIFID está deprimido. Piensa que más le hubiera valido tirarse desde el 5º.

 

Por no hacerlo, acabó en la ventanilla de una sucursal de barrio donde, de ocho y media a dos y media, se ocupa, esencialmente, de atender ingresos y pagos en efectivo.

 

Mi amigo el del MIFID es una buena persona; ha trabajado mucho durante casi 25 años, desde ordenanza a comercial, pasando por subdirector de oficina, director y ahora está en plena carrera descendente. Lo sabe y, aunque le resulta difícil asumirlo, es consciente de que de su trabajo depende, en gran medida, el bienestar de su familia, de modo que por eso aguanta carros y carretas a clientes, jefes y, a veces, hasta a compañeros, porque hay más indeseables que papel higiénico acumulado en las casas de los españoles.

 

Es el primero que sale a la ventana y se rompe las manos a aplaudir por los sanitarios (que tanto se están dejando de sus propias vidas en esta crisis sanitaria mundial), por los miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, por los empleados de los supermercados, por los servicios de limpieza, por quien haga falta… no le cuesta reconocer el esfuerzo de los demás, su aportación a la sociedad en estos momentos, aunque se le escapa un quejido al pensar que a él nadie le agradece su servicio.

 

Recuerda sus primeros años como director de una oficina bancaria en una pequeña localidad de Extremadura. Todos los vecinos le tenían en gran estima y él procuraba satisfacer, siempre que podía, todas sus necesidades. Recuerda la primera vez que hizo posible que un  agricultor tuviera por fin el tractor que necesitaba para su explotación y gracias al cual duplicó sus ingresos; recuerda también el agradecimiento de aquel vecino que pudo hacerse con una vivienda digna gracias a la financiación que le aportó; no se olvida del enorme número de coches y maquinaria diversa que ha permitido comprar a sus clientes y que, sin su apoyo económico, éstos no hubieran tenido en años. Y así miles de ejemplos.

 

Pero, en poco tiempo, todo cambió para él, para todo el sector bancario. 

 

Los que jamás hubieran tenido una casa sin su ayuda le insultaban por haberles dado un préstamo y le acusaron de haberles engañado. Los que destinaron su apoyo económico a ampliar sus negocios y ganar así dinero a espuertas, dejaron de devolver sus préstamos, le retiraron el saludo y le acusaron de usurero y sinvergüenza. Los que cobraron buenos intereses con las inversiones que les aconsejó, le llevaron al juzgado por mala práctica el día en que las mismas perdieron su cotización. Y así, mi amigo el del MIFID y, en consecuencia, todos los empleados de banca se convirtieron en una clase apestada, una suerte de bandoleros e hijos de puta… 

 

¿Fue mi amigo el culpable de que las Cajas de Ahorro, dirigidas por políticos corruptos, quebraran y el Estado hubiera de rescatarlas, salvando de paso todos cuantos ahorros tenían allí depositados los clientes? De ningún modo… Pues al pueblo eso le da igual, a quien insultan a la cara, en ventanilla, es a él.

 

¿Fue mi amigo el del MIFID el culpable de que la crisis económica se llevara por delante los valores de las viviendas y el trabajo de millones de españoles? En modo alguno… Pues a la gente eso también le da igual y es a él a quien ofenden cuando, obligado, les reclama la cuota.
Mi amigo el del MIFID trabaja en un Banco, sí. Es un empleado por cuenta ajena, como lo es quien trabaja en Renault, en Mercadona o en el Bar Feliche. Hace su trabajo lo mejor que puede y mira más por los clientes de lo que nadie piensa (atiende recibos, aunque no haya saldo, para que a muchos de ellos no les corten la luz, el agua, el Movistar+ o les pongan a los niños en la puerta de la calle porque no se ha pagado la cuota del cole); se preocupa por ellos, por la seguridad de sus casas, por la eventualidad de su jubilación, por su declaración de la Renta, por montones de cosas… 

 

Y ahora atiende en ventanilla sin mascarilla ni guantes, con los clientes a 50 cm de su cara porque se saltan las distancias de seguridad, recogiendo monedas y billetes que ya serían radiactivos de la mierda que tienen, clientes que, pese a las recomendaciones de quedarse en casa que emiten, a cada poco, las autoridades sanitarias, han tomado el acudir al Banco como la manera de dar un paseo y saltarse en aislamiento, de modo que llegan a su sucursal para preguntar por un plazo fijo (¡que hace 10 años que no producen intereses!), por las condiciones de una cuenta corriente (¡por si interesara cambiar la que abrieron en Caja España!) o para ver cuántos puntos Travel tienen…. ¡manda cojones!

 

Mi amigo el del MIFID y miles de compañeros de profesión se han convertido ahora en personal imprescindible. ¡Acojonante! Para no causar alarma en la población, los empleados de las entidades financieras las mantienen abiertas y tienen que atender a todo el que entre por la puerta… con la inevitable duda de si estará infectado y asintomático y, al cogerle los billetes, se estará llevando a casa el puñetero coronavirus, para repartirlo luego con su mujer y sus hijos.

 

Pero mi amigo el del MIFID, como miles de compañeros de profesión, se aguanta el miedo y le atiende.

 

Hoy, a las ocho, saldrá a aplaudir a la ventana. Y un pensamiento, como una lanzada, atravesará su corazón… nadie aplaude por él.