circle

SpeaKers Corner

Por Andrés Miguel

“Escribir es que le dejen a uno llorar y reír a solas”


Cuando eres joven “crees que en todas las puertas pone EMPUJE” y “el reloj no existe en las horas felices”. Cuando eres joven “nunca es mañana, siempre es hoy”, ni se te ocurre sospechar que “sólo tenemos treguas y tenemos que aprovecharlas… que esta espera es una propina de vida”, incluso puede que no te aferres a nada ni a nadie, que te sientas invencible, aupado en una ciega autoconfianza.Cuando eres joven siempre está abierta la barra libre del equivocarse, de hacer cosas estúpidas de las que te reirás más tarde. Reír, siempre reír, por qué llorar. Cuando eres joven no entiendes a los mayores.

 

Pero pasan los años; un día, alguien te encuentra una cana (“lo malo de la primera cana es que los demás pelos se contagian”). Has trabajado duro, has logrado una posición, formado una familia, estás creando una historia y, sin esperarlo, todo se viene abajo. “La vida es así: ¿se ha acomodado bien? ¡Pues entonces, fuera!”. Y las lágrimas que no derramamos de jóvenes afloran ahora a nuestros ojos, no tanto por nosotros mismos como por aquellos a quienes más queremos. Comenzamos a percibir la brevedad de la vida, brotan otros miedos.

 

Siguen desfilando los años y observas en ti, ves en los demás “cómo envejecen sus manos y no envejecen sus sortijas”. Si Dios, la Vida, Visnú o la Madre Tierra te han regalado una existencia larga llegan los días en que comienzas a preguntarte por el sentido de esa prórroga, los días en que tu propia fragilidad hace “muy difícil seguir llenando de dignidad el alma inmortal que Dios nos dio y cuyo llenado es el único deber del hombre”, días en que te aburres, desconocedor de que “aburrirse es besar a la muerte”, días en que crees que ha llegado el tiempo de dejar de hacer planes… hasta que un día la vida desaparece y nos llenamos de ausencia.

 

Contra eso quisiera rebelarme. Quisiera llegar a ese tiempo y seguir leyendo en cada puerta “EMPUJE”, distraído del reloj, sordo a su machacona letanía: “El tiempo es oro, el tiempo es oro”; seguir escribiendo (llorando y riendo a solas), creando una historia, entre cuatro cacharros, escuetamente, y cuando de veras toque, escaparme “sin que nadie lo note… habiendo visto unas cuantas madrugadas azules y grises, con su expectación emboscada e inocente… incontaminado del mundo estadístico y apremiante”.

 

¡Qué poética y hermosa broma es, en sí, la vida!

 

Nota: Está este texto trufado de greguerías, la inteligente y placentera aportación de Ramón Gómez de la Serna a la Literatura Universal, revolución serena y optimista del pensamiento, que no debiera ocultar la grandeza del resto de su obra. Si algo hay de brillantez en este escrito, corresponde a su genio, no al mío.