En 2013, la Asamblea General de la ONU, decidió designar el 31 de octubre de cada año, el Día Mundial de las Ciudades y para conmemorar este día, dedico unas palabras a esta forma de comunidad humana donde los cambios serán más visibles y las transformaciones tendrán mayor impacto, en los próximos años.
Para dar forma al Objetivo de Desarrollo Sostenible número 11 y construir ciudades más sostenibles se prevé que el ámbito urbano funcione solamente con electricidad, tanto para calentarnos como para desplazarnos, generada a partir de fuentes de energía renovables, ya sea hidroeléctrica, solar o eólica. Apoyándose en los avances tecnológicos será necesario desplegar ampliamente la información gracias a la banda ancha de internet para desarrollar sistemas de control y monitoreo que nos permitan agilizar el tráfico, sin pasar horas en los atascos, por ejemplo. En este sentido, el “internet de las cosas” nos permite adoptar comportamientos más sostenibles al evitar muchos desplazamientos, haciendo transferencias bancarias desde el móvil, gestiones administrativas desde casa o las compras online. Las ventajas se traducen en mayor inclusión social a través de internet y en más tiempo de ocio para todos. La innovación juega aquí un papel esencial, por eso el gobierno tiene que trabajar junto con las universidades y centros de investigación, para fomentar la economía del conocimiento, a través de nuevas aplicaciones y semilleros de empresas con una visión sostenible del comercio y el mercado.
El diseño de las ciudades del mañana busca construir espacios más saludables, amigables y agradables, facilitando la vida de sus habitantes a la vez que se reduce el consumo de energía. El urbanismo ha ido cambiando mucho desde las ciudades con calles estrechas por donde transitaban los habitantes hasta las anchas calles del siglo XX exclusivamente para coches. Este ha sido un plan erróneo porque además de demandar grandes cantidades de energía, fomenta la obesidad, la gran epidemia de los países desarrollados. Por eso el diseño urbanístico está cambiado, dando el protagonismo al peatón, a los espacios verdes, a la movilidad limpia, dificultando el uso del vehículo para obligarnos a dejarlo en casa.
Y es que ya no es necesario tener un coche en propiedad con los gastos que eso conlleva, sino que ya se puede hacer uso compartido de un mismo vehículo para los momentos ocasionales en que se necesite. Es uno de los ejemplos de la economía colaborativa que nos ofrece alternativas para obtener los mismos servicios de siempre pero de manera compartida y no individual. Incluso la vivienda, con el último fenómeno del “co-living”, la nueva moda de casa compartida, versión mejorada de los pisos de estudiantes.
Debido al aumento de la población, las grandes ciudades se convertirán en áreas metropolitanas más inclusivas sin fronteras entre las ciudades y las comunidades o pueblos adyacentes de manera que se gestione la población en su conjunto, a modo de aglomeración, desde una perspectiva social, económica, medioambiental y de infraestructura, a través de un transporte público que llegue a todos los rincones, por ejemplo. De esta manera se evita también la formación de zonas de exclusión donde se originan guetos de pobreza, inestabilidad laboral que se convierten con frecuencia en focos de consumo de sustancias nocivas y violencia. El objetivo último es convertir las ciudades en espacios humanos donde se garantice ante todo la seguridad física de todos sus habitantes.
Y por último, con el fin de mitigar los efectos del cambio climático, las ciudades serán también mucho más resilientes, identificando las medidas de adaptación y mitigación más apropiadas para la dimensión y las circunstancias de cada comunidad. Aquí se abre un nuevo mercado para los materiales de construcción más sostenibles que mantengan el calor o que por el contrario, lo repelan según las necesidades. Innovando en el uso de sistemas de refrigeración para enfriar las ciudades de manera natural, con bajo consumo de energía.
Todas estas transformaciones se harán haciendo visibles poco a poco en las grandes ciudades, en función de los recursos financieros, la voluntad política y el impulso de los ciudadanos. Estos cambios solo serán posibles si se adopta un sistema de gobierno abierto y participativo, que ofrece importantes beneficios. El primero es el desarrollo de un mejor servicio público con la implicación ciudadana desde la fase de planificación de los servicios o infraestructuras hasta el momento de la evaluación de los resultados. Un sistema participativo a nivel local reduce considerablemente los casos de corrupción, aumenta la transparencia y por ende también la confianza en los líderes locales y sus funcionarios. Para eso hay que hacer accesible a todos, el Big Data y toda su información, lo que generará a su vez, el clima de confianza necesario tanto para la inversión privada como para la eficiente gestión pública. En definitiva, las ciudades emergentes se construirán siguiendo modelos de desarrollo justo, equitativo e inclusivo, respetando el uso racional y sostenible de los recursos naturales.
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