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De mal gusto

Por Miguel Ángel Fernández.

Influencer después de muerta


En un mundo plagado de Geroginas Rodríguez, de horteras y de brillo estrafalario, es normal que las personas con un mínimo de sentido de la moda recurramos a ciertos referentes que ya no están pero que sí estuvieran se comerían a lo que vemos en nuestras redes sociales día a día.

No hace falta que diga que a la mayoría se nos vienen Diana de Gales o Audrey Hepburn a la cabeza cuando se habla de elegancia, de saber estar, de grandes firmas o de iconos que han pasado a la posteridad por su clase.

Pero no debemos quedarnos ahí. Es cierto que son dos referentes atemporales indiscutible, pero hay muchas más que merecen nuestra admiración. Aunque solo existe una a la que yo le daría todo el oro del mundo en una competición del buen vestir. Y parece que no soy el único que lo piensa.

El 16 de julio de 1999, tan solo una semana después de que yo llegase al mundo, el avión que transportaba a John F. Kennedy Jr. Y a su esposa, Carolyn Bessette, se estrelló y ambos fallecieron en el trágico accidente.

En la década de los 90 se llevaban las hombreras pero también las muertes trágicas. Si eras alguien tenías que despedirte de una forma dramática que quedase para la posteridad. Esa pareja  de los Kennedy, al igual que casi toda su familia, se lo tomó al pie de la letra.

Ambos se encontraban en su pico de popularidad por su fama y su glamour y su muerte se consideró un símbolo. Fue en ese entonces cuando comenzó a hablarse de la célebre maldición de la familia más famosa de América.

Juntos encarnaban la pareja exitosa de una nueva generación de los Kennedy y una apoteosis del choque entre el mundo de la moda y la política. La discreción y el saber estar era su sello de identidad, tanto en la forma de vestir como en los modales.

Y por esa discreción, concretamente, es por lo que me choca la repentina fascinación del mundo con la difunta Bessete. La sociedad se ha puesto de acuerdo para rescatar las poquitas imágenes que tenemos de ella y para engrandecer su figura. Es nada más y nada menos que la influencer fantasma. Y se tiene más que merecido el título.

Alguien con una particular mirada hacia la riqueza no ostentada que evolucionó hacia un minimalismo más funcional frente a un caos global. Una camisa blanca, unos mocasines o un vestido lencero eran sus mejores aliados. Prendas que consideramos atemporales, clásicas pero que son siempre interesantes.

Si Kate Moss encarnó el lado más salvaje de los 90, Bessete Kennedy fue su discreta elegancia. Una estética que combinaba fuertemente el estatus social y un aire de despreocupación y fluidez sin esfuerzo.

Y es por eso que, de vez en cuando, apetece sobriedad y sofisticación. Y si miramos al pasado, ella es el mejor ejemplo de lo que tanto nos haría falta hoy. Gracias por seguir siendo lo más, desde el mismísimo más allá.