circle
24h
Cuaderno de bitácora

Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

La Roldana, escultora del rey


En pleno siglo XVII, Luisa Roldán, que pasaría a la posteridad como 'La Roldana', logró sobreponerse a las limitaciones que imponía la sociedad de la época para que una mujer desarrollase su vocación artística, y consiguió ser la primera escultora reconocida en nuestra historia del arte, situándose por méritos propios entre los mejores de la disciplina en su tiempo.

Luisa Ignacia Roldán nació en Sevilla en 1652, de la extensa prole que tuvo el imaginero más célebre de la ciudad en ese momento, Pedro Roldán. Ya que el padre recibía un ingente número de encargos de iglesias, cofradías y cenobios, y manufacturaba esculturas sobre todo en madera policromada, especialmente destinadas a retablos monumentales o uso procesional, había incorporado a sus hijos al taller para ayudarle en su labor junto a otros aprendices, lo que permitió a los jóvenes recibir una formación práctica de primera mano y entrar en contacto con grandes figuras que frecuentaban las dependencias, como el pintor Juan de Valdés Leal. Ese obrador, el más destacado de Sevilla en la segunda mitad del siglo XVII, difundió por Andalucía la influencia italiana de Bernini. La famosa Virgen de la Esperanza Macarena hispalense, cuyo autor no ha podido determinarse, está vinculada a la producción del taller de Roldán.

Como la progenie de Pedro Roldán era mayoritariamente femenina, hasta tres de las hijas destacarían en las labores artísticas: Francisca Antonia, en policromía (encarnado, dorado y estofado), y María Josefa y Luisa, en escultura. Habían aprendido del padre lo que este impartía en la Academia de Pintura, Escultura y Dorado de Sevilla presidida por Bartolomé Esteban Murillo, a la que no podían asistir por su condición de mujeres. Las tres acabarían casándose con escultores con quienes desplegarían toda su vida un trabajo igualitario en equipo.

Muy pronto, Luisa se reveló manifiestamente virtuosa en el oficio paterno. Muchos estudios ligan obras confeccionadas en el taller en esta época a las manos de la escultora, aunque, en el extremo opuesto, otros consideran a su padre como el verdadero hacedor de parte de la producción inicial de ella. Entre estas fluctuaciones de reconocimiento de autoría, se ha dicho que la talla de Fernando III el Santo de la sacristía de la catedral de Sevilla, creación del padre, habría sido rechazada por el Cabildo y, rehecha por Luisa, finalmente aceptada. La escultora acabaría por conocerse, popularmente, como 'La Roldana', apelativo que puede denotar un matiz un tanto peyorativo, de desvío de la norma, pero también interpretarse como de gallardía y rebeldía frente al mundo.

En el obrador familiar Luisa coincidió con Luis Antonio de los Arcos, hijo del maestro pintor de imaginería Luis Antonio Navarro de los Arcos y en 1671, ambos con 19 años, deciden contraer matrimonio y emanciparse del entorno paterno. Pedro Roldán se opuso al desposorio, probablemente por no perder auxiliares tan cualificados, a juzgar por su negativa también a los enlaces de sus otros hijos, como el de Francisca con el escultor José Felipe Duque Cornejo (padres del escultor Pedro Duque Cornejo), y el de María Josefa con otro colega, Matías de Brunenque.

Ocurrió entonces el episodio conocido como "el rapto de La Roldana": Luisa, determinada a casarse, recurrió a la justicia. El 17 de diciembre de 1671 fue sacada de su casa paterna mediante mandamiento judicial; el alguacil Juan Nieto fue a buscarla para que declarase ante el juez ser doncella, soltera, no ser parientes los contrayentes y no poder cumplir la palabra de casamiento dada, por la negativa del padre. Puesto que una mujer debía permanecer bajo tutela masculina, estuvo unos días bajo custodia del maestro dorador Lorenzo de Ávila hasta celebrarse la boda, el 25 de diciembre, ausente el padre.

Su carrera profesional independiente del núcleo familiar comenzó en Sevilla junto a su marido, cuyas dotes artísticas no alcanzaban a las de su esposa, pero él es el único que aparecerá en los contratos de las obras, dado que la normativa de la época se lo impedía a una mujer. Luisa no solo colabora con su marido, sino también con su suegro y su cuñado, Tomás de los Arcos, quien en lo sucesivo efectuaría la policromía para la mayoría de sus obras.

El matrimonio reside en la casa familiar de los Navarro de los Arcos, en la zona de San Vicente, donde nacen cuatro hijos que fallecen en su primera infancia. En 1680 se trasladan a la calle Génova, donde nacería en 1681 su hijo Francisco José Ignacio. En 1684 en el barrio de San Martín viene al mundo Rosa María Josefa.

De allí se trasladaron a Cádiz, para cuyo convento de Descalzos Luisa ya había realizado un Ecce Homo en 1684. Trescientos años después, al restaurarlo en 1984, ya ubicado en la catedral, se encontró en su interior un documento autógrafo en que su autora, que se autodenomina "insigne artífice", acredita haber tallado la escultura "con sus manos", con ayuda de su esposo. En ese papel se trazan los únicos dibujos conocidos hechos por Luisa, a punta de grafito, del rostro de la imagen.

El éxito de sus obras motivó que el cabildo catedralicio gaditano les encargase en 1687 las figuras del monumento de Semana Santa, en las que Luisa Roldán demuestra un gran dominio de la anatomía, e inmediatamente después, el ayuntamiento le encomendase elaborar las tallas, destinadas a la procesión del Corpus, de los patronos de la ciudad, San Servando y San Germán, jóvenes soldados romanos mártires. Luisa fue elogiada entonces como "única escultora de estos tiempos". En la cabeza de San Germán se hallaría un documento certificando su autoría, en colaboración con su marido. De la policromía primitiva solo se conservan los originales cristales incrustados; la actual fue restaurada en 1756.

El matrimonio se instala en Madrid en 1689 aspirando a trabajar para la Corte, bajo la protección de Cristóbal de Ontañón, ayuda de Cámara de Carlos II. Allí en 1689 bautizan a su última hija, María Bernarda. Luisa obtiene el favor de los reyes Carlos II y Mariana de Neoburgo, y de la reina madre, Mariana de Austria, y consigue lo que ninguna mujer antes: ser designada Escultora de Cámara el 15 de octubre de 1692, el mayor reconocimiento al que un artista de la época podía aspirar, "en atención a su habilidad en el arte de la Escultura y estarle ejerciendo en la real presencia de su Majestad y la Reina".

La primera obra conocida de su período madrileño es El descanso en la huida a Egipto (1691), hoy en la Hispanic Society de Nueva York. Por encargo de Carlos II, último rey español de la Casa de Austria, realizó en 1692 una de sus obras más afamadas, el San Miguel, una talla en madera de cedro que representa la victoria del arcángel sobre el diablo. Se ha dicho que ella se autorretrató en el rostro del arcángel y al marido lo reflejó en el del demonio, lo que ha llevado a especular una mala relación conyugal.

No obstante su éxito, Luisa Roldán sufrió constantes estrecheces económicas ya que el sueldo correspondiente a su posición no llegó hasta 1695, tres años después de obtenida esta, cuando le fue aprobada una remuneración anual de 100 ducados, aunque en 1698 la artista continuaba sin percibirlo y nunca lo cobraría con regularidad. Esto explica sus continuas súplicas dinerarias a la Corona y las peticiones de Luis Antonio para ocupar algún cargo en palacio. De él se sabe que en el reinado de Felipe V desempeñó la actividad de tasador.

A pesar de que en esta última etapa de su trayectoria efectuaría algunas de sus más importantes tallas en madera, lo que le dio prestigio en la sede madrileña fueron numerosos grupos de pequeño formato, en terracota o barro cocido, por la elevada demanda de escultura destinada a decorar oratorios, residencias reales y de nobles, sus principales clientes en la Corte. Ella denominaba estas piezas "alhajas de escultura", obras de devoción, delicadas y de minucioso modelado y exquisita policromía, cuya maestría para componerlas le ha valido por parte de estudiosos durante siglos la apostilla de ser un arte menor, más propio de su sexo. Abordaban temas devocionales como la Virgen cosiendo o con el Niño, la Educación de María, el Niño Jesús con San Juan Bautista, y San José, de culto muy extendido en la época, ejemplo de santidad y efímero patrón de España en 1679, que protagoniza escenas domésticas con rostro risueño.

Hábil en todo tipo de materiales, La Roldana mostró genialidad en la Corte también en esporádicos formatos mayores en madera policromada, como la pareja de Niños Jesús Nazarenos, para la reina Mariana de Neoburgo y su entorno más cercano, o el Ecce Homo encargado por un alto funcionario de Felipe V para su capilla del madrileño convento de Montserrat.

En noviembre de 1700 fallece Carlos II y le sucede Felipe V, el primer rey Borbón español; por el cambio dinástico Luisa solicita la renovación de su puesto de Escultora de Cámara, que consigue el 21 de octubre de 1701 tras entregar al nuevo monarca dos grupos "para mostrar algo de su habilidad": El Entierro de Cristo, hoy en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, y el Nacimiento, curioso grupo escultórico inspirado en la Mística Ciudad de Dios escrita por sor María de Jesús de Ágreda, muy valorada en la Corte, quien relata la aparición de dos arcángeles en el portal para adorar al Niño, conjunto incompleto tras 1936, cuando perdió las figuras de un pastor con un cordero, San José y el buey y la mula.

En Madrid ejecuta un impresionante Jesús Nazareno concebido como regalo de Carlos II a Inocencio XII, pero al fallecer el papa la escultora conservó la pieza, que acabó en el convento de clarisas de Sisante (Cuenca), adquirida por su fundador, Cristóbal Jesús Hortelano y de la Fuente, a los hijos de La Roldana en 1711, difuntos ya los padres. De allí solo sale a procesionar cada 100 años. Se imprimieron numerosos grabados del mismo indicando su origen, "Dª. Luisa Roldán insigne Esculptora de España".

Toda su producción se adapta a las directrices del Concilio de Trento que, frente a la Reforma protestante, prefería un arte humanizado que acercase la religión al pueblo. Así, Luisa dota de expresividad y dramatismo a sus figuras, más dinámicas que las de su padre, con un modelado más blando y carnoso, y naturalismo en la representación de emociones, aspectos maternales e infantiles e introducción de animales en sus composiciones.

En los últimos momentos de su vida, Luisa realizó un trabajo que pudo haber sido parecido al relieve de la Virgen con el Niño, siendo enviado a Roma para postularse como miembro de la Accademia di San Luca, un honor que no había conquistado ningún español. El 10 de enero de 1706 llegaba la comunicación de su nombramiento como académica de mérito, el mismo día que le sobrevenía la muerte.

Sin disfrutar de habitación en la Casa del Tesoro, lugar dependiente del Alcázar donde se alojaban los artistas de la Corte, Luisa Roldán moría a los 54 años, en las casas del duque del Infantado, que ya no existen, en la calle del Gato (hoy, de San Buenaventura, 7), en Madrid. Una placa actualmente recuerda allí el hecho.

Cinco días antes, ante la proximidad de su muerte, junto a su testamento firmaba una declaración de extrema pobreza para eludir el pago de deudas por sus herederos, indicando que no poseía ningún bien sobre el que testar y, apelando a la caridad para su sepultura y sufragios por su alma, suplicaba ser enterrada en la iglesia de San Andrés de Madrid. Le sobrevivieron sus hijos Francisco y María, que no destacaron como escultores, y su marido, que moriría en 1711.

En varias peanas, de forma excepcional para su época, Luisa Roldán modernamente se reivindicó como profesional, dejando inscrita su dignidad de Escultora de Cámara en la Corte. Era su orgullo de saberse abriendo brecha, o en una metáfora más propia de su oficio, rompiendo moldes.

Fotografías: Gabriela Torregrosa