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Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

El fin del mundo según Newton


Cuando hace unos 20 años, en febrero de 2003, numerosos medios de comunicación mundiales reflejaron que unos manuscritos inéditos de Isaac Newton recogían su afirmación de que el mundo se acabaría en el año 2060, el shock que esta información produjo internacionalmente fue grande, al tratarse de un científico de reputación tan sólida.

Sir Isaac Newton, que vivió entre los años 1643 y 1727, fue un relevante físico y matemático inglés, un genio polifacético que ha pasado a la posteridad por sus descubrimientos clave en campos como la óptica, el cálculo y el movimiento, siendo el formulador de la ley de la gravitación universal.

Es muy conocida la historia de que, estando sentado leyendo bajo un árbol, fue la caída de una manzana la que le llevó a reflexionar sobre la existencia de la gravedad. Un episodio plasmado por uno de sus primeros biógrafos, su contemporáneo y amigo William Stukeley, a quien se lo habría contado él mismo.

Newton es un personaje que en nuestro imaginario colectivo asociamos con raciocinio en estado puro, lo que no se compadece con facilidad con los otros aspectos del saber por los que también mostró inquietud en sus 84 años de vida, un lapso temporal inusualmente longevo para su época, que le dio margen para dedicarse también a ámbitos como la alquimia, la astrología o la teología. Hombre profundamente religioso, se afanó con intensidad en estudiar las Escrituras, y en varios lugares de su producción, como en el segundo volumen de su obra de 1713 Principia mathematica, trató de dar una explicación razonada para sostener la existencia de un ser superior.

Tras la muerte de Newton en Cambridge en 1727, fue enterrado en un lugar de honor como gloria nacional en la londinense Abadía de Westminster. Debido a que nunca se había casado ni tenido descendencia, sus sobrinos nietos, los Conduitt, heredaron sus documentos.

En 1872 uno de los familiares de Newton, el quinto Conde de Portsmouth, consciente del valor de este legado, donó los escritos a la Universidad de Cambridge, de la que Newton había sido estudiante y profesor. Pero la universidad solamente aceptó el material científico, no sus manuscritos teológicos y alquímicos.

Los documentos de Newton de estas áreas fueron conservados por la familia hasta venderse en 331 lotes en la subasta celebrada los días 13 y 14 de julio de 1936 en la casa londinense Sotheby's, ubicada en New Bond Street. La afluencia de público fue escasa, pues simultáneamente la casa Christie’s estaba subastando un importante acervo de pintura impresionista. Hubo 37 compradores que se hicieron con las diversas partes del legado de Newton (algunos, libreros con la intención de revender después), obteniéndose en total la modesta cifra de 9.000 libras esterlinas. La colección mayor de papeles que versan sobre teología, un corpus de 7.500 páginas, fue adquirida por un adinerado erudito y bibliófilo con orígenes sefardíes castellanos, Abraham Shalom Ezekiel Yahuda. A su muerte en 1951, los legó al Estado de Israel, pero la impugnación de su testamento por su sobrino, uno de los albaceas, demoró hasta 1967 el momento de llegada de los manuscritos a la Biblioteca Nacional y Universitaria Judía en Jerusalén.

Fue entonces cuando los académicos tuvieron acceso a esta colección, que revolucionó los estudios sobre Newton y amplió la visión general sobre él. Desde 1998, el llamado 'Proyecto Newton', fundado por Rob Iliffe y Scott Mandelbrote, con sede inicialmente en el Imperial College de Londres y la Universidad de Cambridge y actualmente trasladado a la Universidad de Oxford, ha estado embarcado en la prolija transcripción de los escritos teológicos de Newton.

En un manuscrito de Newton incluido en la colección, de redacción posterior a 1705 (pues uno de los papeles que emplea es una carta en la que se le llama 'Sir', tratamiento al que accedió en ese momento por nombramiento de la reina Ana), y probablemente del tramo final de su vida por su letra temblorosa, el físico mencionaba explícitamente el año 2060 como fecha del fin del mundo, obtenida haciendo un cálculo basado en fragmentos de la Biblia, a la que dedicó 55 años de estudio para encontrar en ella las leyes divinas del Universo, ya que para Newton ciencia y religión no eran antagónicas sino complementarias, como partes de una verdad única entre las que no había una barrera infranqueable.

Newton no era un científico en el sentido que entendemos hoy, sino un filósofo natural, disciplina que incluía no sólo el estudio de la naturaleza, también el estudio de la intervención de Dios en ella. Por esta razón, abordar la filosofía natural de Newton debe incluir sus puntos de vista teológicos. Newton se esforzó por descubrir a Dios, tanto en la naturaleza como en las Escrituras.

El 22 de febrero de 2003, el diario británico Daily Telegraph publicó en portada la predicción de Isaac Newton de que el mundo acabaría en 2060. Aunque la fecha de 2060 se conocía desde hacía algún tiempo entre la reducida comunidad de los estudiosos de Newton, la novedad era que el trabajo no propiamente científico del físico se desvelaba por primera vez al público. La noticia se difundió por todo el mundo, con un elemento sensacionalista en muchos medios de comunicación, y reveló a la opinión pública que Isaac Newton, además de científico, era también teólogo y estaba muy interesado en las profecías bíblicas, lo que resultaba contradictorio con su imagen más extendida. Su prestigio, sin duda, llevó a muchas personas a dar veracidad a la predicción, pero también contribuyó a darle un halo de credibilidad el momento histórico que se vivía en 2003: la preocupación por la guerra, la tensión de la posesión de armamento nuclear entre varios países enfrentados, el terrorismo extendido por el mundo, la degradación medioambiental o el brote de SARS, el síndrome respiratorio agudo grave. Todo ello proporcionaba un caldo de cultivo para que calase la predicción.

Newton era reacio a fijar fechas concretas proféticas, por el riesgo de errar humanamente en su determinación, y que una predicción incorrecta de un exégeta pudiera menoscabar la reputación de la Biblia a ojos de la gente, pues solo Dios conocía el momento del fin. Por ello, se mostró siempre en contra de quienes marcaban fechas, y por su parte, solo en contadas ocasiones se decantó por señalar un límite temporal preciso; dos de ellas, cuando escribió el año 2060 para el fin de los tiempos.

No obstante, sus cálculos para obtener la cifra de 2060, más que una teoría, eran reflexiones privadas, anotadas en un trozo de papel no destinado al público. Newton probablemente se hubiera sentido horrorizado de haber sabido que su predicción sería difundida en todo el mundo en el siglo XXI.

El procedimiento del que se valió Newton para dar con el año 2060 se basó en el estudio de los libros bíblicos de Daniel y el Apocalipsis, que en varios fragmentos sostienen un lapso de 1260 días o asimilable a él. Newton, como muchos comentaristas de su época, creía que los períodos proféticos expresados en días en realidad representan años, así que se trataría de 1260 años.

El punto a partir del que contar el transcurso de esos 1260 años era el momento en que comenzó la que se definía como la 'Gran apostasía', lo que a efectos prácticos resultaba difícil de determinar, en especial por el lenguaje simbólico utilizado en los textos sagrados de referencia. Newton, con su mentalidad de anglicano, reflejaba prejuicios protestantes contra el catolicismo y focalizó contra el poder papal. Tras sopesar varias opciones, finalmente localizó el punto de partida del cómputo en el momento en que Carlomagno fue coronado emperador de Roma en Occidente por el Papa León III el día de Navidad del año 800, porque esa fecha significó, a su juicio, que la Iglesia romana se convirtiera en un poder político, comenzando así el tiempo de "apostasía". A partir de ahí, agregó los 1260 años y obtuvo la fecha de 2060 para el fin de los tiempos. Y por otra parte, entendió que esa sería la frontera temporal más cercana posible, pero no cerró la puerta a que el evento se produjera más tarde.

En su manuscrito, lo expresa así: "Puede terminar más tarde, pero no veo razón para que termine antes. Menciono esto no para afirmar cuándo será el tiempo del fin, sino para poner fin a las conjeturas precipitadas de hombres fantasiosos que con frecuencia predicen el tiempo del fin y, al hacerlo, desacreditan las profecías sagradas tan a menudo como sus predicciones fallan. Cristo viene como ladrón en la noche, y no nos corresponde a nosotros saber los tiempos".

Aunque Newton preveía el advenimiento de un período de guerras y cataclismos inmediatamente antes del apocalipsis, también vislumbraba un nuevo comienzo a partir de él, no una destrucción total. Basándose en Isaías y Miqueas, albergaba la creencia de  que en ese momento Cristo regresaría para establecer un reino de Dios en la tierra, una era de paz y prosperidad con una duración de un milenio. Citando al profeta Miqueas, creía que en esta época la gente "volvería sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces", y "no alzarían espada naciones contra naciones, ni se adiestrarían más para la guerra".

Desde la perspectiva de Newton el juicio final estaba a varios siglos de distancia, pero la cronología histórica ha avanzado hasta el punto de casi alcanzar la temporalización marcada en sus predicciones (2060 está solo a 36 años de distancia de hoy), lo que explica el interés actual en sus cálculos apocalípticos. Ahora, la fecha que sugirió cobra relevancia por su cercanía, y genera intriga y especulación. ¿Se cumplirá su augurio? Habrá que esperar poco para saberlo.