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Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

Tres capillas sixtinas españolas


Tres edificios religiosos situados en España tienen en común el que suelen ser comparados con la Capilla Sixtina creada por el genial Miguel Ángel en el Vaticano, siendo habitual que no solo los expertos, sino también muchas personas que visitan este imponente trío, sin ponerse de acuerdo, se valgan de la denominación de "capilla sixtina española" para describirlas posteriormente. Una se ubica en Madrid, otra en Extremadura y la tercera en Valencia.

En un paraje fértil de olivares que pueblan abigarradamente las laderas de los montes y anuncian la presencia cercana de la imponente Sierra Morena y la cualidad limítrofe de la vecina Andalucía, se alza una ermita blanca, solemne como la aparición de un ángel, de exterior austero que esconde un interior inesperadamente grandioso. Está emplazada en un espacio diáfano y luminoso, a las afueras de la localidad de Badajoz que recibe el nombre de Fuente del Arco, y allí se venera a la Virgen del Ara desde tiempo inmemorial.

A mediados del siglo XIV, la ermita mariana se citaba por vez primera en un documento escrito, el Libro de la montería del rey Alfonso XI. Tras la Reconquista de esos lares, cuando fue reconvertida en santuario de la Orden de Santiago, esa advocación de Nuestra Señora vio cómo en el siglo XV, en su bello entorno natural, el monumento se reconstruyó bajo su titularidad en estilo mudéjar. Pero mucho antes de la evangelización cristiana de esas tierras, muy probablemente el lugar ya acogía cultos paganos previos a la romanización, y el vocablo 'ara' (altar) hace deducir que era un templo en el que se adoraba a divinidades latinas tras la llegada de los romanos.

Internarse allí es toda una experiencia de asombro y maravilla. Su única nave, cubierta por una bóveda de cañón de estructura infrecuente, fue decorada con unos portentosos frescos barrocos concluidos en el primer tercio del siglo XVIII, en los que pudieron participar hasta seis artistas diferentes de identidad desconocida, convirtiéndose en la única ermita de España cuyo interior está totalmente ornado con un magnífico programa iconográfico de tamaña magnitud, extendido desde su techo hasta su suelo. Una hipótesis sostiene que los autores, de gran calidad, pertenecen a la escuela dispuesta por Francisco de Zurbarán en la vecina localidad pacense de Llerena.

Las pinturas, restauradas tras intervenciones de varios años, se expanden por la bóveda en 24 grandes compartimentos rectangulares, a los que se suman los dos cuartos de círculo del muro del coro alto para desarrollar 26 escenas del Génesis: 12 de ellas plasman la creación del mundo, el paraíso, el destierro de Adán y Eva y la historia de Caín y Abel; 5 más, los episodios relacionados con Abraham; otras 5, el Diluvio Universal, desde la Torre de Babel hasta el Sacrificio de Noé, y las 4 restantes muestran la historia de Isaac y Rebeca. Un catecismo en imágenes que narran sus vivas historias al público en general, sin necesidad de estar familiarizado con la palabra escrita, en una época en la que esto no era tan frecuente.

El lugar goza de tal arraigo en la comarca que en 2016, dentro del Jubileo de la Misericordia, el de la Virgen del Ara pudo enorgullecerse de ser uno de los templos Jubilares en la Archidiócesis de Mérida Badajoz. La ermita fue declarada Bien de Interés Cultural en 2018.

Por su parte, en el centro de la capital de España se halla la espectacular iglesia barroca de San Antonio de los Alemanes, dedicada al santo de Padua, única iglesia madrileña con planta en forma de elipse. Fue fundada en el siglo XVII por Felipe III, rey de España y Portugal, conocido como 'el Piadoso', como parte del Hospital de San Antonio de los Portugueses. La denominación responde al hecho de que fueron un grupo de nobles y comerciantes portugueses quienes aportaron los fondos para su construcción convirtiéndose en sus propietarios, con la finalidad práctica de que el complejo fuese utilizado por viajeros del país vecino cuando recalasen en Madrid. A pesar de su habitual toponímico de Padua, San Antonio era en realidad lisboeta, por lo que tiene lógica que su patronazgo fuera escogido para la iglesia por sus impulsores portugueses.

Inicialmente tanto su exterior como su interior eran sobrios y austeros, pero a partir de 1662, siguiendo las tendencias artísticas recargadas de la época, se inicia la decoración al fresco de todos sus muros y techos, con un flamante resultado que aún hoy deja boquiabierto al espectador.

Al segregarse la Corona de Portugal de la de España en 1640, la función originaria de la iglesia de acoger a súbditos portugueses dejó de tener sentido, lo que provocó que permaneciese sin uso hasta 1689, cuando, ya propiedad de la Casa Real, la reina viuda Mariana de Austria lo cede al séquito de alemanes católicos que llegaban a España acompañando a Mariana de Neoburgo, la segunda esposa de su hijo, el rey Carlos II, venida de tierras germanas. De ahí a empezar a llamar al templo por analogía 'San Antonio de los Alemanes', hubo solo un paso. El apelativo adquiere fortuna y alcanza hasta la actualidad.

El excepcional programa iconográfico de la iglesia es obra de pintores tan destacados del momento como Francisco Rizi, Juan Carreño de Miranda y, posteriormente, Lucas Jordán. El protagonismo de las pinturas lo adquiere la figura de San Antonio de Padua: en la cúpula, se nos presenta en la corte celestial, ascendiendo hacia la Virgen. En el plano superior de los muros, ángeles cuelgan de la cornisa una serie de lo que semejan ocho tapices, reflejando milagros de la vida del santo; y en la parte intermedia se plasman las alegorías de las virtudes antonianas. En el nivel inferior hay un guiño a la peculiar condición del espacio religioso, cuyo devenir ha transcurrido en sus inicios de manera paralela a quienes ostentaban el trono: aparecen figuras de reyes y reinas europeos que han sido beatificados, bien por haberse convertido al cristianismo un día acogiendo la fe en sus reinos, o por haber favorecido especialmente la evangelización durante su reinado, como San Fernando, San Hermenegildo, San Luis de Francia o San Esteban de Hungría.

En 1702, el primer rey Borbón en España, Felipe V, donó la iglesia y todos sus bienes a la Santa y Real Hermandad del Refugio y Piedad de Madrid. Hoy, ha sido declarada Monumento Nacional en 1973, siendo objeto de varias restauraciones y causando la admiración de cuantos a ella concurren.

Y si se viaja en la dirección opuesta al sol, hacia el este, en pleno casco histórico de Valencia aguarda otra bellísima iglesia, la de San Nicolás de Bari y San Pedro Mártir, desde 1981 Monumento Histórico Artístico Nacional, que ocupa un espacio donde en su día ya se rindió culto a divinidades precristianas, y en el que se hizo una primera edificación en tiempos del rey Jaime I el Conquistador, que la entregó a la Orden de Predicadores, siendo erigida como parroquia hacia 1242. Fue reconstruida en estilo gótico en el siglo XV, bajo el impulso de su entonces rector, Alfonso de Borgia, miembro de la influyente y célebre familia, que un día llegaría al papado bajo el nombre de Calixto III.

Entre finales del siglo XVII y principios del XVIII la iglesia se transforma por completo, imponiéndose en ella el estilo recargado del Barroco, y se decoran con impresionantes frescos las bóvedas, pilares y muros de la nave central, con diseños de Antonio Palomino, pintor de cámara del rey Carlos II, ejecutados por su discípulo Dionís Vidal, que muestran escenas de la vida de los dos santos titulares de la parroquia, San Nicolás de Bari y San Pedro Mártir, así como alegorías de las virtudes. En total, se compone de casi 2000 m2 de pinturas al fresco perfectamente adaptadas al espacio arquitectónico, una auténtica explosión de color que se despliega ante fieles y visitantes.

La bóveda se divide en 12 lunetos, seis a cada lado, que representan escenas biográficas de San Nicolás Obispo en el lado sur y San Pedro Mártir en el norte. Aberturas ficticias dejan ver el cielo, recompensa de los elegidos. Al llegar al presbiterio confluyen ambos relatos en una compartida gloria de ángeles.

La nave central sigue idénticos parámetros: por su lado del evangelio recoge la vida de San Pedro Mártir, y por el lado de la epístola, la de San Nicolás. Se representan los ciclos de la niñez, la predicación y milagros en vida, su muerte y los prodigios ocurridos en la veneración de sus reliquias.

Tras la rehabilitación realizada entre 2013 y 2016 por la Universidad Politécnica y el Arzobispado de Valencia, con el mecenazgo de la Fundación Hortensia Herrero, la iglesia ha recuperado todo su esplendor, al eliminarse el ennegrecimiento acumulado durante centurias por las velas de los devotos. El restaurador italiano que asesoró en el proyecto de limpieza, Gianluigi Colalucci, conservador principal de la propia Capilla Sixtina vaticana, llegó a afirmar que la calidad de los frescos valencianos no iba a la zaga de los del propio Miguel Ángel.

Una terna de templos cuyas imágenes relatan historias muy diversas, situadas en entornos muy diferentes, pero que todas tienen en común su capacidad de envolver y emocionar a quienes las contemplan. Toda una experiencia de inmersión en unas obras de arte que, a lo largo de los siglos, continúan fascinando al espectador como el primer día. Si mirar a las alturas proporciona una vista tan impactante y sobrecogedora, ¿cómo no desear ganar el cielo?

 

 

Fotografías: Gabriela Torregrosa