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Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

San Agustín y su viaje de 1.300 años


El 28 de agosto del año 430 moría el obispo Agustín de Hipona, uno de los más importantes filósofos de Occidente, Santo, Doctor y Padre de la Iglesia. Sus restos, junto con los de Severino Boecio y el rey lombardo Liutprand, descansan hoy en la Basílica de San Pietro in Ciel d'Oro en la ciudad italiana de Pavía. Por eso, la festividad de San Agustín, patrón de Pavía, se celebra el 28 de agosto.  

Agustín nació en el año 354 en Tagaste, en el África romana, de padre pagano, Patricio, y madre cristiana, Mónica. Tagaste hoy es la población argelina de Souk-Ahras. Aunque no fue bautizado de niño, Mónica le enseñó los fundamentos de la religión cristiana y, al ver cómo su hijo se separaba de ellos a medida que crecía, oró de manera constante por su conversión al cristianismo. Más tarde Agustín se llamará a sí mismo 'hijo de las lágrimas de su madre'. Mónica sería también elevada a los altares un día.

El joven sobresale en sus estudios y siente gran afición por la poesía. En 370 marcha a estudiar a Cartago. Al año siguiente moriría su padre. Convivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con la que en el año 372 tuvo un hijo, Adeodatus, en latín 'regalo de Dios'.

A los veinte años leyó el Hortensius de Cicerón, hoy perdido, salvo las páginas que conocemos a través de Agustín. Esta obra despertó su deseo de búsqueda de la verdad. Terminados en 373 sus estudios superiores, regresa a Tagaste, donde impartiría gramática un año. De 374 a 383 fue profesor de retórica en Cartago y escribió 'Sobre lo bello y apto', obra desaparecida. En Roma enseñó un año después.

Tras incursiones en la astrología, el maniqueísmo y el escepticismo, Agustín llega a Milán en 384 como profesor de retórica, y los sermones de San Ambrosio, obispo de la ciudad, calan en él. En 386 encuentra las Cartas de San Pablo, que encienden su fe.

En 387, a los treinta y tres años, lo bautiza en Milán el obispo Ambrosio. Su madre muere ese mismo año, serena y satisfecha por haber logrado su objetivo, y Agustín regresa a África meses después. En Hipona, la actual Annaba en Argelia, en el año 391 le ordenan sacerdote, y es consagrado obispo en el 395, ocupando dicha dignidad durante 34 años. Predica en muchos lugares, escribe incansablemente, defiende la ortodoxia cristiana y preside concilios. Entre los años 397 y 400 escribe su obra más afamada, su autobiografía, bajo el título de 'Confesiones'.

El 24 de agosto del 410 las tropas de Alarico saquean Roma. Agustín predica su Sermón sobre la caída de Roma y escribe 'La ciudad de Dios'. Dos decenios después, Genserico asedia Hipona, donde Agustín muere en el 430, a los 75 años. Su cuerpo fue trasladado a Cagliari (Cerdeña), probablemente cuando el norte de África fue conquistado por los árabes, para evitar que su tumba fuera profanada.

Pero los sarracenos también se apoderaron de Cagliari hacia el 720.  Hubo temor por las reliquias en toda la cristiandad, tan extendida estaba la devoción al santo. La prueba es la decisión del rey lombardo Liutprand de enviar allí una misión, por consejo del obispo de Pavía, Pedro, pariente suyo, para salvarlas de los árabes.

Según la tradición, el cuerpo fue vendido a precio de oro por los sarracenos al monarca lombardo cristiano Liutprand, para dar prestigio a la capital de su reino, Pavía. Se desconoce la fecha exacta del traslado, basándose en fuentes se ha optado por fijar el 28 de febrero del 723, por lo que acaban de cumplirse justo 1.300 años del evento histórico.

Sus huesos, venerados casi tres siglos en Cagliari, fueron transportados con honores desde CerdeñaPavía, en un cofre triple de madera, plata y mármol. La Basílica de San Pietro in Ciel d'oro habría sido la escogida por Liutprand para guardarlo. Era llamada así por la magnificencia con que estaba decorada, especialmente el conocido como Cielo de la Basílica, que brillaba al estar adornado con oro.  La visita del Papa Zacarías a Pavía tuvo lugar poco después. Simples fieles, así como príncipes, prelados, gobernantes o pontífices, no cesaron de acercarse al lugar en peregrinación a invocar al Santo.

Monjes benedictinos custodiaron las reliquias hasta 1213, cuando Gregorio IX disolvió esa Comunidad, confiando la Basílica a los Canónigos Regulares de San Agustín. En 1331 la Orden Agustina entró en S. Pietro in Ciel d'Oro, aunque los Canónigos Regulares permanecieron al mismo tiempo. 

Los restos de San Agustín se conservan en un relicario de cristal del siglo XIX, dentro de la urna de plata que los contenía originalmente, bajo un Arca ricamente esculpida, obra maestra de arte gótico de 1362 en mármol blanco de Carrara, posiblemente del autor Bonino da Campione, y encargada por Bonifacio Bottigella de Pavía, prior agustino.

Es visible a través de una reja con cuatro cerraduras, cuyas llaves están en posesión del prior de la comunidad agustiniana de San Pietro in Ciel d'Oro, el obispo y el alcalde de Pavía y el Cabildo de su Catedral.

Se necesitaron 18 años y 4000 florines de oro para completar el arca para las reliquias, que se eleva en cuatro plantas. Sus 95 estatuas y 50 bajorrelieves representan los episodios más importantes de la vida del Santo, comenzando con Agustín en su sillón, flanqueado por imágenes Milán y Roma, dos ciudades donde enseñó; el traslado de su cuerpo a Pavía y los milagros que se le atribuyen. En la parte central, una celda, sostenida por pilares, presenta a San Agustín en su lecho de muerte mientras Dios recoge su alma en el paraíso.

Esta obra de la escuela lombarda se colocó en la sacristía durante cuatro siglos, hasta ser llevada al altar mayor de la Basílica. Tras la supresión del monasterio de San Pietro, a partir de 1786, el Arca se custodió en la catedral hasta 1900, cuando tras la restauración de San Pietro in Ciel d'Oro volvió al altar mayor de esta, hasta la actualidad.

Bajo la autoridad de Pío VI, en 1787 se abrió la urna y se extrajo un hueso del pie derecho, reliquia que se entregó al duque de Parma.  En 1842 se hizo lo mismo con el brazo derecho para llevarlo a Hipona, la sede episcopal de Agustín, y se descubrió que tenía el brazo derecho un poco más corto que el izquierdo. En la urna se encontraron 225 piezas de huesos. La reliquia fue transportada a África con gran ceremonial, acompañada por siete obispos. Ese brazo que escribió volúmenes y bendijo a su pueblo, descansa ahora en la Catedral de Hipona

Como recuerdo del paso del cuerpo por la Catedral de Pavía, León XIII permitió extraer de la urna una costilla del Santo para conservar en la Catedral. El traslado de la Catedral a San Pedro, el 7 de octubre de 1900, fue solemne, con gran número de representantes de la Orden, Obispos y un Cardenal. 

El Arca no albergó inmediatamente las reliquias de Agustín porque no se supo la ubicación exacta de estas hasta casi el siglo XVIII. Para evitar robos, a menudo se ocultaban. A pesar de estar vacía, el Arca daba prestigio a la basílica, al ser única en su género. En 1695, durante la restauración del templo, al demoler un muro detrás del altar de la cripta, donde la tradición afirmaba que se había colocado el cuerpo del santo, apareció una urna de mármol, cerrada por cuatro llaves de hierro. En el frontal había un nombre: Augustinus. En su interior contenía una caja de plata cerrada. En su tapa, una imagen del Santo con túnica episcopal y una cruz longobarda en el centro, con la misma forma que las que se encuentran en la caja plateada, un argumento que apoya que este cofre, igual que el de plata, sea de época de Liutprando. Se reconocieron los restos y se determinó eran los del santo. 

A mediados del siglo pasado, se descubrieron antiguos palimpsestos de pergamino en caracteres lombardos, cuya autenticidad se ha discutido. Incluían pasajes de una crónica casi contemporánea de la invasión de los sarracenos, y el rescate del cuerpo de San Agustín por los mensajeros de Liutprando. Narra la oposición de los cagliaritanos al traslado, lo que costó la vida a varios, entre ellos religiosos que custodiaban las reliquias.

Una tradición afirma que, no pudiendo salvar el cuerpo del Santo, un sardo sustrajo sus túnicas sagradas, la mitra y el báculo episcopales y fueron escondidos en la cueva de San Giovenale, obispo de Cagliari. Religiosos guardianes del sepulcro del Santo se refugiaron en España, llevándose la mitra y el báculo a mediados del siglo XIII y entregándoselos a los agustinos de Valencia.

Cuando en 1835 los agustinos por la desamortización abandonaron Valencia, las reliquias se dice quedaron en poder del Superior del Convento suprimido. A su muerte, en 1840, habría mandado entregarlas al Cabildo de la Catedral. Sin embargo, las ropas sagradas permanecieron en la isla de Cerdeña: una casulla y dos túnicas. 

Las reliquias en la basílica de San Pietro in Ciel d'Oro se exponen dos veces al año: el 24 de abril, fiesta de la Conversión-Bautismo de Agustín, y alrededor del 28 de agosto, día de su muerte.

El pasado verano se organizaron importantes celebraciones en Pavía por el 1.300 aniversario de la llegada de las reliquias. Lecturas de las Confesiones, webinars, encuentros literarios, exposiciones, liturgias, conferencias, recitales, conciertos... un rico programa de actos por los trece siglos del traslado a Pavía de las reliquias, con el objetivo de fomentar el conocimiento de San Agustín, en consonancia con un movimiento creciente, especialmente después de la peregrinación de Benedicto XVI el 22 de abril de 2007, de venerar los restos del Doctor de la Iglesia.

Hay una historia que se cuenta sobre San Agustín desde tiempos inmemoriales. Mientras caminaba por la playa, meditando sobre el misterio de la Santísima Trinidad, que no lograba comprender, vio a un niño que había cavado un hoyo en la arena e intentaba llenarlo de agua del mar, ayudado por una concha con la que la traía una y otra vez desde la orilla. San Agustín preguntó al niño qué intentaba hacer, y este le explicó que quería trasladar toda el agua del mar al hoyo. El santo, sonriendo, contestó al niño que eso era imposible, a lo que el pequeño, antes de desaparecer, le respondió que era igual de imposible para el hombre comprender la Trinidad. Un bonito episodio que, si no sucedió de verdad, al menos lo merecería.

 

 

Fotografías: Gabriela Torregrosa