La semana pasada hablaba de las frases que se asignan a la problemática de la sanidad pública, donde la situación no mejora con el paso del tiempo. Si las premisas son solo parcialmente ciertas, ¿cuál es el fallo? Es complejo abordar las carencias del sistema sanitario dado que es un problema estructural. Para empezar, tal y como expliqué en mi artículo Pacientes impacientes, hay una sobrecarga en urgencias de banalidades que retrasa la asistencia y provoca mayor agotamiento del personal. Con ello, cae la eficacia y eficiencia del trabajo.
Como segunda cuestión, entre 2014 y 2016 se vieron extremadamente recortadas las plazas para MIR. Sabiendo que la formación dura entre 4 y 5 años, los recortes han visto su efecto más negativo entre 2018 y 2021. El aumento progresivo de las plazas desde 2017 incrementará los especialistas a largo plazo. Probablemente veremos la mejoría real a partir de 2026. Hasta entonces, las jubilaciones seguirán suponiendo un "lastre" al no haberse cumplido la reposición con los recortes de hace 10 años.
Una tercera carencia es la distribución de plazas de especialistas en el MIR. La realidad es que no se están correspondiendo debidamente a las necesidades. Realizar un buen análisis observando la situación actual y la previsión de jubilaciones y demandas sanitarias para los próximos 10 años permitiría adelantarse al problema futuro. Con ello se podrían ofertar ahora las especialidades que sean necesarias dentro de 4-5 años, correspondiendo al tiempo de la residencia.
En cuarto lugar tenemos la burocracia ralentizadora. Aunque suene a tópico, no lo es. Sistemas informáticos diferentes en cada autonomía (incluso diferentes dentro de la misma Comunidad), papeles que se extravían, tarjetas sanitarias independientes,? Igual que la gestión sanitaria autonómica ha mejorado a las pequeñas ciudades, la excesiva independencia dificulta y entorpece. A ello hay que sumar una informatización low cost y carente que no termina de agilizar el proceso asistencial.
Por último, se podría hacer crítica sobre incluir otros perfiles en el sistema sanitario para descargar ciertas tareas y redistribuir competencias. Como ejemplo, quizás encajarían biólogos en los laboratorios de microbiología, al igual que hay competencias anteriormente asignadas a enfermería que ahora las desarrollan técnicos. Esto no solo especializa la actividad en profesionales formados para ello sino que libera algunos perfiles para otras funciones más necesarias.
En el ámbito de la gestión solo se contempla la figura del médico, algo que secuestra profesionales sin hacer labor asistencial y que son colocados a dedo político, no por currículum. De igual forma, existen asistencias (mismamente una cura de herida) que no requieren la intervención de un médico pero que pasan por su consulta de forma obligatoria, sobrecargando un listado que está colapsado de antemano. Un cambio en la forma de trabajo que ya contemplan algunos centros privados podría ayudar a cerrar el actual agujero negro.
Probablemente existan muchas más opciones de mejora, muchos más ámbitos para evaluar y donde actuar, pero es importante conocer el trasfondo de nuestra valiosa sanidad pública para entender cómo corregir la actual carencia de personal. Sí, faltan sanitarios, fruto de la desinversión de hace años, pero esto se corregirá poco a poco con el aumento de plazas universitarias actual. Lo que más falta hace es cambiar la forma de trabajo clásica por una más moderna que corrija las carencias.